Por Ricardo Alemán.
En
este momento, los padres de familia se encuentran entre la espada y la pared.
Por
un lado, descubren que la educación pública está cooptada por sindicatos
mafiosos y maestros sin preparación.
Por
otro lado, se enteran que las escuelas privadas también se instalaron en la
calle de la amargura.
Vayamos
por partes.
Luego
que la evaluación universal reveló la nimia preparación de los profesores de
primaria –4 de cada 10 necesita regresar a la escuela–, era lógico que algunos
padres consideraran a las escuelas privadas.
Y
es que, tradicionalmente, las escuelas privadas suelen ser más eficientes, con
maestros mejor preparados y planes de estudio bien estructurados.
Sin
embargo, la misma evaluación universal que exhibió la pobreza intelectual de
algunos profesores de las primarias públicas dejó ver que la preparación de los docentes de
instituciones privadas es igualmente mala.
Resulta
que de los más de 42mil maestros de escuelas privadas, sólo 16mil tomaron la
prueba de la evaluación universal. De esos 16 mil, la mitad –8 mil 452 –
requieren atención "urgente". Es decir, "tronaron como
ejotes".
¿Y
esto qué quiere decir?
Que
buena parte de las
escuelas privadas son un fraude. Que sus maestros están igual
de mal preparados que los de escuelas públicas –a veces son los mismos– y que
el pago de cuotas, colegiaturas y donaciones no equivale a una educación de
calidad.
En
resumen, los padres de familia –que buscan lo mejor para sus hijos– están atrapados entre la
mediocridad de la educación pública y la fraudulenta preparación de paga.
¿Y
cómo debemos entender eso?
Como
que, se mire por donde se mire, la
crisis educativa es más profunda de lo que muchos han querido
reconocer y aún así nadie hace nada.
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