Calderonomics
El sexenio de Felipe Calderón nos hereda una esquizofrenia económica.
Ramón Alberto Garza
Imagine
a papá llegar a casa para compartir con la familia dos noticias. Una buena y
una mala.
La
buena, que le duplicaron el sueldo y que la cuenta de cheques tiene 160 mil
pesos de reservas. Lo que nunca.
La
mala, que a partir de hoy, hay que apretarse el cinto. Que en lugar de tres
serán solo dos las comidas del día. Ah, y uno más de los 10 miembros de la
familia se va a dormir a la calle. Ahí ya viven tres.
¿Absurdo,
no? Pues esa es más o menos la esquizofrenia económica que nos hereda el
sexenio de Felipe Calderón.
Por
un lado indicadores macroeconómicos estables,
nada despreciables en un mundo convulsionado por el bache
económico del dólar y la severa crisis del euro. Bien por la disciplina.
Baja
inflación, déficit fiscal muy manejable, reservas récord de 160 mil millones de
dólares y la fortuna de que los ingresos petroleros en el sexenio –por los
precios récord del crudo– superan
en 60 por ciento los que tuvo Fox y casi un 100 por ciento los
que recibió Zedillo.
Hasta
aquí el lado soleado de una economía aparentemente
sana, que si Enrique Peña Nieto la sabe aprovechar tiene una
plataforma de despegue excepcional.
Y
decimos aparente, porque a la par de las buenas cifras macro, también se asoma
el lado oscuro. El de un sexenio que a pesar de la abundancia, y de acuerdo a
las estimaciones oficiales,
nos hereda 12 millones de nuevos pobres.
Por
eso la esquizofrenia. Porque
las buenas cifras macro contrastan enormemente con los resultados micro,
los que se sienten en el bolsillo de la gente. No hace sentido.
¿Dónde
están los miles y miles de millones de dólares extras que nos entraron con el
barril de petróleo a 100 dólares? ¿Por qué a pesar del boom petrolero no fuimos
capaces de mantener la producción en el nivel que Calderón la recibió?
¿Por
qué a pesar de los ingresos extraordinarios la deuda pública federal se
incrementó sustancialmente?, ¿Por qué la deuda de los estados entró en
descontrol, como si fueran repúblicas autónomas?
Sin
duda algunas respuestas están en la costosa guerra contra el crimen organizado
que elevó en más de 30 mil los policías federales para que al final del día los
resultados los terminaran dando el Ejército y la Marina.
También
están en el dispendio que no solo elevó el número de burócratas, sino que
incrementó sustancialmente sus remuneraciones, sin reciprocidad en la productividad.
Ni
qué decir de ese barril sin fondo que es Pemex. Un hoyo negro en donde
desaparecen 110 mil barriles de crudo diarios que se reportan como “mermas”. Y
nadie enciende los focos de alerta para recuperarlos.
O
en obras inútiles como la Estela de Luz que costó 100 millones de dólares
cuando la Torre Mayor, justo enfrente del monumento al bicentenario, costó 200
millones de dólares.
Por
eso no hay que echar las campanas al vuelo. Porque es cierto que tenemos los
indicadores en posición global envidiable para ser –una vez más– de los nuevos
consentidos entre las economías mundiales.
Pero
también es cierto que si bien los pilotos están leyendo que todo está bien en
su tablero, entre los pasajeros de la cabina abundan los mareados.
Algunos
pasajeros comienzan a pedir que los bajen del avión. Son los que se van de
México porque, a pesar de todo lo bueno, no ven la seguridad.
A
otros simplemente los están lanzando sin paracaídas desde el avión. Son los sin
empleo, los sin escuela, a los que no les beneficia lo bien que marquen los
indicadores. Ellos van
en caída libre, cortesía del Calderonomics.
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