26 octubre, 2012

MUJER, PAZ Y SEGURIDAD EN COLOMBIA


Para conseguir una paz duradera en el conflicto colombiano las mujeres y también otros grupos minoritarios, deben ver sus perspectivas y sus aspiraciones de justicia incluidas en las mesas de negociaciones.


colombia
AFP/Getty Images
Mujeres colombianas se manifiestan en Bogotá por el asesinato de un joven en un parque de la ciudad.

 Por primera vez en diez años, el Gobierno colombiano se reunirá con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en Oslo, Noruega. Esta es una oportunidad histórica para poner fin al último conflicto de la guerra fría en América Latina, que ha perdurado por casi medio siglo. Hay esperanzas de que, finalmente, termine, pero una mayor participación de los ciudadanos, en especial de las mujeres, es fundamental para sentar las bases de una paz duradera. El conflicto armado  colombiano ha  provocado la muerte de cientos de miles de ciudadanos, desplazado a más de 5 millones de personas y hoy registra la tasa más alta de desaparición forzada en América Latina y en el mundo, con más de 32.000 desaparecidos. Los terribles costes humanos, se han incrementado por la violencia asociada al narcotráfico y las desigualdades sociales en la nación.


Para las mujeres colombianas el conflicto armado es una realidad en su vivir diario. Un reciente estudio realizado por la organización Oxfam y la Casa de la Mujer, demostró que en 407 municipios del país se documentaron 489.687 víctimas de violencia sexual entre 2001 y 2009. Es decir, cada hora, seis niñas y mujeres sufrieron violación, esclavitud, abuso y explotación sexual. Recientemente, Amnistía Internacional declaró que estaba justificado realizar una investigación en la Corte Penal Internacional de la Haya debido a la impunidad de la violencia sexual en el país andino. "Al no investigar efectivamente la violencia sexual contra la mujer, las autoridades de Colombia transmiten a los perpetradores el peligroso mensaje de que pueden seguir violando y cometiendo abusos sexuales sin temor a las consecuencias" señaló Marcelo Pollack, investigador sobre Colombia de Amnistía Internacional. Ser mujer en las zonas rurales y urbanas dominadas por los actores armados, significa vivir bajo las reglas impuestas por ellos sobre sus cuerpos y comportamiento, su forma de vestir, los amigos que debe encontrar, el novio o esposo que ha de tener, las horas que debe salir o no, el trabajo que tiene que realizar…. Situación que es, significativamente, peor cuando se trata de mujeres jóvenes. De hecho, se ha convertido en algo normal en las zonas en conflicto, que los comandantes obliguen a las mujeres y a las jóvenes a mantener  abusivas relaciones sexuales. Todos los grupos armados colombianos han cometido actos de violencia sexual y de género.
A pesar de esta cruda realidad, y con gran riesgo para su seguridad personal, las mujeres han estado al frente de las iniciativas de paz y de justicia en Colombia. Hay más de 15 redes activas en el ámbito nacional y cientos de organizaciones locales de mujeres trabajando para construir la paz y la justicia en todo el país.
Organizaciones paramilitares, supuestamente desmovilizadas en un proceso de justicia transicional que ha durado seis años, siguen hostigando a estas organizaciones con amenazas de muerte. Las mujeres han liderado y sostenido la lucha por la restitución de las tierras robadas por los grupos armados y exigen el derecho a la verdad, la justicia y reparación integral, más allá de beneficios económicos, hacia las víctimas.
Las mujeres han colocado el tema de más de 32.000 desapariciones forzadas en la agenda nacional e internacional. Cientos de profesoras de escuelas en las zonas rurales defienden a sus estudiantes de ser víctimas de reclutamiento forzado por parte de grupos armados. Las mujeres han recuperado y enterrado los cuerpos de miles de víctimas y han hallado estrategias para seguir adelante en medio del conflicto con micro proyectos de supervivencia económica. Su participación en el proceso de paz no es una demanda para ser considerada, es un derecho que han ganado.
           
Las mujeres han representado solo el 8% de los equipos de negociación, una enorme deficiencia que Naciones Unidas se ha comprometido a revertir
           
A pesar de las declaraciones del presidente colombiano, Juan Manuel Santos, de que las mujeres tendrán un papel destacado en el proceso de paz, las partes en las negociaciones aún no han definido mecanismos para realizarlo. Históricamente, las mujeres han representado solo el 8% de los equipos de negociación, una enorme deficiencia que Naciones Unidas se ha comprometido a revertir. Sin embargo, solo 3 mujeres estarán presentes en las conversaciones de Oslo y representarán a las colombianas: una es la  antigua combatiente guerrillera ex compañera de Manuel Marulanda Vélez, el fundador de las FARC, otra fue parte del Ministerio de Defensa y la última es del equipo de gobierno de Santos.
La participación de las mujeres en las negociaciones es solo el comienzo. La perspectiva de género, los impactos del conflicto armado en las colombianas y una estrategia integral para poner fin a la impunidad de la violencia sexual y la gran exclusión femenina en la vida política, social y económica del país, deben ser incorporados directamente en el proceso de paz.
Los profesionales que estudian los procesos de paz distinguen entre el cese de hostilidades (la paz negativa) y la transformación de las causas subyacentes del conflicto (la paz positiva). Para millones de víctimas atrapadas en el fuego cruzado o forzadas a abandonar sus hogares, cualquier fin de la barbarie (incluso una paz negativa) sería un alivio. Sin embargo, para lograr una paz duradera es importante enfrentar las desigualdades históricas que sustentan el conflicto. Esto requerirá la seguridad y la inclusión social, como ha señalado el presidente Barack Obama, y un amplio apoyo internacional, incluido el de España y el de Estados Unidos.
Las mujeres colombianas (y también los millones de afro colombianos, indígenas, campesinos y sindicalistas que han sufrido el conflicto) no van, simplemente, a observar el proceso desde lejos. Sus perspectivas y sus aspiraciones de justicia deben ser incluidas en las negociaciones para asegurar una paz duradera. Sobre todo, porque los colombianos atrapados en el conflicto, en especial las mujeres, no son solo víctimas ni observadores. Ellas han trabajado de forma incansable por la paz y la reconciliación a pesar de los riesgos que sufren en la actualidad, y por la inclusión social, la principal causa del conflicto en Colombia. El mismo error de las pasadas negociaciones, de excluir a la sociedad civil  no debe ser replicado en este nuevo proceso.

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