08 octubre, 2012

Venezuela: Un cómodo paraguas que se perpetúa

Venezuela: Un cómodo paraguas que se perpetúa – por Carlos Pagni

Hugo Chávez permanecerá otros seis años al frente del gobierno de Venezuela. El software electoral de Caracas convalidó anoche con un triunfo muy amplio el experimento populista-autoritario que, envuelto en la bandera antiliberal, Chávez ofrece como espejo para otros países de América del Sur desde hace 14 años.
Una franja importante de la izquierda latinoamericana festeja que la ensoñación revolucionaria rehabilitada por Venezuela haya sobrevivido al desafío de Henrique Capriles. Los resultados fortalecerán al bloque de gobiernos que se alinea en contradicción con Estados Unidos, y se ofrece como plataforma regional a actores exóticos, como China, Rusia o Irán. Los millones de venezolanos que ayer votaron influyeron así en el curso de la historia internacional.


Es probable que Chávez se mueva ahora hacia la suma del poder. No sólo podría estatizar la cadena Globovisión, sino promover una reforma constitucional que reduzca las autonomías estaduales y modifique el sistema electoral. Nadie calcula que vaya a reconfigurar su política, sobre todo cuando la performance de Capriles resultó insuficiente para imponer un equilibrio. Chávez no enfrenta ahora otro límite que el de la muerte, como derivación del cáncer que lo mortifica. Su campaña, tan cargada de invocaciones religiosas y visitas a santuarios, expresó ese doble alcance de la supervivencia, físico y político.
Por un momento, Capriles puso al chavismo ante la incertidumbre de permanecer o no en el poder. Para una hegemonía como la bolivariana, no hay enigma más traumático. De modo que la pregunta más recurrente no era anoche qué haría Capriles si ganaba, sino qué hubiese hecho Chávez si perdía.
El presidente dijo que respetaría el resultado. Fue una aclaración muy conveniente, sobre todo desde que, en 2010, el general Henry Rangel Silva, hoy ministro de Defensa, dijo que un gobierno diferente era inaceptable: “La hipótesis es difícil, sería vender al país, eso no lo va a aceptar la gente; las fuerzas armadas no, y el pueblo menos”.
Los cómputos llevaron la distensión a las cancillerías de la región, que estuvieron alertas. Un funcionario de una de las más decisivas confesó: “Si Capriles no ganaba por una diferencia muy nítida, el reclamo de Chávez por su triunfo hubiese sido una pesadilla. Multiplique por cien la crisis de López Obrador”. Se refería al candidato mexicano que, en 2006, desconoció el resultado que llevó al poder a Felipe Calderón.
Los mismos observadores temían que el dispositivo integrado por una parte del ejército, milicias bolivarianas y grupos guerrilleros bloquearan un eventual gobierno de Capriles. Esa dinámica habría tenido un pésimo efecto sobre Colombia. Chávez es un factor importantísimo del proceso de paz con las FARC que lleva adelante Juan Manuel Santos. Si el chavismo hubiera pasado a una rebeldía esa guerrilla podría sentirse disuadida de integrarse al sistema democrático.
Santos es, en este aspecto, un socio tácito de Chávez. Ahora deberán cerrar una pequeña herida: la entrevista que le concedió a Capriles hace diez días fue el indicio más confiable de una posible victoria opositora.
El resultado despejó cualquier nubarrón sobre la legitimidad del gobierno de Venezuela. En el caso de abrirse una crisis, Capriles hubiera enfrentado una ola regional en su contra. Lula da Silva apoyó a Chávez diciendo: “Tu victoria será nuestra victoria”. Dilma Rousseff no tenía demasiados motivos para disentir con su antecesor. Un detalle: el subsecretario para América del Sur de Itamaraty, Pedro Simoes, fue embajador en Venezuela y es amigo de Chávez. Para Itamaraty, fue el mejor resultado.
Para contrarrestar esa afinidad, Capriles apenas contaba con el débil lazo que le ofrece su asesor de imagen Renato Pereira, que tiene también como cliente a Sergio Cabral, el gobernador de Río de Janeiro, un aliado del PT.
Evo Morales y Rafael Correa, que integran el ALBA, conseguían anoche mantener el comodísimo paraguas que les viene ofreciendo desde hace años una asociación indispensable. Ni qué decir de Cuba: una derrota de Chávez hubiese significado para el régimen de Castro la segunda caída del muro de Berlín. Los 30.000 cubanos encargados de llevar la didáctica revolucionaria a Venezuela permanecerán allí. Gran celebración, entonces, de Ramiro Valdez, vicepresidente del Consejo de Estado, discreto rival de Raúl Castro y principal padrino de Chávez en Cuba.
Para Cristina Kirchner, a quien en Harvard casi se le cae de la lengua el respaldo a Chávez, es imposible imaginar una noticia internacional más agradable. La alianza con él ha sido la única que el kirchnerismo mantuvo sin altibajos. Néstor Kirchner entendió esa asociación como un instrumento para tensar la relación con Estados Unidos y para evitar que el liderazgo brasileño se volviera excluyente.
LAZOS FRATERNALES
Sobran los ejemplos de que la bolivariana ha sido la principal política exterior de los Kirchner. Desde el delirante gasoducto entre Caracas y Buenos Aires hasta el escándalo de Antonini Wilson, pasando por la contracumbre de Mar del Plata de 2005, la incursión de Kirchner en la selva colombiana para rescatar rehenes de las FARC, las coimas denunciadas por el embajador Sadous y el contundente apoyo a la confiscación de YPF.
El propio Capriles ilustró esta fraternidad: declaró que Chávez regaló en 2007 US$ 3000 millones a la Argentina. Qué fastidioso sería que la silla venezolana del Mercosur la inaugure quien hizo esa denuncia.
Para una parte importante de la opinión pública argentina, la evolución del chavismo adelanta la trayectoria estatizante y autocrática del kirchnerismo. El último episodio de ese parentesco es la aproximación a Irán, que dejó a la deriva la causa AMIA. Otra razón por la cual la permanencia de Chávez en Caracas está destinada a aliviar la atmósfera de fin de ciclo que amenaza al Gobierno.
Los paralelismos, con lo que tienen de mecánico y artificial, se completan con el apoyo que la oposición ha dado a Capriles. La Mesa de Unidad Democrática que lo postuló fue entendida como un modelo de coordinación, capaz de aleccionar a la pulverizada organización política argentina sobre cómo enfrentar el monopolio de poder del kirchnerismo.
En síntesis: si se hubiera gestado un entredicho sobre el resultado, el voto de la Unasur, creada para reemplazar a la OEA en este tipo de dilemas, estaría definido en contra de Capriles. La amplitud del triunfo de Chávez eliminó esa piedra.
La gran paradoja de esta hora es que también Barack Obama necesitaba que Chávez retuviera el poder. O que lo perdiera por un margen contundente. Ante la más mínima duda, los republicanos de Mitt Romney hubiesen exigido a Obama una definición contra Chávez. La polémica estaría hecha a la medida de una elección en la que el voto hispano, que superpone la figura de Chávez con la de Castro, puede inclinar la balanza.
El juego de fuerzas e intereses sobre los que opera la elección de Venezuela explica por qué, aun muchos actores que auspician el destronamiento de Chávez, preferían anoche que no fuera Capriles quien lo ejecutara. La extorsión de un retorno al estado de naturaleza con la que el liderazgo del chavismo atemorizó a una parte de los venezolanos desbordó las fronteras y se ejerció sobre otros gobiernos de la región.
Una franja importante de la diplomacia americana festeja que el caudillo caribeño permanezca un poco más en el poder. Que en todo caso sea la muerte, no la política, quien se lo lleve. Perplejidades de la ética de la responsabilidad. O cruel ejercicio de la razón de Estado.

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