Flaco favor le hace Manlio Fabio Beltrones a Enrique Peña Nieto
al anunciar que la reforma laboral, al haber regresado a la Cámara de
Diputados, ha perdido su carácter preferente. Esto quiere decir que los
legisladores pueden hacer lo que se les pegue la gana con la iniciativa
que envió el Presidente, que aprobaron los diputados y que modificaron
los senadores: pueden enfriarla o congelarla. Lo que convendría
es que siguiera el calor, es decir, que los legisladores llegaran a un
acuerdo para promulgar la gran mayoría de los cambios donde sí hay un
consenso. Pero no. Beltrones dice que lo conveniente es, por el momento, enfriarla en la Cámara de Diputados.
¿Cuánto? ¿Días, semanas, meses, años? ¿Hasta que pase el Presupuesto
de Egresos para incluir la reforma laboral en el paquete de negociación
con los otros partidos? ¿Hasta que el PRI pueda recomponer su alianza
con el Verde y Nueva Alianza para bloquear los cambios que pretenden
democratizar a los sindicatos? ¿Hasta que Peña pueda
echarles un huesito en el gabinete presidencial a estos dos partidos?
¿Hasta que tome posesión el nuevo Presidente priista para que él pueda
promulgarla y se vea como un primer éxito? ¿Hasta que los empresarios
presionen a los panistas de que se olviden del asunto de la
democratización de los sindicatos y aprueben ya lo que les importa a
ellos, que es la flexibilización en la contratación y despido de los
trabajadores?
¿Hasta cuándo dejará el PRI enfriar la reforma laboral en la Cámara de Diputados? Pues hasta que Beltrones
y los diputados priistas lo decidan. Queda claro, entonces, de quién
depende el destino de la reforma laboral, quién es el beneficiario por
la falta de regulación de la iniciativa presidencial preferente. La
Constitución ordena que la cámara de origen tiene 30 días para votarla y
30 más en la cámara revisora, pero no contempla qué pasa si la segunda
realiza algún cambio que tiene que regresar a la primera. Hay un
silencio jurídico que Beltrones interpreta como pérdida
del carácter preferente. Luego, entonces, la iniciativa se convierte en
“normal” y depende de los tiempos regulares del Congreso.
Esto podría convenirle a los legisladores pero de ninguna forma al
Presidente. Veamos lo que ha ocurrido estos dos últimos meses. Gracias a
la iniciativa presidencial preferente, el jefe del Ejecutivo ha
impuesto su agenda al Poder Legislativo. Durante dos meses los diputados
y senadores han tenido que debatir y aprobar las dos reformas que envió
Calderón: la laboral y la de contabilidad
gubernamental. El mecanismo ha funcionado de maravilla. Sería un
desperdicio que, por no estar regulado qué pasa cuando la cámara
revisora modifica preceptos de la cámara de origen, todo este esfuerzo
se vaya por la borda.
Peña tendrá cuatro iniciativas preferentes por año.
24 a lo largo de su sexenio. Eso le da un gran poder frente al Congreso.
Esa era la idea cuando se reformó la Constitución para otorgarle dicha
facultad al Ejecutivo frente al Legislativo. Como senador, Beltrones
fue uno de los propulsores de la iniciativa presidencial preferente con
el argumento, en mi opinión correcto, de que había que modernizar el
presidencialismo mexicano. Resulta un despropósito que ahora el mismo Beltrones
diga que el carácter preferente se pierde al retornar la iniciativa a
la cámara de origen, donde los legisladores pueden enfriarla o congelarla. Pues lo mismo podría ocurrirle a las 24 iniciativas preferentes que tendrá Peña.
Debido a la conformación de un Poder Legislativo donde ningún partido
tiene mayoría, pueden darse alianzas, algunas muy extrañas, que en el
mejor de los casos enfriarían las iniciativas del Presidente y, en el
peor, las congelarían.
Por eso creo que la primera iniciativa preferente del nuevo
Presidente debería ser para regular sus iniciativas preferentes. Es una
condición para que la nueva regla funcione durante el próximo sexenio. Y
desde luego que regularla en el espíritu de que el Congreso debata y
vote rápido las iniciativas presidenciales preferentes, es decir, si la
cámara revisora modifica algo de lo aprobado por la de origen, pues que
ésta tenga 15 días para volver a dictaminar los cambios y votarlos; de
ahí que vaya a la revisora y en otros 15 días se aplique el acuerdo
parlamentario donde podría convenir promulgar todas las disposiciones
aprobadas por ambas cámaras.
De lo contrario, en caso de continuar la laguna jurídica sobre las iniciativas presidenciales preferentes, Peña
podría acabar siendo rehén de la voluntad de los coordinadores de las
bancadas en el Congreso, comenzando con los de su propio partido.
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