27 noviembre, 2012

GANÓ OBAMA PERO EMPIEZA UNA NUEVA BATALLA

Por Alfredo M. Cepero

Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse en pié", Presidente Abraham Lincoln, 16 de junio de 1858.
Los resultados de estas últimas elecciones presidenciales fueron una prueba incontrovertible de que los Estados Unidos son una nación dividida por una muralla cultural, ideológica y demográfica que, a primera vista, parece insalvable y  pone en peligro su supervivencia como nación libre, próspera y compasiva. A partir de la política de La Gran Sociedad, instaurada por Lyndon Johnson en la década de 1960, se dio inicio a una sicología de dependencia del ciudadano en el estado todopoderoso. Esta política, continuada por Nixon y por Carter hasta que fue revertida por Ronald Reagan, erosionó progresivamente la tradicional independencia del ciudadano frente al estado y la iniciativa para labrarse su propio destino. La dependencia se hizo la regla y la independencia la excepción. 

Como consecuencia, por el solo hecho de haber nacido, o hasta de residir en este país, sus habitantes se han acostumbrado a recibir  beneficios gubernamentales que crean una igualdad artificial quitándole a los productores para mantener a  consumidores que se niegan a producir. El resultado ha sido la entrega de la libertad ciudadana a cambio de la seguridad personal y ambas están en crisis. 
Otro síntoma ominoso es el predominio de valores materialistas y seculares sobre la religiosidad y la espiritualidad, que sirvieron de base a la gran nación norteamericana. La gente ya no se casa, se apareja. En los últimos diez años, el 23 por ciento de los niños nacidos en Estados Unidos lo han hecho fuera de matrimonio, con cifras más alarmantes entre las minorías negra e hispana. Y según Planned Parenthood, 42 millones de fetos son abortados todos los años en este país.
Por otra parte,  quienes se casan se divorcian a la primera señal de discordia con el resultado de que el 50 por ciento de los matrimonios terminan en divorcio. La razón para este lamentable estado de cosas quizás resida en el hecho de que el 25 por ciento de los habitantes de este país no asiste a culto de ninguna denominación religiosa. Las cifras que hemos citado son alucinantes y el panorama futuro desolador pero, para cambiar este rumbo suicida hacia el precipicio, es necesario confrontar estas realidades.
En cuanto al factor demográfico, los Estados Unidos ya no son la sociedad en gran medida homogénea de inmigrantes procedentes de la Europa nórdica sino una mezcla de razas y culturas representadas por inmigrantes procedentes de regiones meridionales del globo. El marrón y el negro de habitantes de zonas más templadas están alcanzando en número al blanco de los europeos de principios del siglo XX. El predominio y hasta la supervivencia de cualquier partido político en este país estará en relación directa con su habilidad para atraer a esos nuevos ciudadanos. Sobre todo, de no caer en el error, señalado en forma brillante por José Ortega y Gasset, de "mirar a los hombres de razas más templadas como hombres de mala catadura".
Desde hace medio siglo, el Partido Demócrata se ha dado a la tarea de cultivar el favor  de esos segmentos de la población con mucha mayor habilidad que el Partido Republicano. Les ha otorgado beneficios a cambio de incondicionalidad a la hora de emitir su voto. La llegada de Barack Obama fue una especie de lotería electoral para el Partido Demócrata. Había creado las condiciones, preparado el mensaje   y ahora tenía el mensajero elocuente y fluido para llevarlo a un público receptivo. Todo esto explica, en parte, la pateadura inesperada que recibió Mitt Romney en este 6 de noviembre que pasará a la historia como el momento más vergonzoso de un Partido Republicano en franca decadencia.
La otra parte de la pateadura fue culpa de Romney y de Sandy. Después del brillante desempeño de Romney en el primer debate, el gobernador decidió actuar con cautela para proyectar una imagen moderada que resultara atractiva a los independientes y al bloque de votos femeninos. Pero, en mi opinión, fue demasiado cauteloso. Por ejemplo, no denunció en los dos próximos debates el encubrimiento por parte de Obama de la masacre de cuatro norteamericanos en Benghazi, no insistió en la debacle del déficit y el presupuesto, no atacó el Obamacare y no dio suficiente independencia a Paul Ryan para denunciar las marañas presupuestarias del presidente.
Y, en cuanto a Sandy, no podemos culpar a Romney pero si al sarcástico, desbocado y vociferante gobernador de New Jersey. Con sus elogios y su abrazo a Obama, Chris Christie le regaló al presidente, el más partidista de los últimos años, la imagen bipartidista que no pudo haber comprado con 10 millones de dólares de propaganda. Con ese regalo, Christie le dio a Obama un segundo aire en la etapa final y crítica de la campaña y, por lo tanto, se ha convertido en una  estrella caída del firmamento de un Partido Republicano al que no tiene regreso.
El partido, por su parte, tiene ante sí una gigantesca tarea de actualizar su mensaje, rediseñar su estrategia y reestructurar sus cuadros dirigentes. Porque un partido que no fue capaz de derrotar a un presidente que ha multiplicado la deuda, aumentado el desempleo, asfixiado a la empresa privada, defraudado al fondo de Medicare, debilitado la imagen internacional de los Estados Unidos y atentado contra la libertad religiosa, para mencionar solo unos cuantos entuertos, ha perdido toda credibilidad y hasta razón de existir.
El primer paso es traer nuevas caras y doblar las páginas obsoletas de los dos Bush, de McCain y de Romney. Todos personas decentes y consumados patriotas pero ubicados a la izquierda de la corriente que predomina actualmente en el partido y en el movimiento conservador representado por el Tea Party. Ofrecer un papel protagónico en el partido a nuevas estrellas como el candidato a la Vicepresidencia Paul Ryan, los senadores Marco Rubio, Ted Cruz, Kelly Ayote y Rob Portman, los gobernadores Scott Walker, Bobby Jindal, Brian Sandoval, Nikki Haley y Susana Martínez y, aunque ya conocida pero siempre inspiradora y combativa, la ex candidata a la vicepresidencia Sarah Palin. Ellos serán los portadores del estandarte republicano en los encuentros del 2014 y 2016. El Partido Demócrata no cuenta con un alineamiento similar de figuras cimeras.
El siguiente paso es crear equipos de trabajo con la misión de diseñar estrategias que resulten atractivas a las minorías políticas y a las mujeres que, como todos sabemos, no son minoría sino mayoría en lo relativo a su asistencia a las urnas. El equipo de trabajo sobre los hispanos contaría con la participación los ya mencionados. En el caso de la minoría de raza negra, el partido cuenta con figuras del colorido y de la inteligencia de los congresistas Allen West y Tim Scott, del empresario Herman Cain, del ex embajador Alan Keys, de la alcaldesa Mia Love y del ex-congresista J.C. Watts.
Pero estas medidas no pueden ser pospuestas  porque el 2014 está literalmente a la vuelta de la esquina y los demócratas están esperando el contragolpe republicano. Lo que está en juego es la supervivencia del experimento americano iniciado en 1776 en Filadelfia que ha promovido el desarrollo de una nación donde buscan refugio y oportunidad hombres y mujeres de todo el mundo. No se puede permitir que, en el 2016, Obama sea sustituido por otro miembro de su partido que promueva su misma ideología de la dependencia y la mediocridad.
Esta última victoria de Obama fue una victoria para quienes creen que el estado está más calificado que los padres para criar niños, que prefieren a los sindicatos de maestros antes que la educación de sus alumnos, que están ilusoriamente convencidos de que si los Estados Unidos se arrodillan ante sus enemigos el terrorismo y la guerra van a desaparecer con la velocidad de las lágrimas en los rostros de los artistas de Hollywood que financian las campañas del presidente.
Este no es el momento de retroceder. No es el momento de esconderse. No es el momento de dejarse intimidar. Es el momento de unir talentos y energías para comenzar la larga marcha hacia la restauración de la identidad nacional. Como dijo el capitán John Paul Jones a unos ingleses que le conminaban a rendirse: "Todavía no he empezado a pelear" . Es el momento de luchar sin descanso por la verdad, la justicia y los valores tradicionales americanos.

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