24 octubre, 2012

Los videos que estremecieron al mundo

Los videos que estremecieron al mundo
Dos videos filmados en Estados Unidos han provocado muertos y heridos, en algunos casos físicos y en otros figurados.
Álvaro Vargas Llosa   

En apariencia, nada tienen en común el video “La inocencia de los musulmanes”, grabado en un set televisivo californiano y difundido por estadounidenses de origen egipcio, todos ellos cristianos coptos, y el video, grabado subrepticiamente con un teléfono celular en una cena de recaudación de fondos del candidato Mitt Romney, en la Florida. Pero no estoy tan seguro de que tengan nada en común.
En ambos casos una película ha servido para que mucha gente proyecte en la pantalla algo que no estaba en el original, o estaba parcialmente. La relación entre las comunicaciones audiovisuales y la política entendida como fenómeno de masas puede ser terrible. Lo más terrible no es lo que puede provocar, sino que puede provocarlo a partir de lo que la gente cree ver o quiere ver.



En ambos casos también, el filme ha reforzado uno o más estereotipos. Ya sabemos la fuerza de los estereotipos. Pero no es ocioso recordarnos a nosotros mismos que uno de los elementos supérstites de la barbarie, en este siglo 21, es la fuerza que todavía tienen en toda clase de sociedades económica y tecnológicamente avanzadas o no.
Por último, ambos videos nos han recordado que la tolerancia es la capacidad de tolerar cosas que odiamos o que nos repugnan aunque no sean delitos.
En cuanto a lo primero: es evidente que la violencia criminal contra el embajador estadounidense Christopher Stevens y sus tres colaboradores en Bengasi, Libia, y contra diversos objetivos norteamericanos en Túnez, Líbano, Egipto, Sudán, Yemen, Iraq, Afganistán y Nigeria tuvo poco que ver con la verdad. Porque la verdad es que ni el productor del video, Nakoula Basseley Nakoula, ni su difusor, Morris Sadek, son de origen estadounidense, sino egipcio, y mucho menos personas vinculadas al Estado de este país.
Es más: cuando Hillary Clinton calificó de “repugnante” a la película “La inocencia de los musulmanes” que los homicidas del embajador norteamericano y los energúmenos que asaltaron las embajadas de Estados Unidos hicieron famosa, estaba llevando a extremos políticamente peligrosos para ella y su gobierno el ejercicio de tolerancia con las protestas musulmanas en el mundo. Incurría en algo que sus adversarios republicanos, en plena campaña, compararon con una víctima que pide “perdón”.
Por tanto, los violentos no han visto en esa película, que presenta al profeta Mahoma como un hombre licencioso e indigno de ser un emblema religioso, lo que hay, sino lo que creían que hay o, peor aún, lo que quisieran que hubiese. Quienes planearon los atentados contra el consulado en Bengasi claramente querían que allí hubiera una ofensa de Estados Unidos contra el mundo musulmán. Lo mismo querían otros grupos violentos y fanáticos, incluyendo a Hezbolá, cuyo líder, el inteligente Hassan Nasrallah, aprovechó la situación para romper un silencio en el que llevaba mucho tiempo por su impopular apoyo a Siria y conducir una gigantesca manifestación en El Líbano. Otros grupos, especialmente los salafistas en Egipto, Túnez y la propia Libia, querían que la mano de Estados Unidos y el Occidente estuviera detrás de la ofensa, porque ello les servía de pretexto para desestabilizar a los regímenes democráticos que se han ido instalando en esos países a raíz de la “Primavera Arabe” y que cuentan con el respaldo, horror de horrores, de Washington y las capitales europeas.
Por su parte, los seguidores de estos grupos o las gentes fácilmente influenciables por estos líderes creían ver en la película que probablemente ni siquiera llegaron a ver en YouTube (un clip que muestra 14 minutos de un filme más largo) aquello que los jefes les decían. Unos, pues, “creían” y otros “querían”. Todos proyectaban en el video algo inexistente.
Vayamos ahora al video en el que Romney, en una cena organizada por el donante Mark Leder, se refiere a los votantes de Barack Obama. En este caso también hubo grupos, uno demócrata y otro republicano, que proyectaron lo que querían o creían ver y no existía.
Esto es en esencia lo que Romney dijo: que hay un 47 por ciento de votantes que no pagan impuestos y votan por Obama porque reciben alguna prestación del Estado, se consideran víctimas y por tanto con derecho a recibir ayuda gubernamental; como él, candidato favorable a la responsabilidad individual, no podrá convencerlos nunca, debe concentrar sus esfuerzos en un grupo de entre 5 y 10 por ciento de votantes que, siendo independientes, apostaron por Obama en 2008 y hoy, sin dejar de sentirse orgullosos de eso, creen que las cosas no están bien encaminadas.
En este razonamiento, dirigido a un grupo de donantes a los que les estaba pidiendo dinero y a quienes revelaba su estrategia, hay verdades y desaciertos. La verdad es que, en efecto, un 46 o 47 por ciento de personas no paga impuestos, millones de personas tienen una dependencia del Estado y muchos tienden a votar por los demócratas porque temen la orfandad que supondría una sociedad como la que pretenden crear los republicanos. Lo que no es cierto es que todos sean así y todos voten automáticamente por Obama, pues en ese 47 por ciento hay, por ejemplo, millones de pensionistas que trabajaron casi toda su vida y a pesar de que hoy viven de la seguridad social votan por los republicanos. Otro grupo grande trabaja todos los días y no paga impuestos sencillamente porque las deducciones del sistema tributario los colocan en una franja de personas exentas. Tampoco allí hay una fatalidad electoral, pues el grupo incluye a un buen número de americanos “blancos” de clase media baja que en las elecciones de 2008 votaron contra Obama, de quien desconfiaban mucho.
Pero no es esta discusión interesante lo que ha primado en la reacción a la difusión del video, sino dos actitudes esencialmente ilusorias. Desde el bando demócrata o simpatizante de Obama, lo que se ha visto es a un Romney extremista, comparable a un Rick Santorum, el senador derrotado en las primarias, o un Rush Limbaugh, la personalidad radiofónica y “bestia negra” de la izquierda estadounidense. ¿Y qué vio, por su parte, la derecha dura? Pues, exactamente lo mismo: al conservador de pura cepa que antes creían que Romney no era, el cruzado de derechas que Romney nunca fue, la negación del liberal cuyas credenciales de gobernador del estado liberal de Massachusetts lo habían hecho tan sospechoso para la base del partido a lo lago de las elecciones primarias. En otras palabras: ambos, a izquierda y derecha, creían o querían ver exactamente lo mismo.
Y, sin embargo, basta tener en cuenta las credenciales de Romney, independientemente de que se tenga simpatía o antipatía por él, y escuchar la grabación completa para darse cuenta de que se trata del mismo tipo al que la base del partido ha visto siempre con sospecha. El tono en que se expresa con respecto a Obama es moderado y respetuoso, e incluso cuando se refiere a ese 47 por ciento dependiente del Estado lo hace de un modo que es más comprensivo que descalificatorio, casi resignado. Su tono no es el de quien dice: Obama ha creado una sociedad de mutantes. Es más bien el de quien dice: bajo gobiernos demócratas y republicanos, el gobierno ha crecido a tal punto que hay millones de personas que van a desconfiar siempre de quienes propongamos transitar hacia un sistema de mayor responsabilidad individual.
Romney es el candidato más moderado de cuantos había en las primarias republicanas, como lo era, dicho sea de paso, McCain en la elección pasada. Nada en ese video desmiente, en lo principal, dichos antecedentes. Pero la reacción furibunda de todo el “establishment” demócrata y el entusiasmo ditirámbico de la derecha cercana al “Tea Party” han tenido ya una incidencia en estas elecciones, convirtiendo a Romney en lo que no es. No sabemos si será decisiva, pero podría serlo.
Decía también, al inicio, que aparte de provocar una proyección de deseos y expectativas, los videos de marras han reforzado estereotipos. “La inocencia de los musulmanes” ha reforzado dos: el que dice, a ojos de millones de musulmanes, que el Occidente sólo ve en el mundo musulmán subdesarrollo y barbarie, y el que dice, a ojos de millones de occidentales, que todos los musulmanes son subdesarrollados y bárbaros. La creencia de que el video expresa la visión de Estados Unidos y Europa sobre el mundo musulmán gatilló, ayudada por los agitadores, una reacción violenta. Exactamente como había ocurrido en 1988 con la publicación de “Los versos satánicos” de Salman Rushdie; en 2004, cuando Theo Van Gogh difundió junto a Ayaan Hirsi Ali el documental “Sumisión” en Holanda; en 2005, cuando Jyllands-Posten publicó una serie de caricaturas de Mahoma, y en 2011, cuando el pastor Terry Jones sometió al Islam a un “juicio” en la Florida. Pero la reacción también disparó en Estados Unidos y Europa, aunque de un modo mucho más vergonzante y disimulado en muchos casos, una reacción que significa: la “Primavera Arabe” era un gran cuento y en el fondo todo sigue siendo igual.
Eso no es cierto, por supuesto. La “Primavera Arabe” ha constituido un obvio progreso y es notable ver hoy a los Hermanos Musulmanes que gobiernan Egipto o al partido En Nadah que gobierna Túnez entendiéndose con Estados Unidos y Europa, y tratando de establecer regímenes más abiertos de los que antes había. Como lo es ver a tantos gobiernos árabes, especialmente el de Qatar, contribuyendo abiertamente a acabar con la dictadura siria y pedir un proceso de transición en Irán. Pero las escenas dantescas de estos días no ayudan en nada a reforzar estas verdades.
En el caso del video de Romney, los estereotipos que han salido fortalecidos tocan directamente al gran debate pendiente en un país donde, en efecto, el Estado ha crecido demencialmente y cuyo gobierno está hoy apenas sostenido por su capacidad para crear dinero ficticio a través del banco central. Un amplio sector del país ha visto fortalecida, con lo que cree que hay en el video, la noción de que este debate es una conspiración para quitarle algo que la sociedad le debe. Y otro sector, desde la derecha, ha visto reforzado su prejuicio de que las minorías están cautivas del mensaje de la dependencia. La verdad, por un lado, es que alguien tendrá que sacrificar algunos “derechos” sociales y prestaciones si se quiere que Estados Unidos siga siendo Estados Unidos y, por el otro, que la minoría hispana está asustada del discurso xenófobo de un sector grande el Partido Republicano. No siempre fue así: George W. Bush obtuvo el 43 por ciento del voto hispano hace apenas ocho años.
Por último, los videos y su secuela nos recuerdan, como apuntaba al principio, lo que es la tolerancia. Un grupo significativo de musulmanes del Norte de Africa y el Medio Oriente no distingue aún entre un individuo que expresa una opinión y el Estado que ampara su derecho a expresarla no impidiéndoselo ni tomando represalias. Esa transición cultural todavía no se ha producido en un sector de la sociedad árabe. Pero también en Occidente es bueno recordar que la tolerancia significa ausencia de coacción ante aquello que nos ofende si no es un delito. ¿Cuántas actitudes intolerantes no se han producido en Estados Unidos y Europa desde los atentados del 11 de septiembre? No son comparables a las escenas salvajes que hemos visto en estos días en tantos países musulmanes, desde luego, pero el estándar para juzgarlas no es ese, sino el de los principios y normas que deben regir a sociedades civilizadas. La reacción furibunda contra el inmigrante desde la derecha en los últimos años y la incapacidad, expresada furiosamente desde la izquierda, para aceptar un debate sobre un problema real como el desproporcionado papel que juega el Estado en un país con una deuda y un déficit estatales tercermundistas, ¿no acaso son síntomas de intolerancia?

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