24 septiembre, 2012



Los defensores de la mediocridad

Alberto Begné Guerra*
 
Las más recientes perspectivas y recomendaciones de la OCDE para México muestran los agudos contrastes de nuestras dualidades endémicas y, con ellas, las tensiones y contradicciones de un país situado —y sitiado— entre su enorme potencial y su autosabotaje.
 
Son los círculos viciosos de los intereses creados, la corrupción, la simulación, el inmediatismo, la retórica tribal, la mediocridad y tantas otras distorsiones que impiden la formación, el despliegue y el aprovechamiento de las capacidades, los recursos, la infraestructura, las vocaciones productivas, la competitividad y la voluntad de millones de mexicanos que quieren y pueden hacer y aportar mucho más a favor del desarrollo del país y, por supuesto, de su propio bienestar.

 
El catálogo de las dualidades es extenso: estabilidad macroeconómica vs. poco crecimiento; bajos niveles de desempleo formal vs. incremento exponencial del empleo informal; amplia cobertura vs. pobre calidad educativa; científicos y técnicos calificados vs. mínima inversión en ciencia y tecnología; poderosas organizaciones sindicales vs. la más débil productividad laboral de la OCDE; apertura comercial y competencia global vs. estructuras monopólicas que asfixian la economía de mercado; gran riqueza y diversidad de recursos naturales vs. depredación ambiental; mayoría de la población en edad productiva vs. jóvenes sin empleo y sin posibilidad de generar patrimonio y ahorro para el retiro; aumento en la esperanza de vida vs. masificación de enfermedades crónicas de costoso tratamiento y sistemas de salud quebrados.


Sería imposible hacer aquí el recuento completo. Lo cierto es que estamos en una balanza frágil: prácticamente cada indicador positivo carga el lastre de un indicador negativo.


Mientras el tiempo corre, las contradicciones se agudizan. Los cambios son urgentes. La disyuntiva es muy clara: o realizamos las reformas estructurales necesarias para revertir las tendencias de los indicadores negativos de estas dualidades o, irremediablemente, tarde o temprano, su peso muerto arrastrará consigo a los indicadores positivos.


Algunos críticos de las reformas tienen argumentos pertinentes y atendibles; en estos casos hay que dialogar y construir acuerdos pronto. Pero muchos más responden a la mera protección de intereses creados y privilegios revestidos de discursos ideológicos o montados en la impostura de la representación de causas populares.


Es evidente que a estos defensores de la mediocridad les resulta irrelevante el futuro de los jóvenes de un país que crece poco, fomenta la informalidad laboral, educa mal, no invierte en generación de conocimiento e innovación, tiene baja productividad, fomenta los monopolios y acaba con sus recursos naturales, donde vivirán muchísimos años, sin ahorros y sin servicios de salud.   
       

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