por Adrián Ravier
Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad
Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad
Francisco Marroquín.
Cientos de miles de personas salieron a las calles en todo el
territorio argentino, y también en algunos puntos del exterior, para
protestar en contra del gobierno. Las pancartas ofrecieron variados
motivos, enfocados en la inseguridad, la corrupción, los controles cambiarios
y, especialmente, el rechazo a la posible reforma de la carta magna
para habilitar una nueva reelección de la actual mandataria. Pero cuál
es el mensaje de fondo de esta parcialidad que salió a las calles. Me
aventuro a ofrecer en este artículo un posible significado.
Ante dos posibles extremos, entre la sociedad abierta y el socialismo,
interpreto el 8 de noviembre (8N) como un rechazo del pueblo argentino a
la tendencia del gobierno por canalizar la política pública hacia este
último sistema.
Veamos entonces algunas diferencias entre estos dos modelos para comprender mejor el mensaje.
En una sociedad abierta, la estrategia de desarrollo es descentralizada. Bajo el respeto por la propiedad privada y la libertad individual,
las personas realizan acuerdos voluntarios que dan lugar a cierta
coordinación social que hace posible el desarrollo económico. Si
entendemos el problema económico como aquel de decidir cuáles son los
bienes y servicios que deben ser producidos, en una sociedad abierta
cada miembro de la sociedad, con sus propias valoraciones y
preferencias, aporta el conocimiento de sus circunstancias de tiempo y
lugar.
Bajo el socialismo, la coordinación social se intenta imponer desde
arriba, como si la sociedad fuera una gran empresa, con su orden jerárquico,
sus estrategias, y sus premios y castigos, asumiendo que el fin de
todos los individuos es único y aceptado por todos sus miembros.
En una sociedad abierta, el protagonista es el hombre común,
empresario y asalariado, que actúa creativamente intentando solucionar
sus propios problemas, con responsabilidad, sabiendo que no hay otra
alternativa que forzar su propio destino.
Bajo el socialismo, el protagonista es el gobernante y los
funcionarios, que diagraman el futuro del “pueblo”, de acuerdo a su
acotado conocimiento.
En una sociedad abierta, los vínculos de interacción social son de
tipo contractual, debiendo cumplir con sus compromisos o enfrentando a
la justicia cuando incumplen los contratos.
En el socialismo, prepondera un vínculo de tipo hegemónico, en los que
unos mandan y otros obedecen. En el caso de la democracia de masas, las
“mayorías” coaccionan a las “minorías”. Las "minorías" no tienen otra
salida que alinearse a lo que las "mayorías" pretenden, o abandonar el
país.
En una sociedad abierta, prepondera el respeto por el derecho,
entendido como una norma abstracta, de contenido general, que se aplica a
todos por igual, sin tener en cuenta circunstancia particular alguna.
Se trata de la "igualdad ante la ley".
En el socialismo prepondera el mandato o reglamento, surgido del poder
organizado, que de manera arbitraria ayuda a unos y afecta a otros,
produciendo incentivos para que prepondere lo político, con lealtad al
grupo y a su jefe, con respeto por el orden jerárquico y ayuda al
“prójimo conocido”, esto es, el que te vota en campaña.
En la sociedad abierta, el orden espontáneo hace posible la paz
social, pues cada acuerdo es voluntario, y por lo tanto, beneficio para
las partes.
En el socialismo, cada política es discrecional y arbitraria, con
beneficiados y afectados, lo que abre el conflicto social permanente.
Siempre he coincidido con Frédéric Bastiat, con esta cita que me parece es el mensaje que transmitió el 8N:
"Yo, lo confieso, soy de los que piensan que la capacidad de elección y
el impulso deben venir de abajo, no de arriba, y de los ciudadanos, no
del legislador. La doctrina contraria me parece que conduce al
aniquilamiento de la libertad y de la dignidad humanas."
El pueblo argentino no desea que fuercen su destino. El pueblo
argentino quiere que se respeten sus libertades individuales. El pueblo
argentino no seguirá aceptando que el gobierno decida qué se exporta o
qué se importa (Guillermo Moreno). Tampoco se aceptará que se le diga en qué moneda debe tener sus ahorros (Anibal Fernández) o que se le mienta con la inflación (Marcó del Pont) o la inseguridad (Nilda Garré). Menos aun soportará que el gobierno quiera planificar “estratégicamente” los sectores claves de la economía (Axel Kicillof), pues cada vez que lo ha hecho, el resultado fue el despilfarro, el déficit, y al monetizarlo, la inflación.
El mensaje para la presidente es que deje de avalar las atrocidades que
muchos de sus funcionarios están realizando en materia de política
pública.
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