28 noviembre, 2012

Catalunya, ¿y ahora qué?

 

El presidente de Cataluña y líder del partido CiU, Artur Mas, pronuncia un discurso después que su agrupación política ganó las elecciones del domingo pasado, aunque sin una mayoría decisiva.
El presidente de Cataluña y líder del partido CiU, Artur Mas, pronuncia un discurso después que su agrupación política ganó las elecciones del domingo pasado, aunque sin una mayoría decisiva.
David Ramos / Getty Images
El presidente catalán Artur Mas se equivocó. Su fracaso, a pesar de que ha ganado las elecciones, es contundente. Aunque haya logrado 50 escaños, ha quedado muy lejos de tener la ansiada mayoría absoluta de 68 (de 135) para poder gobernar con plena libertad y llamar a una consulta (referéndum).


Mas había golpeado por encima de su capacidad. Arriesgadamente no había aceptado las limitaciones propias y de su partido. Había leído mal las intenciones de sus potenciales favorecedores. Catalunya y Mas se enfrentan a varias incógnitas.
En primer lugar, la complejidad del Parlamento debe delinearse por lo menos de dos maneras. Una tradicional sería una división ideológica, entre derecha, izquierda y centro. Pero la Catalunya no ha respondido exactamente a este perfil. Ha votado sobre el tema monográfico del referéndum hacia la independencia. Pero los partidos no habían abandonado sus orígenes sociales.
Mas tiene dos opciones para dos retos. Una es la reanudación de la senda soberanista. La otra, más urgente, es enfrentarse a la cruda realidad de la economía y las finanzas de la autonomía catalana. Mientras el gobierno español está pendiente del potencial rescate de la Unión Europea, el gobierno catalán espera la ayuda a Madrid.
A Mas se le acusaba de haber convocado las nuevas elecciones y tomar el camino de la independencia para distraer al electorado. Prisionero de los resultados electorales, Mas no tiene más remedio que pactar con sus contrincantes. Pero dependiendo de la formación a la que decida cortejar, el pago y las consecuencias serán complicados.
Por una parte, los partidos que históricamente debieran ser considerados de “izquierda” han perdido en un aspecto, ya que el partido socialista ha descendido de tener 28 escaños a 22. Pero los “ecosocialistas” de Iniciativa (heredera de los antiguos comunistas) han ganado de 10 a 13. Además ha surgido por la extrema izquierda la inédita Candidatura de Unidad Popular, con tres escaños. Si se considera lógicamente a Esquerra Republicana de la misma familia, con el aumento espectacular de 10 a 21 escaños, puede decirse que el sector progresista ha consolidado su presencia parlamentaria.
Por otro lado, CiU podría optar por resucitar el pacto que antaño tuvo con el Partido Popular, al que ayudó a nivel general de España, especialmente en la primera legislatura de José María Aznar (1996-2000), huérfano de mayoría. El PP le devolvería ahora el favor a través de su rama catalana. Pero esta opción está descartada por la explícita promesa de no aliarse con un partido que frontalmente se opone a cualquier veleidad independentista. Por otra parte, el PP catalán apenas ha mejorado su influencia (de 18 a 22 puestos). Ni siquiera en estas difíciles circunstancias serviría de nada el hecho de que por nivel sociológico y económico, el centro-derecha reclamado por CiU se solapa con el del PP.
En consecuencia, teniendo en cuenta el debilitamiento de los socialistas catalanes, la colaboración que Mas ya ha pedido, aludiendo a la “responsabilidad” política de sus enemigos solamente puede venir de la “izquierda”. La opción lógica sería conseguir el respaldo de Esquerra Republicana. En este osado movimiento hacia la independencia que provocó la huida hacia adelante de CiU, ambas formaciones comparten sus explícitas agendas.
La espectacular transformación desde el “nacionalismo moderado” de antaño al coqueteo cristalino con la independencia tuvo entre otros objetivos cooptar el sentimiento de cansancio de una parte del electorado moderado con respecto a la tozudez centralista del gobierno español. Ese giro tenía también como meta capturar pragmáticamente parte del voto de Esquerra. Pero lo que la elección ha demostrado es lo contrario: los que de veras se sienten independentistas han optado por Esquerra.
El precio que Esquerra exigirá será doble. En el terreno nacionalista, naturalmente, esperará el mantenimiento de la agenda hacia la secesión. Mas deberá dejar de usar expresiones ambiguas como “consulta” y “derecho a decidir” por “referéndum” y “autodeterminación”. Su fracaso en los comicios representará un lastre importante. En el plano socio-ideológico, Esquerra demandará el abandono de medidas de recortes de servicios sociales y la puesta en marcha de programas que compaginen la austeridad con el crecimiento. Pero, tanto Madrid como Bruselas pueden no estar dispuestos a subvencionar a Catalunya más allá de los planes ofrecidos.
Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami

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