El anti-Hobbes
Dejando de lado otras consideraciones del autor
del Leviathan, al efecto de esta nota resulta relevante citar los
siguientes pasajes de esa obra: 1) “nada puede considerarse injusto
fuera de la ley” 2) el legislador “tiene el poder de hacer y deshacer
las leyes según le plazca” 3) “solo el legislador conoce las causas
finales” de la ley 4) “Los súbditos no pueden cambiar la forma de
gobierno […] Por otra parte, si intentan deponer al soberano y en
consecuencia se los mata o castiga son por ello autores de su propia
muerte o castigo” 5) “Ningún hombre puede protestar contra la insitución
del soberano sin cometer una injusticia” 6) “Los súbditos no pueden en
justicia acusar los actos del soberano” 7) “Cualquier cosa que haga el
soberano no es punible por parte de los súbditos” 8) “El poder y el
honor de los súbditos desaparecen con la presencia del soberano” y 9)
“en los casos donde el soberano no prescribe ninguna norma, el súbdito
tiene la libertad de hacer o no hacer según sea su decisión”.
En
Law, Legislation and Liberty Hayek sostiene que “con Thomas Hobbes
comienza el positivismo legal en la historia moderna” y Sabine en
Historia de la teoría política alude a “la base del absolutismo de
Hobbes. Para él no hay opción entre el poder absoluto y la anarquía
completa, entre un soberano omnipotente y la ausencia total de
sociedad”.
Los más conocidos anti-Hobbes en la historia de la
filosofía política fueron Sidney y Locke sobre los que se han derramado
ríos de tinta, pero hubo un autor no tan conocido pero que contradijo la
tesis central del espíritu totalitario de Hobbes antes que él la
expusiera. Se trata de Étienne de La Boétie que, entre otros escritos,
produjo el maravilloso Discurs de la servitude voluntaire en 1576 tan
ponderado por su amigo Montaigne quien consignó en sus Ensayos (en el
referido a la amistad) que ese trabajo “honrará al mundo” y que fue
presentado para “honrar la libertad y contra tiranos”. Muy acertadamente
fue Pierre Leroux el primero en categorizar a la obra de La Boétie como
la opuesta a Hobbes. Es entonces a ese libro en su versión al
castellano (El discurso de la servidumbre voluntaria, Barcelona,
Tusquets Editores, 1576/1980) a la que me quiero referir escuetamente en
este artículo, en cuyo contexto destaco -antes que nada - que la idea
misma del soberano está mal en Hobbes, desafortunadamente muy
generalizada en nuestro mundo actual. El soberano es el individuo y el
gobernante su mero empleado al solo efecto de proteger sus derechos.
La
Boétie se pregunta “¿acaso no es una desgracia extrema la de estar
sometido a un amo del que jamás podrá asegurarse que es bueno porque
dispone del poder de ser malo cuando quiere?” y se lamenta de “ver como
millones y millones de hombres son sometidos y sojuzgados, la cabeza
gacha, a un deplorable yugo” y vuelve a decir que “¿acaso no es
vergonzoso ver tantas y tantas personas no tan solo obedecer, sino
arrastrarse? […] ¿Quién creería, si solo lo oyera y no lo viera, que en
todas partes, cada día, un solo hombre somete y oprime a cien mil
ciudades privándolas de su libertad?”. Y luego desarrolla su tesis
central al afirmar que “si un país no consintiera dejarse caer en la
servidumbre, el tirano se desmoronaría por sí solo […] la cuestión no
reside en quitarle nada, sino tan solo en no darle nada […] Son pues los
propios pueblos los que se dejan, o mejor dicho, se hacen encadenar, ya
que con sólo dejar de servir, romperían sus cadenas. Es el pueblo el
que se somete y se degüella a si mismo; el que, teniendo la posibilidad
de elegir entre ser siervo o ser libre, rechaza la libertad y elige el
yugo”.
Más adelante, el autor afirma que “Hay tres clases de
tiranos: unos poseen al reino gracias a una elección popular, otros a la
fuerza de las armas y los demás al derecho de la sucesión” y destaca
como los primeros “superan en vicios y crueldades a los demás tiranos”
ya que lo hacen con el halo de la “voluntad popular”. Nos dice que “No
creáis que ningún pájaro cae con mayor facilidad en la trampa, ni pez
alguno muerde tan rápidamente el anzuelo como esos pueblos que se dejan
atraer con tanta facilidad y llevar a la servidumbre por un simple
halago o una pequeña golosina […] Los de hoy no lo hacen mucho mejor,
pues, antes de cometer algún crimen, aun el más indignante, lo hacen
preceder de algunas hermosas palabras sobre el bien público y el
bienestar de todos”.
He aquí un compendio de nuestro escritor -que
igual que Cristo, vivió apenas treinta y tres años- expuesto en su obra
más conocida, que al principio circuló como una monografía solo entre
un reducido grupo de amigos pero que fue difundida no solo a partir de
Montaigne sino más adelante en los prolegómenos de la Revolución
Francesa y, sobre todo, a partir de la edición del sacerdote Pierre
Robert de Lamennais en 1835.
El eje central del libro está en
línea con lo más caro de la tradición de pensamiento liberal en el
sentido del derecho irrenunciable a la resistencia contra la opresión y
en este caso lo hace alegando que nadie puede subyugar a otros si no es
con su consentimiento puesto que si los subyugados desobedecen en masa
no hay forma de mantener al tiranía. La Boétie se revela contra la
apatía y la pasividad de quienes están sujetos a servidumbre.
Esto
es indudablemente cierto, especialmente referido a la autoanestesia en
cuanto a la desidia por estudiar y difundir los fundamentos de una
sociedad abierta. A la abulia e indiferencia con que se van aceptando
manotazos a la propiedad y al resto de los derechos de las personas. Es
como escribe Alexis de Tocqueville en La democracia en América “Se
olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los
hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos
necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se
puede asegurar la una sin poseer la otra”.
Pero hay otro asunto
medular que debe ser considerado y es el ensanchamiento de la base de
apoyo de los tiranos a través de la dádiva y el privilegio con el que
compran voluntades de miserables morales que se venden al mejor postor.
Esto crea una guardia pretoriana en el sentido peor de la expresión, es
decir referida la los crueles mercenarios instalados después de Marco
Aurelio en Roma, lo cual infunde miedo en la población y hace que la
lucha ya no sea contra el déspota solitario sino que debe vencerse la
tropa de alcahuetes y cortesanos del poder, quienes, a su vez, quedan
presos de las fauces del leviatán hobbesiano ya que en estos ámbitos de
corrupción no hay peor pecado que la defección.
De cualquier modo,
la obra que consideramos constituye una muy valiosa voz de alarma
frente a los avances de aparatos estatales insaciables, y nos recuerda
la enorme e indelegable responsabilidad de cada uno frente a esos
peligros que acechan a diario por lo que nos invita a contribuir
cotidianamente al efecto de no caer en la trampa mortal.
En este
sentido, resulta fértil repasar la lectura de autores como Charles Adams
en For Good and Evil. The Impact of Taxes on the Course of
Civilization, el libro en coautoría de Alvin Rabuska y Pauline Ryan The
Tax Revolt y la compilación de Robert W. McGee The Ethics of Tax Evasion
donde se nos recuerda que cuando los gobiernos abusan y se burlan
descaradamente de los contribuyentes con gravámenes crecientes sin
contraprestación alguna en un contexto de alarmante inseguridad y
ausencia de justicia, es obligada la rebelión fiscal al efecto de llamar
la atención sobre el gigantesco despropósito.
Termino con una
reflexión sobre “las clases sociales”, concepto tan en boga hoy. La idea
se origina en el marxismo sobre la base de que el proletario y el
burgués tendrían una estructura lógica distinta, por más que nadie haya
señalado en que concretamente la diferencia en los respectivos
silogismos (¿que sucede con la estructura lógica del proletario que se
gana la lotería o como son los silogismos del hijo de un burgués y una
proletaria?). Esta idea clasista fue tomada por Hitler y sus secuaces
quienes luego de infinitas y absurdas clasificaciones concluyeron que
“una cuestión mental” es lo que diferencia al “ario” y del “semita”. En
verdad, puede aludirse a personas en franjas de ingresos bajos, medios o
altos, pero “clase” constituye un galimatías (además de ser repugnante
hacer referencia a la “clase baja”, muy estúpido a la “alta” y anodino a
la “media”).
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