Los defensores de la mediocridad
Alberto
Begné Guerra*
Las
más recientes perspectivas y recomendaciones de la OCDE para México muestran
los agudos contrastes de nuestras dualidades endémicas y, con ellas, las
tensiones y contradicciones de un país situado
—y sitiado— entre su enorme potencial y su autosabotaje.
Son
los círculos viciosos de los
intereses creados, la corrupción, la simulación, el inmediatismo, la retórica
tribal, la mediocridad y tantas otras distorsiones que impiden
la formación, el despliegue y el aprovechamiento de las capacidades, los
recursos, la infraestructura, las vocaciones productivas, la competitividad y
la voluntad de millones de mexicanos que quieren y pueden hacer y aportar mucho
más a favor del desarrollo del país y, por supuesto, de su propio bienestar.
El
catálogo de las dualidades es extenso: estabilidad macroeconómica vs. poco
crecimiento; bajos niveles de desempleo formal vs. incremento exponencial del
empleo informal; amplia cobertura vs. pobre calidad educativa; científicos y
técnicos calificados vs. mínima inversión en ciencia y tecnología; poderosas
organizaciones sindicales vs. la más débil productividad laboral de la OCDE;
apertura comercial y competencia global vs. estructuras monopólicas que asfixian
la economía de mercado; gran riqueza y diversidad de recursos naturales vs.
depredación ambiental; mayoría de la población en edad productiva vs. jóvenes
sin empleo y sin posibilidad de generar patrimonio y ahorro para el retiro;
aumento en la esperanza de vida vs. masificación de enfermedades crónicas de
costoso tratamiento y sistemas de salud quebrados.
Sería
imposible hacer aquí el recuento completo. Lo cierto es que estamos en una
balanza frágil: prácticamente cada
indicador positivo carga el lastre de un indicador negativo.
Mientras
el tiempo corre, las contradicciones se agudizan. Los cambios son urgentes. La
disyuntiva es muy clara: o realizamos las reformas estructurales necesarias
para revertir las tendencias de los indicadores negativos de estas dualidades
o, irremediablemente, tarde o temprano, su peso muerto arrastrará consigo a los
indicadores positivos.
Algunos
críticos de las reformas tienen argumentos pertinentes y atendibles; en estos
casos hay que dialogar y construir acuerdos pronto. Pero muchos más responden a
la mera protección de intereses creados y privilegios revestidos de discursos
ideológicos o montados en la impostura de la representación de causas
populares.
Es
evidente que a estos
defensores de la mediocridad les resulta irrelevante el futuro de los jóvenes de
un país que crece poco, fomenta la informalidad laboral, educa mal, no invierte
en generación de conocimiento e innovación, tiene baja productividad, fomenta
los monopolios y acaba con sus recursos naturales, donde vivirán muchísimos
años, sin ahorros y sin servicios de salud.
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