por Doug Bandow
Doug Bandow es Académico Titular del Cato Institute.
El resultado más importante de las elecciones del 6 de noviembre no fue la reelección de Barack Obama como presidente sino la legalización de la marihuana en Colorado y en Washington. La prohibición de las drogas es
la última adición a la lista de especies en peligro de extinción. La
lucha por las políticas de drogas continuará durante mucho tiempo. Pero
la guerra contra las drogas está llegando a su fin.
Por décadas el gobierno federal y los gobiernos estatales han hecho
cumplir una repetición de la prohibición del alcohol. Las autoridades
han utilizado cada vez más violencia para reprimir el antiguo deseo de
decenas de millones de estadounidenses de alterar sus estados mentales.
Pero el Estado ha fracasado: Alrededor de la mitad de la población
adolescente y adulta ha consumido marihuana.
Muchos de los líderes de la sociedad fueron consumidores de drogas en su
juventud. De hecho, los últimos tres presidentes —los jefes de la
guerra contra las drogas de múltiples miles de millones de dólares—
consumieron (aunque tal vez no inhalaron) las mismas sustancias. Si los
niños hoy pertenecen a la cárcel por fumar marihuana, también
pertenecían entonces Bill Clinton, George W. Bush, y Barack Obama.
La oposición a la guerra contra las drogas ha estado aumentando
constantemente. La primera ola pequeña empezó en Oregon en 1972 y
resultó en una docena de estados que despenalizaron el consumo de
marihuana. A lo largo de los años el proceso ha continuado avanzando
lentamente; en junio Rhode Island se unió a este club. Las medidas
variaron, pero en general convirtieron al consumo personal de la
marihuana en un delito menor o en una ofensa civil y/o hicieron de los
procesos legales por consumo de marihuana una prioridad distante.
Hoy 17 estados minimizan las ofensas por consumo de cannabis: Alaska,
Arkansas, California, Colorado, Connecticut, Maine, Minnesota,
Mississippi, Nebraska, Nevada, Nueva York, Carolina del Norte, Ohio,
Oregon, Pennsylvania, Rhode Island y Washington. Además, ciudades y
condados (que, por supuesto, no pueden invalidar la ley estatal) en diez
estados limitan las acciones judiciales y penalidades: California,
Hawaii, Illinois, Kansas, Louisiana, Massachusetts, Michigan, Missouri,
Montana y Wisconsin.
Estas reformas no acabaron con el cumplimiento de la ley. La gente
todavía es arrestada por poseer cantidades mayores de marihuana, por
cultivar o vender la droga, o por cometer múltiples ofensas. Demasiada
gente todavía va innecesariamente a la cárcel.
La próxima ola de liberalización de las drogas, iniciada por California
en 1996, involucraba el consumo de marihuana para propósitos
medicinales. El asunto sigue siendo controversial, pero hay evidencia
anecdótica respaldada por profesionales médicos serios de que la
marihuana es útil para combatir el SIDA, el cáncer, el glaucoma y otras
enfermedades. En lugar de promover la investigación, las autoridades
federales han pretendido suprimir la marihuana medicinal sin importar el
costo humano.
A pesar de la resuelta oposición del gobierno federal, 17 estados
eliminaron las penalidades por el consumo de marihuana para tratamientos
médicos: Alaska, Arizona, California, Colorado, Connecticut, Delaware,
Hawaii, Maine, Massachusetts, Michigan, Montana, Nevada, Nueva Jersey,
Nuevo México, Oregon, Rhode Island y Vermont. Washington, DC también lo
hizo. La semana pasada los electores en Massachusetts y en Montana
aprobaron las iniciativas que permitirían el uso de la marihuana para
propósitos medicinales mientras que una iniciativa en Arkansas fracasó
por poco, obteniendo 49 por ciento del voto.
El gobierno federal se opuso a todos estos esfuerzos. Varios “zares de
drogas” se pasearon por el país haciendo campaña en contra de ambas
propuestas legislativas y de las iniciativas populares para relajar las
penalizaciones legales. Y los presidentes han continuado con total
ferocidad en la guerra contra las drogas, cerrando dispensarios de
marihuana que son legales bajo la ley estatal y amenazando a los
propietarios que alquilan sus locales a los proveedores de marihuana.
Incluso el otrora consumidor de drogas Barack Obama sacrificó sus
principios social-demócratas para poner a personas en la cárcel por
hacer lo que él hizo cuando tenía la misma edad.
La política es indefensible en una sociedad libre.
Fumar marihuana no es saludable. Tampoco lo es fumar cigarrillos o
consumir alcohol o azúcar. Las personas que conducen motocicletas,
escalan montañas, y se deslizan colgados de un cable a veces mueren.
Cada día la vida involucra variados riesgos y compensaciones. Este tipo
de decisiones es mejor dejar que las hagan los individuos y las
familias, no el Estado, ya sea el gobierno federal o aquel a nivel
estatal.
¿Qué más acerca de fumar marihuana —en comparación con fumar tabaco—
podría ameritar encarcelar a alguien? Esa es la pregunta básica que
siempre debería preguntarse antes de criminalizar una actividad. El
abuso de las drogas es un problema de salud, de moralidad y de
espiritualidad. Eso no justifica convertir el consumo de drogas en una
ofensa criminal. Todavía peor es el espectáculo de los anteriores
consumidores de drogas arrestando a consumidores de drogas actuales.
A principios de este mes la tercera y última ola en contra de la guerra
contra las drogas empezó a levantarse. Los electores en Colorado,
Washington y tres ciudades de Michigan aprobaron iniciativas que
legalizan el consumo de marihuana. La gente podrá comprar o cultivar
marihuana así como también consumirla.
A lo largo de los años medidas similares en Alaska, California,
Colorado, Nevada y Oregon fracasaron. También fracasó otro intento en
Oregon este año, que ganó 45 por ciento de los votos el 6 de noviembre.
Pero la reforma de drogas “es ahora un asunto de la corriente
dominante”, declaró Ethan Nadelmann de la Drug Policy Alliance.
Por supuesto, el gobierno federal continúa oponiéndose irrevocablemente.
Hace dos años el Departamento de Justicia de Obama dijo que haría
cumplir “vigorosamente” la prohibición de drogas si los californianos
votaban para legalizar el uso recreacional de la marihuana. Los
subalternos del fiscal general Eric Holder probablemente harán lo mismo
en Colorado y Washington, aunque hasta ahora el Departamento de Justicia
solamente dijo que estaba “analizando” el asunto. El día después de las
elecciones la Agencia Antidrogas de EE.UU. (DEA, por sus siglas en
inglés) anunció que la ley federal “sigue sin cambios”.
Sin embargo, la guerra contra las drogas nunca será igual. El Tío Sam no
tiene el poder de obligar a los estados a que lo ayuden en su proceso
legal en contra de los estatutos federales. Además, el gobierno federal
solamente tiene una capacidad limitada de sustituir los esfuerzos de los
estados para hacer cumplir la ley. Los gobernadores de ambos estados
admiten que ellos no saben qué pasará. El gobernador de Colorado John
Hickenlooper (Demócrata) ha pedido orientación específicamente al
Departamento de Justicia.
Al menos las imágenes de policías estatales y federales sonriendo
mientras participan en esfuerzos conjuntos en redadas de vendedores de
marihuana será algo del pasado. Sin la asistencia de las autoridades
estatales los policías federales no pueden esperar detener el comercio
de la marihuana: Jacob Sullum de la revista Reason señaló que
las autoridades estatales y locales eran responsables del 99 por ciento
de los 750.0000 arrestos por marihuana el año pasado.
Hoy los 5.500 agentes de la DEA son muy pocos para detener que las
drogas ingresen al país. La DEA es incapaz de patrullar las calles de
cientos de ciudades y pueblos a lo largo de dos estados. Robert Mikos de
la Escuela de Leyes de Vanderbilt observó: “Será difícil conseguir
suficientes agentes de la DEA para perseguir a los cientos o miles de
distribuidores que habrá en Colorado y en Washington”. La agencia podría
apuntar a los grandes distribuidores y amenazar con acciones legales o
confiscación a los banqueros y a los minoristas que cooperan con ellos,
pero los recursos para acciones legales cada vez serán más escasos.
Y después de que la legalización triunfe —la vida continuará
normalmente, la civilización no colapsará, los estados no serán
arrasados por asesinos enloquecidos por la droga— los electores en otras
partes tomarán nota. El año pasado la encuestadora Gallup reportó que
los estadounidenses favorecían la legalización de la marihuana en un 50
por ciento a nivel nacional, versus un 46 por ciento que todavía se
opone. California y Oregon reconsiderarán el asunto mientras que otros
estados se unen al debate. Las voces críticas como el gobernador de
Nuevo México Gary Johnson y la organización Law Enforcement Against
Prohibition —que incluye al ex jefe de la policía en Washington, Norm
Stamper— recibirán más atención. Los congresistas de ambos estados que
legalizan la marihuana empezarán a cuestionar los esfuerzos federales.
La reforma de drogas avanzará en América Latina, donde los partidarios
de la reforma pueden presionar hacia delante sabiendo que la política de
la prohibición está cambiando incluso en EE.UU.
El abuso de drogas es malo. El problema afecta a muchas familias —hablo
por experiencia propia— pero decenas de millones de personas consumen
drogas hoy a pesar de la guerra contra las drogas. Poner a los
consumidores en cárceles no resuelve el problema. Y el “daño colateral”
de la prohibición de drogas, que incluye un asalto general a las libertades civiles, ha sido enorme.
Tampoco es que la legalización sea un paso hacia lo desconocido. Otras
naciones han permitido algo de consumo de drogas sin penalización
criminal. Portugal despenalizó el consumo de todas las
drogas hace una década: “Nada en la lista de horrores que los que se
oponían a la despenalización en Portugal predecían, y que los que se
oponen a la despenalización alrededor del mundo usualmente invocan, se
ha convertido en realidad”, explicaba Glenn Greenwald.
Ahora los estados de Colorado y Washington en EE.UU. están liderando
el camino. Es hora de declarar la paz de las drogas en EE.UU.
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