Nada más injusto que la justicia social
Por Gabriel Gasave
El instituto Independiente
El instituto Independiente
Que América Latina es una de las
regiones más postergadas del planeta no es nada nuevo. Tampoco lo es el
hecho de que la brecha entre pobres y ricos en la región cada día se
está ampliando más y más. Décadas de estatismo y clientelismo político
lo único que han logrado es que está situación sea cada vez más grave y
notoria. Sin embargo, desde el Río Grande hasta Tierra del Fuego se
sigue insistiendo en la necesidad de que los gobiernos jueguen un rol
preponderante en la tarea de tornar más justas y equitativas a nuestras
sociedades.
Una vez más, nuestros caciques políticos
hacen hincapié en que los ajustes de las economías regionales no deben
traer aparejado un nuevo sacrificio para los sectores más desprotegidos
de la sociedad.
Gran parte de la opinión pública
coincide con ello y ruega por la puesta en práctica de la vieja idea de
la redistribución de ingresos, creyendo que si se pone a la solidaridad
en manos de esos iluminados burócratas, la condición de la gente va a
mejorar-como si la situación actual de nuestros paupérrimos
conciudadanos no fuese una muestra de lo que sucede cuando la
solidaridad es colectivizada.
Por ello, resulta imperioso analizar qué
idea económico-filosófica se encuentra detrás de las políticas
redistribucionistas, aglutinadas hoy día bajo esa contradicción en
términos que se ha dado en llamar la justicia social.
Repartiendo el pastel
Existen básicamente dos concepciones acerca de la riqueza y de la forma en que la misma debería ser distribuida en la sociedad.
1) La altruista-colectivista,
actualmente predominante entre la opinión pública y la llamada clase
dirigente. La misma sostiene que: a) Dada una cantidad de riqueza
determinada, lo que debemos hacer respecto de ella es ver de qué manera
la vamos a repartir, a redistribuir entre todos nosotros; b) Nadie se
cuestiona en esta posición respecto de cómo surgió esa riqueza, ni de
quiénes fueron los que contribuyeron a su concreción. Tan solo se
preocupan por ver cómo hemos de repartirla; y c) Finalmente, esta
postura considera además a la riqueza como algo estático, como lo
sostenían los mercantilistas en el siglo XVII. Al ser ese “pastel” algo
estático, siguiendo con este punto de vista colectivista, si alguien
obtiene una porción más grande del mismo va a ser en desmedro de algún
otro que ha recibido una más pequeña.
La sociedad se convierte así en una
especie de “Juego de Suma Cero,” en el cual lo que uno gana es lo que
otro ha perdido. Es ante esta injusticia, sostienen sus defensores, que
el gobierno debe utilizar la totalidad de sus medios a fin de que todos
reciban una idéntica tajada.
2) La otra posición sobre el particular,
es la que tiene lugar en una sociedad libre y a la que podríamos
sintetizar de la siguiente manera:
a) Siguiendo con la metáfora del “pastel,” el mismo no tendría límites, y nunca terminaría de estar “cocinado,” pues ese día pondríamos fin a la evolución de nuestra especie y comenzaríamos nuestro regreso a la época de las cavernas.
b) La riqueza no nos viene dada, sino que debe ser creada a través del proceso de mercado. Permanentemente les escuchamos decir a nuestros petulantes mandatarios que Latinoamérica es una región naturalmente rica, con amplias y fértiles extensiones de tierra y abundantes recursos naturales. Esto es cierto, pero no suficiente.
a) Siguiendo con la metáfora del “pastel,” el mismo no tendría límites, y nunca terminaría de estar “cocinado,” pues ese día pondríamos fin a la evolución de nuestra especie y comenzaríamos nuestro regreso a la época de las cavernas.
b) La riqueza no nos viene dada, sino que debe ser creada a través del proceso de mercado. Permanentemente les escuchamos decir a nuestros petulantes mandatarios que Latinoamérica es una región naturalmente rica, con amplias y fértiles extensiones de tierra y abundantes recursos naturales. Esto es cierto, pero no suficiente.
Hoy día la riqueza está dada
fundamentalmente por el hecho de contar con cosas tales como
computadoras, satélites de comunicaciones, fibra óptica, etc., y todo
ello requiere esencialmente de un previo proceso de acumulación de
capital para su realización, proceso al que nos hemos empecinado en
atacar y destruir en aras de la “Soberanía Nacional” de manera
sistemática desde hace ya muchísimos años, a través de toda una gama de
artillería intervencionista, de la destrucción de varios signos
monetarios y de una presión fiscal agobiante.
c) En una sociedad libre, cada uno
recibirá de ese “pastel” en función de cómo haya contribuido con sus
recursos y su esfuerzo personal en su elaboración. Esto es a lo que
Ulpiano se refería al definir a la justicia como un “darle a cada uno lo
suyo”, principio nada atractivo para los parásitos que aspiran a vivir
de sus semejantes productivos y que pregonan que “a cada cual según su
necesidad” en lugar de la racional “a cada cual conforme su capacidad”.
Cuando el robo se vuelve legal
Bajo un sistema de genuino laissez
faire, la única alternativa que tiene cada uno de nosotros a fin de
subsistir y de progresar es la de atender de la mejor manera posible las
necesidades del mercado, es decir, de nuestros semejantes. Por supuesto
que contamos con otra posibilidad para alcanzar dichos objetivos:
robar. Este camino podría adoptar dos modalidades básicas. Hacerlo
revolver en mano, lo que no solamente no es elegante y trae aparejado el
descontento de nuestras víctimas, sino que además puede conducirnos a
la cárcel; o realizar el saqueo de una manera mucho más sutil y menos
riesgosa, logrando que el gobierno robe por nosotros.
Todo aquel que goza de un subsidio, de
una exención fiscal, de una protección arancelaria, de un monopolio
concedido por ley, etc., se está beneficiando en desmedro de todos
nosotros, es decir nos está robando, con la ventaja de que ese acto, a
todas luces ilegítimo, goza del amparo de la ley.
¿Justicia Social o Zoocial?
Ese saqueo legalizado es el corazón de
las políticas que tienen por objeto redistribuir ingresos o de justicia
social. Con esta expresión suele ocurrir algo parecido a lo que sucede
con aquellos que creen haber presenciado un fenómeno ovni: se la pasan
hablando de él, pero no pueden precisar realmente de qué se trata. Con
la justicia social ocurre otro tanto. No hay dirigente político,
sindical o eclesiástico que no deje de apabullarnos hasta el hartazgo
con la necesidad de alcanzarla. Ahora bien, en cuanto uno los interroga
acerca de su real significado y de qué aspectos de la misma la
convertirían en más loable que la mera justicia, no se obtiene respuesta
alguna.
Si concordamos en que lo justo es “darle
a cada uno lo suyo” y observamos como las políticas de justicia social
le quitan a unos lo que les es propio, para darle a otro lo que no le
corresponde, ni le pertenece, notamos entonces que estamos ante una
clara injusticia.
Podemos concluir, que no hay nada más
injusto que una buena justicia social, la que no es otra cosa que
ponerle un nombre sofisticado al viejo acto de robarle al prójimo,
motivo por el cual, a nuestro juicio, más que social debería
denominársela “zoocial”, en virtud de que nos trata a todos como
animales de sacrificio para los fines de terceros.
El ser humano es un fin en sí mismo,
mientras que la justicia social nos considera a cada uno de nosotros
como un mero medio para los fines de los demás, como “carne de cañón”
que debe ser sacrificada en aras de la tribu o de ese engendro imposible
de definir llamado "bien común".
Primera del singular
Al sostener una posición como la
descrita, no es extraño que alguien nos cuestione acerca de qué sucederá
con los pobres y los necesitados en una sociedad libre. ¿Qué vamos a
hacer por ellos?
Aquí es precisamente donde radica el
error. No se trata de qué vamos a hacer, sino de ver qué voy a hacer YO
por los necesitados (si es que entre mis valores se encuentra el hecho
de brindarles mi ayuda.)
Debemos comprender de una buena vez que
tanto la solidaridad como la caridad son actos esencialmente
individuales y libres, imposibles de ser colectivizados sin perder su
esencia. Yo soy solidario o caritativo cuando voluntariamente me
desprendo de algo que me pertenece (si me roban con la excusa de ayudar a
un tercero, ni yo, y mucho menos el ladrón, estamos siendo solidarios, y
si además se hace demagógica propaganda del hecho, el mismo se
convierte en una verdadera burla al supuesto beneficiario).
Debe entenderse que la única obligación
que debería sernos impuesta para con nuestros semejantes es la de no
molestarlos, ni inmiscuirnos en el ámbito de su libertad. Todo lo demás
que deseemos hacer con y para ellos, debería quedar librado
exclusivamente a decisiones personales y voluntarias.
Para cerrar estas reflexiones, nada me
parece más adecuado que acudir a los argumentos que la Sra. Ayn Rand
expone en una de sus obras:
"La próxima vez que usted se encuentre
con uno de esos soñadores ‘inspirados por el bien público’, que le
espete con rencor que ‘ciertas metas muy deseables no pueden ser
alcanzadas sin la participación de todos’ dígale que, si no puede
obtener la participación voluntaria de todos, será mejor que esa meta
permanezca sin ser alcanzada- y que las vidas humanas no le pertenecen,
ni tiene derecho a disponer de ellas. Y, si lo desea, déle el siguiente
ejemplo de los ideales que pretende. Es posible para la medicina quitar
las córneas de los ojos de un hombre inmediatamente después de su muerte
y transplantarlas a los ojos de un hombre vivo ciego, devolviéndole
así, en ciertos tipos de ceguera, la vista. Esto, de acuerdo con la
ética colectivista, presenta un problema social.¿Debemos esperar a que
un hombre muera para quitarle los ojos cuando hay otros hombres que los
necesitan? ¿Debemos considerar los ojos de todos como propiedad pública y
proyectar un método de distribución justo? ¿Estaría usted de acuerdo en
que se le quite a un hombre vivo un ojo para dárselo a un ciego e
‘igualar’ así a ambos, NO? Entonces no continúe bregando por cuestiones
relacionadas con ‘proyectos públicos’ en una sociedad libre. Usted
conoce la respuesta. El principio es el mismo".(La Virtud del Egoísmo-
Éticas Colectivizadas. p.20.)
Tras largas décadas de haber
sistemáticamente atacado la generación de riqueza, nuestros mandatarios
deberían añadirle algo de sentido común a sus ya conocidas nobles y
buenas intenciones. Deberían percatarse de que la solución no pasa por
el hecho de terminar con los ricos sino por ampliar su número.
Gabriel Gasave es Investigador Analista del Centro Para la Prosperidad Global en The Independent Institute de Oakland, California.
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