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En
apariencia, nada tienen en común el video “La inocencia de los
musulmanes”, grabado en un set televisivo californiano y difundido por
estadounidenses de origen egipcio, todos ellos cristianos coptos, y el
video, grabado subrepticiamente con un teléfono celular en una cena de
recaudación de fondos del candidato Mitt Romney, en la Florida. Pero no estoy tan seguro de que tengan nada en común.
En ambos casos una película ha servido
para que mucha gente proyecte en la pantalla algo que no estaba en el
original, o estaba parcialmente. La relación entre las comunicaciones
audiovisuales y la política entendida como fenómeno de masas puede ser
terrible. Lo más terrible no es lo que puede provocar, sino que puede
provocarlo a partir de lo que la gente cree ver o quiere ver.
En ambos casos también, el filme ha reforzado uno o más estereotipos. Ya sabemos la fuerza de los estereotipos. Pero no es ocioso recordarnos a nosotros mismos que uno de los elementos supérstites de la barbarie, en este siglo 21, es la fuerza que todavía tienen en toda clase de sociedades económica y tecnológicamente avanzadas o no.
Por último, ambos videos nos han
recordado que la tolerancia es la capacidad de tolerar cosas que odiamos
o que nos repugnan aunque no sean delitos.
En cuanto a lo primero: es evidente que la violencia criminal contra el embajador estadounidense Christopher Stevens
y sus tres colaboradores en Bengasi, Libia, y contra diversos objetivos
norteamericanos en Túnez, Líbano, Egipto, Sudán, Yemen, Iraq,
Afganistán y Nigeria tuvo poco que ver con la verdad. Porque la verdad
es que ni el productor del video, Nakoula Basseley Nakoula, ni su difusor, Morris Sadek, son de origen estadounidense, sino egipcio, y mucho menos personas vinculadas al Estado de este país.
Es más: cuando Hillary Clinton calificó
de “repugnante” a la película “La inocencia de los musulmanes” que los
homicidas del embajador norteamericano y los energúmenos que asaltaron
las embajadas de Estados Unidos hicieron famosa, estaba llevando a
extremos políticamente peligrosos para ella y su gobierno el ejercicio
de tolerancia con las protestas musulmanas en el mundo. Incurría en algo
que sus adversarios republicanos, en plena campaña, compararon con una
víctima que pide “perdón”.
Por tanto, los violentos no han visto en esa película, que presenta al profeta Mahoma
como un hombre licencioso e indigno de ser un emblema religioso, lo que
hay, sino lo que creían que hay o, peor aún, lo que quisieran que
hubiese. Quienes planearon los atentados contra el consulado en Bengasi
claramente querían que allí hubiera una ofensa de Estados Unidos contra
el mundo musulmán. Lo mismo querían otros grupos violentos y fanáticos,
incluyendo a Hezbolá, cuyo líder, el inteligente Hassan Nasrallah,
aprovechó la situación para romper un silencio en el que llevaba mucho
tiempo por su impopular apoyo a Siria y conducir una gigantesca
manifestación en El Líbano. Otros grupos, especialmente los salafistas
en Egipto, Túnez y la propia Libia, querían que la mano de Estados
Unidos y el Occidente estuviera detrás de la ofensa, porque ello les
servía de pretexto para desestabilizar a los regímenes democráticos que
se han ido instalando en esos países a raíz de la “Primavera Arabe” y
que cuentan con el respaldo, horror de horrores, de Washington y las
capitales europeas.
Por su parte, los seguidores de estos
grupos o las gentes fácilmente influenciables por estos líderes creían
ver en la película que probablemente ni siquiera llegaron a ver en
YouTube (un clip que muestra 14 minutos de un filme más largo) aquello
que los jefes les decían. Unos, pues, “creían” y otros “querían”. Todos
proyectaban en el video algo inexistente.
Vayamos ahora al video en el que Romney, en una cena organizada por el donante Mark Leder,
se refiere a los votantes de Barack Obama. En este caso también hubo
grupos, uno demócrata y otro republicano, que proyectaron lo que querían
o creían ver y no existía.
Esto es en esencia lo que Romney
dijo: que hay un 47 por ciento de votantes que no pagan impuestos y
votan por Obama porque reciben alguna prestación del Estado, se
consideran víctimas y por tanto con derecho a recibir ayuda
gubernamental; como él, candidato favorable a la responsabilidad
individual, no podrá convencerlos nunca, debe concentrar sus esfuerzos
en un grupo de entre 5 y 10 por ciento de votantes que, siendo
independientes, apostaron por Obama en 2008 y hoy, sin dejar de sentirse
orgullosos de eso, creen que las cosas no están bien encaminadas.
En este razonamiento, dirigido a un grupo
de donantes a los que les estaba pidiendo dinero y a quienes revelaba
su estrategia, hay verdades y desaciertos. La verdad es que, en efecto,
un 46 o 47 por ciento de personas no paga impuestos, millones de
personas tienen una dependencia del Estado y muchos tienden a votar por
los demócratas porque temen la orfandad que supondría una sociedad como
la que pretenden crear los republicanos. Lo que no es cierto es que
todos sean así y todos voten automáticamente por Obama, pues en ese 47
por ciento hay, por ejemplo, millones de pensionistas que trabajaron
casi toda su vida y a pesar de que hoy viven de la seguridad social
votan por los republicanos. Otro grupo grande trabaja todos los días y
no paga impuestos sencillamente porque las deducciones del sistema
tributario los colocan en una franja de personas exentas. Tampoco allí
hay una fatalidad electoral, pues el grupo incluye a un buen número de
americanos “blancos” de clase media baja que en las elecciones de 2008
votaron contra Obama, de quien desconfiaban mucho.
Pero no es esta discusión interesante lo
que ha primado en la reacción a la difusión del video, sino dos
actitudes esencialmente ilusorias. Desde el bando demócrata o
simpatizante de Obama, lo que se ha visto es a un Romney extremista, comparable a un Rick Santorum, el senador derrotado en las primarias, o un Rush Limbaugh,
la personalidad radiofónica y “bestia negra” de la izquierda
estadounidense. ¿Y qué vio, por su parte, la derecha dura? Pues,
exactamente lo mismo: al conservador de pura cepa que antes creían que Romney
no era, el cruzado de derechas que Romney nunca fue, la negación del
liberal cuyas credenciales de gobernador del estado liberal de
Massachusetts lo habían hecho tan sospechoso para la base del partido a
lo lago de las elecciones primarias. En otras palabras: ambos, a
izquierda y derecha, creían o querían ver exactamente lo mismo.
Y, sin embargo, basta tener en cuenta las credenciales de Romney,
independientemente de que se tenga simpatía o antipatía por él, y
escuchar la grabación completa para darse cuenta de que se trata del
mismo tipo al que la base del partido ha visto siempre con sospecha. El
tono en que se expresa con respecto a Obama es moderado y respetuoso, e
incluso cuando se refiere a ese 47 por ciento dependiente del Estado lo
hace de un modo que es más comprensivo que descalificatorio, casi
resignado. Su tono no es el de quien dice: Obama ha creado una sociedad
de mutantes. Es más bien el de quien dice: bajo gobiernos demócratas y
republicanos, el gobierno ha crecido a tal punto que hay millones de
personas que van a desconfiar siempre de quienes propongamos transitar
hacia un sistema de mayor responsabilidad individual.
Romney es el candidato más moderado de cuantos había en las primarias republicanas, como lo era, dicho sea de paso, McCain
en la elección pasada. Nada en ese video desmiente, en lo principal,
dichos antecedentes. Pero la reacción furibunda de todo el
“establishment” demócrata y el entusiasmo ditirámbico de la derecha
cercana al “Tea Party” han tenido ya una incidencia en estas elecciones,
convirtiendo a Romney en lo que no es. No sabemos si será decisiva, pero podría serlo.
Decía también, al inicio, que aparte de
provocar una proyección de deseos y expectativas, los videos de marras
han reforzado estereotipos. “La inocencia de los musulmanes” ha
reforzado dos: el que dice, a ojos de millones de musulmanes, que el
Occidente sólo ve en el mundo musulmán subdesarrollo y barbarie, y el
que dice, a ojos de millones de occidentales, que todos los musulmanes
son subdesarrollados y bárbaros. La creencia de que el video expresa la
visión de Estados Unidos y Europa sobre el mundo musulmán gatilló,
ayudada por los agitadores, una reacción violenta. Exactamente como
había ocurrido en 1988 con la publicación de “Los versos satánicos” de Salman Rushdie; en 2004, cuando Theo Van Gogh difundió junto a Ayaan Hirsi Ali el documental “Sumisión” en Holanda; en 2005, cuando Jyllands-Posten publicó una serie de caricaturas de Mahoma, y en 2011, cuando el pastor Terry Jones sometió
al Islam a un “juicio” en la Florida. Pero la reacción también disparó
en Estados Unidos y Europa, aunque de un modo mucho más vergonzante y
disimulado en muchos casos, una reacción que significa: la “Primavera
Arabe” era un gran cuento y en el fondo todo sigue siendo igual.
Eso no es cierto, por supuesto. La
“Primavera Arabe” ha constituido un obvio progreso y es notable ver hoy a
los Hermanos Musulmanes que gobiernan Egipto o al partido En Nadah que
gobierna Túnez entendiéndose con Estados Unidos y Europa, y tratando de
establecer regímenes más abiertos de los que antes había. Como lo es ver
a tantos gobiernos árabes, especialmente el de Qatar, contribuyendo
abiertamente a acabar con la dictadura siria y pedir un proceso de
transición en Irán. Pero las escenas dantescas de estos días no ayudan
en nada a reforzar estas verdades.
En el caso del video de Romney,
los estereotipos que han salido fortalecidos tocan directamente al gran
debate pendiente en un país donde, en efecto, el Estado ha crecido
demencialmente y cuyo gobierno está hoy apenas sostenido por su
capacidad para crear dinero ficticio a través del banco central. Un
amplio sector del país ha visto fortalecida, con lo que cree que hay en
el video, la noción de que este debate es una conspiración para quitarle
algo que la sociedad le debe. Y otro sector, desde la derecha, ha visto
reforzado su prejuicio de que las minorías están cautivas del mensaje
de la dependencia. La verdad, por un lado, es que alguien tendrá que
sacrificar algunos “derechos” sociales y prestaciones si se quiere que
Estados Unidos siga siendo Estados Unidos y, por el otro, que la minoría
hispana está asustada del discurso xenófobo de un sector grande el
Partido Republicano. No siempre fue así: George W. Bush obtuvo el 43 por ciento del voto hispano hace apenas ocho años.
Por último, los videos y su secuela nos
recuerdan, como apuntaba al principio, lo que es la tolerancia. Un grupo
significativo de musulmanes del Norte de Africa y el Medio Oriente no
distingue aún entre un individuo que expresa una opinión y el Estado que
ampara su derecho a expresarla no impidiéndoselo ni tomando
represalias. Esa transición cultural todavía no se ha producido en un
sector de la sociedad árabe. Pero también en Occidente es bueno recordar
que la tolerancia significa ausencia de coacción ante aquello que nos
ofende si no es un delito. ¿Cuántas actitudes intolerantes no se han
producido en Estados Unidos y Europa desde los atentados del 11 de
septiembre? No son comparables a las escenas salvajes que hemos visto en
estos días en tantos países musulmanes, desde luego, pero el estándar
para juzgarlas no es ese, sino el de los principios y normas que deben
regir a sociedades civilizadas. La reacción furibunda contra el
inmigrante desde la derecha en los últimos años y la incapacidad,
expresada furiosamente desde la izquierda, para aceptar un debate sobre
un problema real como el desproporcionado papel que juega el Estado en
un país con una deuda y un déficit estatales tercermundistas, ¿no acaso
son síntomas de intolerancia?
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24 octubre, 2012
Los videos que estremecieron al mundo
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