Hipocresía y política
Nos estamos refiriendo a la carrera electoral y
no a la ciencia política tal como lo manifiesta José Nicolás Matienzo
en su tratado de derecho constitucional. Este es el sentido del
pensamiento de Hannah Arendt cuando escribe que “Nadie ha puesto en duda
que la verdad y la política están más bien en malos términos y nadie,
que yo sepa, ha contado a la veracidad entre las virtudes políticas”.
Incluso el común de los mortales tiende a justificar las mentiras de los
políticos cuando se resigna y exclama “y bueno, es político”. No hay
ciudad en la que no aparezcan grandes carteles de políticos en campaña
afirmando entre amplias sonrisas que ahora todo será distinto, que esta
vez “habrá justicia y seguridad y se eliminará la corrupción”. Esto me
recuerda una frase que invito a los lectores a que conjeturen quien
puede ser el autor antes de que revele el nombre correspondiente: “Donde
no se obedece la ley, la corrupción es la única ley. La corrupción está
minando este país. La virtud, el honor y la ley se han esfumado de
nuestras vidas”. ¿De quien es esto, dicho y escrito en letras de molde?
Pues nada menos que de Al Capone en entrevista publicada en la revista
Liberty el 17 de octubre de 1931, lo cual pone al descubierto cierto
paralelo con lo que venimos diciendo.
Por esto es que toda la
tradición liberal desconfía grandemente del poder y apunta al
establecimiento de severos límites al Leviatán “al efecto de que haga
el menor daño posible” como nos dice Karl Popper al oponerse a la visión
ingenua y sumamente peligrosa del “filósofo rey” de Platón. Por eso, en
esta instancia del proceso de evolución cultural, es que el liberal
permanentemente propone nuevas vallas al poder que siempre se intentan
sortear por parte de los gobernantes. Por todo esto es que Ernst
Cassirer sostiene que nunca se llegará a una instancia definitiva en
política y que “los politólogos del futuro nos mirarán tal como hoy mira
un químico moderno al un alquimista de la antigüedad”. Pero se suele
caer en la trampa y confiar en los políticos una y otra vez, es como
aconsejaba el periodista inglés Claud Cockburn: “no creas nada hasta que
no haya sido oficialmente desmentido”.
En realidad todo el
problema surge porque se piensa que es más fácil que los gobernantes
dirijan las vidas y manejen las haciendas de los gobernados en lugar de
dejar que cada uno lo haga por si mismo en un proceso de coordinación
espontánea en el que se respeta el conocimiento fraccionado y disperso
en lugar de concentra ignorancia en ampulosas juntas de planificación
estatal. Salvando las distancias, también resulta contraintuitivo lo que
asevera Meiklejohn en su tratado de literatura inglesa de 1928 cuando
explica que es más fácil escribir poesía que hacerlo en prosa, a pesar
de que al lego le parezca que es como decir que es posible correr antes
de aprender a caminar. El verso es lo primero que apareció en la
historia de la literatura puesto que no solo es más sencillo de retener
al efecto de trasmitir de boca en boca sino que era lo que primero
servía para animar fiestas y alegrar las calles, además de lo que señala
Borges en cuanto a que es más fácil debido a que se coloca el texto en
una métrica y no se larga al vacío en una cadencia sin reglas fijas (mil
años antes de Cristo los escritos atribuidos a Homero están estampados
en forma de poesía, incluso antes de que la Biblia comenzara a
componerse después del cautiverio de Babilonia).
A pesar de que se
repiten los estrepitosos fracasos del socialismo, sigue en pie la
triada Antonio Gramsci (sobre educación), Edward Bernstein (sobre los
procesos electorales) y Rosa Luxemburg (sobre la aplicación a nivel
internacional). A pesar de ello, sigue vigente la influencia de Sorel
con su sindicalismo intimidatorio y violento y de Jacques Maritain con
su cristianismo crítico de la institución de la propiedad privada y sus
denuestos al capitalismo y a la tradición de pensamiento liberal.
Tal
vez pueda ilustrarse la hipocresía a la que aludimos con un par de
ejemplos de estos tiempos y referidos a un mismo asunto para no abundar
en otros casos también de resonancia mundial. Acaba de salir a la luz
que el general de la policía Mauricio Santoyo Velazco era
narcotraficante mientras actuaba como jefe de seguridad de Álvaro Uribe
quien, como presidente colombiano, se enfrentó en encarnizadas trifulcas
con las mafias de las drogas, y el general Hugo Banzer, mientras
ejercía la presidencia de Bolivia y recibía cuantiosos fondos del
gobierno estadounidense para combatir las drogas, era narcotraficante
junto a su hermano e hijastro.
El problema de las hipocresías
políticas es que se intentan disimular por medio de las reiteradas e
incondicionales alabanzas de los cortesanos que suelen rodear al poder.
En este sentido, es oportuno citar a Erasmo quien se preguntaba “¿Qué os
puedo decir que ya no sepaís de los cortesanos? Los más sumisos,
serviles, estúpidos y abyectos de los hombres y, sin embargo, quieren
aparecer en el candelero”. No resulta tarea sencilla el penetrar en las
espesas capas de los alcahuetes que adulan a los gobernantes debido a la
prédica autoritaria que acepta que los políticos en campaña halagan a
los votantes potenciales pero cuando asumen tratan a los gobernados como
si fueran sus empleados en lugar de comprender que el asunto es
exactamente al revés, situación que abre las puertas a la hipocresía y
al engaño permanente.
En el teatro, la música, la literatura y el
cine hay infinidad de ilustraciones sobre este problema. Mozart puso
expresó los abusos del poder en Las bodas de Fígaro de Beaumarchais
(puesto preso por el rey y censurada su obra) y Hernich Böll describió
magníficamente el doble discurso en Opiniones de un payaso. Es bueno
repasar el eje central de la producción cinematográfica de Woody Allen
titulada Zelig al efecto de comprobar la técnica genuflexa de adaptarse a
todas las circunstancias con un abandono total de valores y principios.
Pero es que en esta instancia del proceso de evolución cultural la
política debe sustentarse en los cambiantes gustos de las mayorías
circunstanciales, por eso es que Ortega y Gasset consignó en el sexto
tomo de El espectador que “No hay salud política cuando el gobierno no
gobierna con la adhesión de las mayorías sociales. Tal vez por esto la
política me parece siempre una faena de segunda clase”. Y es que el
consiguiente y persistente zigzagueo de los políticos hace que autores
como Guillermo Cabrera Infante escriba que “la política es una de las
formas de amnesia”.
Y como apunta Murray Rothbard, resulta por lo
menos ingenuo -en verdad muy tonto- el afirmar que “el gobierno somos
todos, en cuyo caso deberíamos sostener que los judíos no fueron
asesinados por los nazis sino que se suicidaron en masa”. Por su parte,
en su magnífica obra El mediterráneo Emil Ludwig escribe que “Las obras
de la mente y del arte sobreviven a sus creadores, pero las acciones de
los reyes y estadistas, papas, presidentes y generales cuyos nombres
llenan algunos períodos de la historia, perecen con sus autores o poco
después de ellos”.
Estimamos que lo primero para mitigar y atenuar
el problema de los políticos consiste en abandonar el absurdo y
rastrero trato de “excelentismo” y “reverendísimo” a quienes ocupan
circunstancialmente el gobierno lo cual tiende a invertir los roles de
empleado-empleador y, en segundo lugar, ejercitar las neuronas al efecto
de introducir nuevos y renovados límites para evitar los atropellos del
Leviatán y exigir transparencia en los actos de gobierno y auditoría de
su gestión en el contexto de marcos institucionales que aseguren y
garanticen las autonomías individuales de los gobernados. Se trata de
una faena permanente puesto que como han dicho y repetido los Padres
Fundadores en Estados Unidos “el precio de la libertad es su eterna
vigilancia”. Todo esto mientras continúan los debates sobre otros
paradigmas referidos a la pretendida refutación de los argumentos
convencionales sobre los bienes públicos, el dilema del prisionero y el
significado de la asimetría de la información, puesto que nunca se
llegará a una meta final en lo que es un intrincado proceso de
corroboraciones siempre provisorias.
En todo caso debe subrayarse
que en esta instancia del proceso de evolución cultural los ejes
centrales de la República son la protección al derecho (más conocida
como igualdad ante la ley) y la alternancia en el gobierno, puesto que
la llamada división horizontal de poderes se torna en algo sumamente
gelatinoso cuando ha avanzado lo suficiente el espíritu autoritario: los
tres poderes tiene iniciativa propia en cuanto a la liquidación de la
sociedad abierta y las informaciones y trasparencia de los actos de los
integrantes del aparato estatal se convierten en una mera contienda de
estadísticas y hechos falsos.
Es de esperar que las verdades sobre
los abusos de poder surjan sin tapujos pues como reza el dicho popular
“no se puede tapar el sol con la mano”, que para decirlo en forma mucho
más poética lo cito a Pablo Neruda (aunque no es mi referente favorito,
especialmente por sus cantos de admiración al asesino Stalin): “se
podrán cortar todas las flores, pero no se podrá detener la primavera”.
A
diferencia de Neruda y Bertolt Brecht que abdicaron de su dignidad para
rendirle pleitesía al criminal de marras, Ossop Mandelstam murió en
cautiverio en un campo de concentración soviético por haberse plantado
con un poema que en parte reza así: “Una chusma de jefes de cuellos
flacos lo rodea/infrahombres con los que él se divierte y juega/Uno
silva, otro maulla, otro gime/Solo él parlotea y disctamina/Forja ukase
tras ukase como herraduras/A uno en la ingle golpea, a otro en la
frente, en el ojo, en la ceja”. Desde este pequeño rincón le rindo
sentido homenaje a este poeta de ejemplar coraje moral que puso en
evidencia una de las tantas hipocresías que rodean a los tristemente
célebres megalómanos de todos los rincones del planeta.
Que gran
paradoja (por no decir que gran estupidez) resulta -dice Spencer en El
exceso de legislación- que se siga confiando en los aparatos de la
fuerza cuando, por un lado, son deficientes en la administración de la
justicia y más bien atacan a las personas eficientes y, por otro, se
observa que los privados y no los burócratas son los responsables de
todas las innovaciones en la agricultura, en la industria, en los
seguros, de haber surcado mares, de haber comunicado lugares remotos, de
la electricidad, de la refrigeración, de las artes, de la música, de
las arquitecturas colosales, de los avances en la medicina, la
alimentación y tantas otras maravillas. Tiene razón Alberdi cuando
escribe sobre el gran empresario William Wheelwright que las estatuas,
los nombres de calles y similares no deberían estar dedicados a
militares y gobernantes que poner palos en la rueda y, en su lugar,
instalar las estampas de pioneros-empresarios, es decir, creadores de
riqueza (y combatir a los que se disfrazan de empresarios pero, por ser
amigos del poder, amasan fortunas fruto del privilegio y la explotación
de consumidores incautos).
Solo las ideas compatibles con una
sociedad abierta permiten el progreso moral y material, de allí la
importancia de la educación. Por eso resulta tan ilustrativo (y
conmovedor) lo dicho por Paul Groussac refiriéndose al destacado
argentino José Manuel Estrada: “Lo que él ha sido y ha querido ser, por
excelencia, es un profesor, un conductor de almas y excitador de
espíritus”. Por otra parte, en la época de la masiva carnicería humana
parida en tierras stalinistas y copiada con entusiasmo en Alemania,
Sophie Scholl, a los 22 años de edad, cuando iba en camino al patíbulo
para ser decapitada por haber establecido el movimiento anti-nazi Rosa
Blanca, se preguntaba en voz alta “¿cómo puede esperarse que el bien
prevalezca cuando prácticamente nadie se entrega al bien?”
1 comentario:
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