por Aaron Ross Powell y Trevor Burrus
Aaron Ross Powell es académico de investigaciones en el Cato Institute y editor de Libertarianism.org, un proyecto del Instituto.
Trevor Burrus esun asociado legal del Centro para Estudios Constitucionales del Cato Institute.
Incluso si tratamos de ignorarla, la política
influye en gran parte de nuestro mundo. Para los que prestan atención,
la política invariablemente lidera en los periódicos y noticieros
televisivos y se discute, o grita, en dondequiera que se reúne la gente.
La política puede tener mucho peso en la formación de amistades, la
elección de enemigos y en determinar a quienes respetamos.
No es difícil entender por qué la política juega un papel tan
importante en nuestras vidas: La toma de decisiones políticas cada vez
más determina gran parte de lo que hacemos, y cómo estamos autorizados
para hacerlo. Votamos acerca de lo que nuestros hijos aprenderán en la
escuela y de la forma en que se les enseñará. Votamos acerca de lo que
se le permite beber, fumar y comer a la gente. Votamos acerca de qué
personas están autorizadas para casarse con quien aman. En este tipo de
decisiones cruciales de la vida, así como en un sinnúmero de otras, le
hemos dado a la política un impacto sustancial en la dirección de
nuestras vidas. No es de extrañar que sea tan importante para tantas
personas.
Pero, ¿realmente queremos vivir en un mundo donde la política es tan
importante para nuestra vida que no podemos dejar de involucrarnos
políticamente? Muchos, tanto de izquierda y de derecha, responden
afirmativamente. Una ciudadanía políticamente comprometida no solo
tomará decisiones de una forma más democrática sino que también serán
mejores personas por ello. Desde los comunitarios a los
neoconservadores, hay una sensación de que la virtud cívica es la virtud
—o al menos que individualmente no podemos ser completamente virtuosos
sin ejercer una participación política sólida. La política, cuando está
lo suficientemente ilimitada por un sistema de gobierno activamente
democrático, nos hace mejores personas.
Sin embargo, la envergadura cada vez mayor de la política y de la toma
de decisiones a través del proceso político en EE.UU. y otras naciones
occidentales tiene precisamente el efecto contrario. Es malo para
nuestras políticas y, de igual importancia, es malo para nuestras almas.
La solución es simple: Cuando surgen dudas acerca de si el alcance de
la política debería ampliarse, debemos ver desde una perspectiva
realista los efectos que la política misma tiene sobre la calidad de las
decisiones y sobre nuestra propia virtud.
La política toma un espectro de opciones y las convierte en un pequeño
grupo de resultados distintos, a menudo solo dos. O este sujeto es
elegido, o este otro. O bien, una determinada política se convierte en
ley, o no. Como resultado, las decisiones políticas importan muchísimo
para los más afectados. Una pérdida electoral es la pérdida de una
posibilidad. Estas elecciones entre blanco y negro significan que la
política a menudo generará problemas que antes no existían, tal como el
"problema" de si nosotros —como comunidad, como nación— le enseñaremos a
los niños sobre la creación o sobre la evolución.
Curiosamente, muchos creen que la toma de decisiones políticas es una
manera igualitaria de permitir que todas las voces sean escuchadas. Casi
todo el mundo puede votar, después de todo, y como nadie tiene más de
un voto, el resultado parece justo.
Sin embargo, los resultados en la política casi nunca son justos. Una
vez que las decisiones se trasladan al proceso político, los únicos
ciudadanos que pueden afectar los resultados son aquellos con suficiente
poder político. Las minorías más desfavorecidas se vuelven aquellas
cuyas opiniones son demasiado raras para registrarse en el radar
político. En una elección con miles de votantes, un político es prudente
al ignorar las quejas de las cien personas cuyos derechos han sido
pisoteados dado lo improbable que es que esos cien determinen el
resultado.
El aspecto blanco-negro de la política también impulsa a las personas a
pensar en términos blanco-negro. No solo surgen los partidos políticos,
sino que sus partidarios se asemejan a los fanáticos del deporte, a las
familias en discordia, o estudiantes de escuelas secundarias rivales.
Los matices en las diferencias de opiniones son intercambiados por
dicotomías rígidas que son en gran medida fabricaciones. Por lo tanto,
obtenemos el partido "no regulación, odio al medio ambiente y odio a los
pobres" y el partido "socialista, estado-niñera, odio a los ricos" —y
las discusiones rara vez son más profundas que esto.
La política así no es mejor que las discusiones entre los aficionados al
deporte, y a menudo peor porque la política tiene una mayor carga
moral. La mayoría de los estadounidenses se ha comprometido ya sea con
el equipo rojo (republicanos) o el equipo azul (demócratas) y los del
otro equipo no solamente son sus rivales, sino que también representan
casi todo lo malo del mundo. La política a menudo empuja a sus
participantes a un conflicto interno sin sentido, conforme luchan contra
el otro sujeto, no sobre las diferencias legítimas en opiniones acerca
de políticas públicas, sino en una batalla apocalíptica entre la virtud y
el vicio.
¿Cómo puede ser posible? Los republicanos y los demócratas tienen
opiniones completamente dentro del ámbito del discurso político
aceptable, con posiciones que cuentan con el apoyo de casi la mitad de
nuestros ciudadanos. Si podemos ver más allá de las cortinas
partidistas, ambos lados tienen puntos de vista sobre el gobierno y la
naturaleza humana que son al menos comprensibles para la gente normal y
de disposición normal —comprensible dado que "puedo entender cómo
alguien podría pensar eso". Sin embargo, cuando se añade la política a
la mezcla, las diferencias de opinión simples y modestas se convierten
en la diferencia de opinión entre los que quieren salvar a EE.UU. y los
que tratan de destruirlo.
Este comportamiento, aunque es terrible, no debería sorprendernos. Los
psicólogos han demostrado durante décadas cómo la gente suele
desplazarse hacia mentalidades de grupo que pueden hacer que se
comporten de manera hostil. Han demostrado cómo la fuerte identificación
con un grupo genera errores sistemáticos en el pensamiento. Sus
"compañeros de grupo" están sujetos a estándares menos exigentes de
competencia, mientras que en el otro equipo a menudo se presume que los
individuos actúan por motivos innobles. Esta es incluso otra manera en
que la política nos hace peores: Mutila nuestro pensamiento crítico
acerca de las opciones que se nos presentan.
Lo preocupante acerca de la política desde una perspectiva moral no es
que fomente la mentalidad de grupo, muchas otras actividades fomentan
una mentalidad de grupo similar sin acarrear problemas morales
significativos. Más bien, es la forma en que la política interactúa con
la mentalidad de grupo, creando una retroalimentación negativa que
conduce directamente al vicio. La política, frecuentemente, hace que nos
odiemos unos a otros. La política nos anima a comportarnos en maneras
que, de suceder en un contexto diferente, nos repelerían. Ninguna
persona realmente virtuosa debe comportarse de la forma en que la
política a menudo nos hace actuar.
A pesar de que podamos ser capaces de alterar ligeramente cómo las
decisiones políticas se toman, no podemos cambiar la naturaleza esencial
de la política. No podemos alinearla con la visión utópica de las
buenas políticas y los ciudadanos virtuosos. El problema no son los
errores dentro del sistema, sino la naturaleza de la toma de decisiones
mediante el proceso político en sí. La única manera de mejorar tanto
nuestro mundo como a nosotros mismos —para promover buenas políticas y
la virtud— es abandonar, en la mayor medida posible, la política en sí.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario