Tengo una impresión. Es algo
vaga. Sin embargo, me inclino a pensar que existe. Es riesgosa. Es el
temor a lo diferente, a la ambición personal de ser independiente y
autónomo. Es como un miedo a ser uno mismo. Lo he visto, por ejemplo, en
recientes marchas juveniles que, con sorpresa, piden perder libertades.
Es como un rechazo a quien tiene inquietudes que no coinciden con las
actitudes mayoritarias, a quien manifiesta opiniones que no son
políticamente correctas, a quien ama hacer preguntas. Tocqueville
(1805-1859) lo expresó bien: "En Europa estamos habituados a mirar con
gran peligro social la inquietud del espíritu..."
Es como una devoción por el promedio, un fervor por lo estándar. Quizá
sea un rechazo a lo nuevo y desconocido. Lo he encontrado en cantidad de
opiniones que tienen como común denominador el buscar temas obvios y
tratarlos como clichés. Niegue usted el cambio climático y verá lo que
sucede.
O diga que el motivo de lucro no tiene nada de malo y aténgase a las
consecuencias. Opine usted que la educación laica es defectuosa por
incompleta y recibirá respuestas sorprendentes. Ponga usted en tela de
juicio a la opinión mayoritaria y será visto como un loco
incomprensible.
Bien, bien, exagero, pero no estoy alejado de la realidad. Lo que creo
que bien vale una segunda opinión es señalar esto como el miedo a hacer
preguntas y a pedir claridad. Es como haber perdido el hábito socrático
de la curiosidad intelectual. Como el caso de quien criticaba el "afán
de lucro" y a quien entonces pedí que me hiciera un trabajo gratis, a lo
que se negó indignado.
Sigamos con esto de lucro, como ejemplo. ¿Qué es lucro? Para unos es una
maldad terrible, pero no suelen ellos saberlo definir. Si lucro es
ganar dinero, entonces todos deberían trabajar gratuitamente. Si lucro
es ganar dinero a cambio de dar algo a otros, la cosa no es mala, sino
justa. Una empresa exitosa debe ganar dinero y eso es bueno para todos,
pues le permite sobrevivir.
¿Ve a lo que me refiero? Hay palabras como "lucro" que deben ser
examinadas más a fondo, sin aceptar el juicio inmediato de la falta de
curiosidad. Igual que otro tema prohibido, la existencia de Dios, donde
la curiosidad ha sido anulada a pesar de ser un tema básico, el mayor de
todos. Son terrenos en los que se teme hacer preguntas.
Porque hacerlas denota independencia y la independencia es odiosa para
el promedio. Porque hacer preguntas muestra curiosidad y la curiosidad
conduce a peligros no deseados. Es mejor, se opina, la comodidad de la
mediocridad que evita los conflictos que las preguntas ocasionan.
Este miedo a la curiosidad es lo que ha creado la condición perfecta
para el relativismo. A quien opina con autonomía se le responde que ésa
es su verdad, pero que para otros hay otras verdades. Y, asunto
terminado. Ya no hay necesidad de saber más, ni de preguntar, la
discusión se ha acabado y no hay necesidad de más conocimiento.
El miedo a la curiosidad, al hacer preguntas, me da la impresión, es una
presión social considerable. Es lo que J. S. Mill (1806-1873) llamó la
tiranía de las mayorías, considerándola aun peor que la tiranía
gubernamental. Es como la censura a sí mismo con tal de evitar el
rechazo de las personas cercanas. Lo peor, me parece, es que es una
enfermedad que la padece la juventud actual.
La desaparición de la curiosidad intelectual que lleva a la
independencia personal tiene consecuencias. Lleva a las personas a ser
veletas que se mueven en la dirección de la última moda incuestionable,
de la novedad considerada un avance seguro. Es como orientar la vida
según el último programa del History Channel o de National Geographic.
Son estas impresiones mías y que me preocupan, especialmente entre los
jóvenes. Porque los he visto más como máquinas reproductoras de ideas
viejas y opiniones estándares que como creadores libres y curiosos que
ponen primero su independencia. Cuando la curiosidad se mata, cuando la
independencia se teme, las personas se tornan esclavas de quien más
grita y vocifera.
¿La solución? Cada uno de nosotros por separado acostumbrándose a
preguntar varias veces al día "¿por qué?" y, sobre todo, recuperando la
curiosidad intelectual, poniendo todo en tela de juicio, especialmente
lo mayoritario.
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