Por Alfredo M. Cepero
Una casa dividida contra sí
misma no puede mantenerse en pié", Presidente Abraham Lincoln, 16 de
junio de 1858.
Los resultados de estas últimas elecciones presidenciales fueron una
prueba incontrovertible de que los Estados Unidos son una nación dividida por
una muralla cultural, ideológica y demográfica que, a primera vista, parece
insalvable y pone en peligro su
supervivencia como nación libre, próspera y compasiva. A partir de la
política de La Gran Sociedad,
instaurada por Lyndon Johnson en la década de 1960, se dio inicio a una
sicología de dependencia del ciudadano en el estado todopoderoso. Esta
política, continuada por Nixon y por Carter hasta que fue revertida por
Ronald Reagan, erosionó progresivamente la tradicional independencia del
ciudadano frente al estado y la iniciativa para labrarse su propio destino.
La dependencia se hizo la regla y la independencia la excepción.
Como consecuencia, por el solo
hecho de haber nacido, o hasta de residir en este país, sus habitantes se han
acostumbrado a recibir beneficios
gubernamentales que crean una igualdad artificial quitándole a los
productores para mantener a
consumidores que se niegan a producir. El resultado ha sido la entrega de la libertad
ciudadana a cambio de la seguridad personal y ambas están en crisis.
Otro síntoma ominoso es el predominio de valores materialistas y
seculares sobre la religiosidad y la espiritualidad, que sirvieron de base a
la gran nación norteamericana. La gente ya no se casa, se apareja. En los
últimos diez años, el 23 por ciento de los niños nacidos en Estados Unidos lo
han hecho fuera de matrimonio, con cifras más alarmantes entre las minorías
negra e hispana. Y según Planned Parenthood, 42 millones de fetos son
abortados todos los años en este país.
Por otra parte, quienes se
casan se divorcian a la primera señal de discordia con el resultado de que el
50 por ciento de los matrimonios terminan en divorcio. La razón para este
lamentable estado de cosas quizás resida en el hecho de que el 25 por ciento
de los habitantes de este país no asiste a culto de ninguna denominación
religiosa. Las cifras que hemos citado son alucinantes y el panorama futuro
desolador pero, para cambiar este rumbo suicida hacia el precipicio, es
necesario confrontar estas realidades.
En cuanto al factor demográfico, los Estados Unidos ya no son la
sociedad en gran medida homogénea de inmigrantes procedentes de la Europa
nórdica sino una mezcla de razas y culturas representadas por inmigrantes
procedentes de regiones meridionales del globo. El marrón y el negro de habitantes
de zonas más templadas están alcanzando en número al blanco de los europeos
de principios del siglo XX. El predominio y hasta la supervivencia de
cualquier partido político en este país estará en relación directa con su
habilidad para atraer a esos nuevos ciudadanos. Sobre todo, de no caer en el
error, señalado en forma brillante por José Ortega y Gasset, de "mirar a
los hombres de razas más templadas como hombres de mala catadura".
Desde hace medio siglo, el Partido Demócrata se ha dado a la tarea de
cultivar el favor de esos segmentos de
la población con mucha mayor habilidad que el Partido Republicano. Les ha
otorgado beneficios a cambio de incondicionalidad a la hora de emitir su
voto. La llegada de Barack Obama fue una especie de lotería electoral para el
Partido Demócrata. Había creado las condiciones, preparado el mensaje y ahora tenía el mensajero elocuente y
fluido para llevarlo a un público receptivo. Todo esto explica, en parte, la
pateadura inesperada que recibió Mitt Romney en este 6 de noviembre que
pasará a la historia como el momento más vergonzoso de un Partido Republicano
en franca decadencia.
La otra parte de la pateadura fue culpa de Romney y de Sandy. Después
del brillante desempeño de Romney en el primer debate, el gobernador decidió
actuar con cautela para proyectar una imagen moderada que resultara atractiva
a los independientes y al bloque de votos femeninos. Pero, en mi opinión, fue
demasiado cauteloso. Por ejemplo, no denunció en los dos próximos debates el
encubrimiento por parte de Obama de la masacre de cuatro norteamericanos en
Benghazi, no insistió en la debacle del déficit y el presupuesto, no atacó el
Obamacare y no dio suficiente independencia a Paul Ryan para denunciar las
marañas presupuestarias del presidente.
Y, en cuanto a Sandy, no podemos culpar a Romney pero si al
sarcástico, desbocado y vociferante gobernador de New Jersey. Con sus elogios
y su abrazo a Obama, Chris Christie le regaló al presidente, el más
partidista de los últimos años, la imagen bipartidista que no pudo haber
comprado con 10 millones de dólares de propaganda. Con ese regalo, Christie
le dio a Obama un segundo aire en la etapa final y crítica de la campaña y,
por lo tanto, se ha convertido en una
estrella caída del firmamento de un Partido Republicano al que no
tiene regreso.
El partido, por su parte, tiene ante sí una gigantesca tarea de
actualizar su mensaje, rediseñar su estrategia y reestructurar sus cuadros
dirigentes. Porque un partido que no fue capaz de derrotar a un presidente
que ha multiplicado la deuda, aumentado el desempleo, asfixiado a la empresa
privada, defraudado al fondo de Medicare, debilitado la imagen internacional
de los Estados Unidos y atentado contra la libertad religiosa, para mencionar
solo unos cuantos entuertos, ha perdido toda credibilidad y hasta razón de
existir.
El primer paso es traer nuevas caras y doblar las páginas obsoletas
de los dos Bush, de McCain y de Romney. Todos personas decentes y consumados
patriotas pero ubicados a la izquierda de la corriente que predomina
actualmente en el partido y en el movimiento conservador representado por el
Tea Party. Ofrecer un papel protagónico en el partido a nuevas estrellas como
el candidato a la Vicepresidencia Paul Ryan, los senadores Marco Rubio, Ted
Cruz, Kelly Ayote y Rob Portman, los gobernadores Scott Walker, Bobby Jindal,
Brian Sandoval, Nikki Haley y Susana Martínez y, aunque ya conocida pero
siempre inspiradora y combativa, la ex candidata a la vicepresidencia Sarah
Palin. Ellos serán los portadores del estandarte republicano en los
encuentros del 2014 y 2016. El Partido Demócrata no cuenta con un
alineamiento similar de figuras cimeras.
El siguiente paso es crear equipos de trabajo con la misión de
diseñar estrategias que resulten atractivas a las minorías políticas y a las
mujeres que, como todos sabemos, no son minoría sino mayoría en lo relativo a
su asistencia a las urnas. El equipo de trabajo sobre los hispanos contaría
con la participación los ya mencionados. En el caso de la minoría de raza
negra, el partido cuenta con figuras del colorido y de la inteligencia de los
congresistas Allen West y Tim Scott, del empresario Herman Cain, del ex
embajador Alan Keys, de la alcaldesa Mia Love y del ex-congresista J.C.
Watts.
Pero estas medidas no pueden ser pospuestas porque el 2014 está literalmente a la
vuelta de la esquina y los demócratas están esperando el contragolpe
republicano. Lo que está en juego es la supervivencia del experimento
americano iniciado en 1776 en Filadelfia que ha promovido el desarrollo de
una nación donde buscan refugio y oportunidad hombres y mujeres de todo el
mundo. No se puede permitir que, en el 2016, Obama sea sustituido por otro
miembro de su partido que promueva su misma ideología de la dependencia y la
mediocridad.
Esta última victoria de Obama fue una victoria para quienes creen que
el estado está más calificado que los padres para criar niños, que prefieren
a los sindicatos de maestros antes que la educación de sus alumnos, que están
ilusoriamente convencidos de que si los Estados Unidos se arrodillan ante sus
enemigos el terrorismo y la guerra van a desaparecer con la velocidad de las
lágrimas en los rostros de los artistas de Hollywood que financian las
campañas del presidente.
Este no es el momento de retroceder. No es el momento de esconderse.
No es el momento de dejarse intimidar. Es el momento de unir talentos y
energías para comenzar la larga marcha hacia la restauración de la identidad
nacional. Como dijo el capitán John Paul Jones a unos ingleses que le
conminaban a rendirse: "Todavía no he empezado a pelear" . Es el
momento de luchar sin descanso por la verdad, la justicia y los valores
tradicionales americanos.
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