29 octubre, 2012

Argentina: La política, la economía y la caza de puestos – por Orlando J. Ferreres

Durante el invierno revolucionario de 1919, la Asociación Libre de Estudiantes de Munich invitó a Max Weber a hablar sobre “La Política como Vocación”, conferencia que se publicó, revisada por el autor, en el verano de 1919. Max Weber, que estaba al final de su vida – murió en 1920- fue crudo en sus expresiones.
Su definición del término es clara: “Política es la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, un Estado”. Y aclara que con el desarrollo del Estado Moderno ha aparecido un tipo nuevo de profesión: el de “los políticos profesionales”, los cuales, según Weber, o viven “para” la política o bien viven “de” la política.
La diferencia, según él, no se sitúa en el nivel de los ideales, “de estar al servicio de algo” que da sentido a la vida sino “en un nivel más grosero, en un nivel económico: Vive de la política como profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive para la política quien no se halla en este caso”.


Ahora bien, para poder vivir “para” la política dicha persona tiene que ser económicamente “libre” o sea que sus ingresos deben ser independientes de la política. En las condiciones de aquel momento (y menos ahora), prácticamente nadie. “Ni el obrero ni el empresario, especialmente el gran empresario moderno, son libres en este sentido”, aclara Max Weber y “mucho menos el empresario industrial que el agrícola, dado el carácter estacional de la agricultura”. El industrial necesita estar permanentemente gerenciando su empresa y no puede dejar una representación en su lugar porque con el tiempo la compañía no funcionaría bien.
Al político profesional no le interesa mucho la economía normal. Ni todos los príncipes guerreros ni todos los héroes revolucionarios se han preocupado lo suficiente de la economía normal. “Unos y otros viven del botín, el robo, las confiscaciones, las contribuciones o imponiendo el uso forzoso de medios de pago carentes de valor, procedimientos todos esencialmente idénticos”. Max Weber, ya cerca del fin de su carrera como estudioso de la economía y de la política, es muy lapidario en esta afirmación. Un poco más adelante se dio cuenta de su dureza y aclaró que “hay excepciones”.
Si la dirección política es accesible a personas carentes de recursos, “éstas han de ser remuneradas”. Dice Weber: “Lo que los jefes de partido dan hoy como pago de servicios leales son cargos de todo género en partidos, periódicos, hermandades, cajas de seguro social y organismos municipales o estatales”. “Toda lucha entre partidos persigue no sólo un fin objetivo sino también, y ante todo, el control en la distribución de cargos”. Y agrega lapidariamente: “Los partidos políticos sienten más una reducción de su participación en los cargos que una acción dirigida contra sus propios fines objetivos”.
Finalmente, concluye Max Weber, casi todos “los partidos se han convertido en cazadores de cargos, que cambian su programa u objetivos de acuerdo con las posibilidades de captar votos”. Da varios ejemplos de políticas y de elecciones en los que, en definitiva, se trata siempre “de los pesebres estatales, en los cuales los vencedores en una elección desean saciarse”. “Con el incremento del número de cargos, como consecuencia de la burocratización general y la creciente apetencia de ellos como un modo especifico de asegurarse el porvenir, esta tendencia aumenta en todos los partidos, los cuales son vistos por sus seguidores como un medio para lograr el fin de procurarse una cargo”.
Me pareció que los alumnos que le habían pedido a Weber esta conferencia debían de estar aterrados esta altura de la charla, ya que los jóvenes son siempre idealistas y quieren romper con los moldes que atan al pueblo a intereses creados, injustos, pero que tienen la frialdad de predominar en el corto y mediano plazo. Más de uno podría estar diciendo “que se vayan todos”, palabras que también escuchamos 100 años después, 100 años sin que las cosas hayan cambiado para bien en ese sentido. Pero aún faltaba para terminar la conferencia de 1919.
Al final agregó algo más duro: “Desde la aparición del estado constitucional y aún más evidente desde la instauración de la democracia, el «demagogo» es la figura típica del jefe político en Occidente”. Se nota que esta afirmación le pareció a él mismo muy fuerte, pues la moderó diciendo: “Las resonancias desagradables de esta palabra no deben hacer olvidar que no fue Cleón sino Pericles el primero en llevar este nombre”.
“La democracia moderna se sirve también del discurso, pero -decía Weber en 1919-aunque utiliza el discurso en cantidades aterradoras, el periodista es la figura…más interesante…para el demagogo en la actualidad”. Este transmite los hechos con el cristal a veces crítico, a veces a favor del gobierno de turno. Por eso es que siempre hay conflictos entre los gobiernos más populistas y los medios de prensa. El gobierno de turno quiere tener los medios periodísticos a su favor y, en algunos casos, procede a ir comprándolos o dominándolos con nuevas leyes para mantener creíble el discurso que ahora también llaman relato, de tal manera que haya una recreación de la realidad que haga que la gente siga votando lo que incluso podría ser contrario a sus intereses, sin saberlo. “Resulta lícito calificar la situación presente como dictadura basada en la utilización de la emotividad de las masas”, concluyó.
¿Qué consecuencias ha tenido para la economía esta descarnada descripción de la evolución política del mundo occidental? El costo ha sido el gran aumento del gasto público. En la época que dio su discurso Max Weber, dicho gasto público consolidado no llegaba, a nivel mundial, al 15% del PIB. En estos últimos 100 años, el destino de recursos a la burocracia y a la transferencia de dinero para obtener favores en las votaciones que son cada 2 años ha crecido mucho, y el gasto público llega al 50% del PIB, como mediana mundial. Está financiado con altos impuestos, con deuda pública y con emisión falsa de dinero, es decir, inflación. Si Max Weber pudiera de alguna manera enterarse de estos hechos seguramente se revolvería en su tumba, pues no podría creer que en tanto tiempo no haya habido una reacción frente a esta tendencia de extraer recursos de los que generan riqueza para transferirlos a los que no la generan, en poner un límite a esta forma de vivir “de” la política, imponiendo cargas “a los demás”. Es que la acción colectiva coercitiva que dispone el Estado, con el monopolio de la violencia legal en sus manos, es mucho más fuerte que la capacidad de organización y respuesta de grandes masas de gente desorganizadas que, aunque pudieran no estar conformes con el desarrollo de los acontecimientos, nada o muy poco podrían hacer en el corto o mediano plazo para cambiar la tendencia de las cosas.
Aunque es difícil y parece una actividad muy peligrosa, la única forma de cambiar el rumbo de los acontecimientos es actuando en política y al mismo tiempo mantener las convicciones, pero no declarativamente, sino realmente.

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