La primera tarea de Obama tras su reelección es pactar un reajuste del presupuesto de EE UU para reducir el déficit
Aún bajo el shock del 6 de noviembre, el Partido Republicano en el Congreso ha enviado señales conciliadoras en vísperas de la primera y gran batalla después de las elecciones: la negociación de lo que se conoce como el abismo fiscal,
un reajuste del presupuesto de Estados Unidos para reducir el déficit y
evitar una crisis de un calibre similar a la dramática denominación que
se le ha dado.
El abismo fiscal es el indiscriminado recorte de gasto
público y subida de impuestos que entraría en vigor el próximo 1 de
enero en el que caso de que demócratas y republicanos no se pusieran de
acuerdo en un nuevo modelo presupuestario. De producirse, la economía de
EE UU estaría ante el riesgo de una recesión, la credibilidad de la
primera potencia económica se vería por los suelos y toda la economía
del mundo, que ya vive una fase de incertidumbre, podría recibir el
empujón definitivo hacia el desastre. En suma, en efecto, nos
encontramos ante un verdadero abismo.
Esta situación fue creada meses atrás, cuando, pensando entonces en las elecciones, ni los republicanos del Congreso ni la Casa Blanca fueron capaces de llegar a un pacto, y se limitaron a prorrogar el plazo de negociación hasta que hablasen las urnas. Los republicanos se negaron a cualquier solución que incluyese una subida de impuestos. Barack Obama se oponía a cualquier recorte del gasto sin aumentar los impuestos para los ricos.
En esas seguimos en este momento, con la diferencia de que las urnas ya han hablado y el mensaje que han dejado no es muy alentador para quienes propiciaban el extremismo de la oposición conservadora. El presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, que nunca perteneció a ese sector radical, se ha visto, de alguna manera, reivindicado ahora y trata de mostrar un rostro más colaborador de su partido. “Si hay mandato claro en los resultados electorales”, dijo Boehner, “es el de que tenemos que encontrar la forma de trabajar juntos. Mi mensaje hoy no es de confrontación sino de convicción”.
El tono, desde luego, no es el que se ha venido escuchando en Washington en los dos últimos años. Pero eso no garantiza el éxito de la negociación para evitar el “abismo fiscal”. En primer lugar, porque Boehner puede ser el presidente del Congreso, pero no es el líder del partido ni tiene capacidad de controlar a las huestes republicanas, que, recordemos, son las mismas elegidas en 2010, puesto que el relevo de los cargos no se produce hasta enero.
Al lado de Boehner está, por ejemplo, Eric Cantor, el número dos
del grupo de la oposición y un verdadero halcón en materia
presupuestaria, un enemigo acérrimo de los programas sociales y de los
impuestos. Detrás del él, muchos de los Tea Party que le dieron al
Capitolio ese tufo tan extremista que ha tenido hasta ahora.
Enfrente de ellos estará un presidente y un Partido Demócrata que sienten que su política ha sido refrendada por los electores y serán por ello, quizá, más inflexibles en el diálogo. “Creo que el mandato recibido está más cerca de nuestros puntos de vista sobre los impuestos”, ha declarado el vicepresidente, Joe Biden.
La negociación será difícil, además, por la propia complejidad del asunto a tratar. Uno de los temas sobre la mesa es el vencimiento en diciembre de la rebaja de impuestos aplicada durante la Administración de George Bush y que Obama quiere eliminar. Es más, es una de las promesas de su campaña electoral: eliminar los beneficios fiscales para los ingresos superiores a los 250.000 dólares anuales. Si los republicanos, como ha sugerido Boehner, aceptan eso, más otros impuestos menores dedicados a financiar la reforma sanitaria, la Casa Blanca podría aceptar la revisión de los más costosos programas sociales, especialmente el de ayudas sanitarias a los pensionistas (Medicare).
Si ese acuerdo no se produce, junto a toda la catástrofe anticipada, EE UU tendría que reducir de golpe y de forma indiscriminada, entre recortes e impuestos, más de 650.000 millones de su presupuesto, un 4% de su Producto Interior Bruto.
De no llegarse a un acuerdo, la economía de EE
UU estaría ante el riesgo de una recesión, la credibilidad de la primera
potencia económica se vería por los suelos y toda la economía del mundo
podría recibir el empujón definitivo hacia el desastre
Esta situación fue creada meses atrás, cuando, pensando entonces en las elecciones, ni los republicanos del Congreso ni la Casa Blanca fueron capaces de llegar a un pacto, y se limitaron a prorrogar el plazo de negociación hasta que hablasen las urnas. Los republicanos se negaron a cualquier solución que incluyese una subida de impuestos. Barack Obama se oponía a cualquier recorte del gasto sin aumentar los impuestos para los ricos.
En esas seguimos en este momento, con la diferencia de que las urnas ya han hablado y el mensaje que han dejado no es muy alentador para quienes propiciaban el extremismo de la oposición conservadora. El presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, que nunca perteneció a ese sector radical, se ha visto, de alguna manera, reivindicado ahora y trata de mostrar un rostro más colaborador de su partido. “Si hay mandato claro en los resultados electorales”, dijo Boehner, “es el de que tenemos que encontrar la forma de trabajar juntos. Mi mensaje hoy no es de confrontación sino de convicción”.
El tono, desde luego, no es el que se ha venido escuchando en Washington en los dos últimos años. Pero eso no garantiza el éxito de la negociación para evitar el “abismo fiscal”. En primer lugar, porque Boehner puede ser el presidente del Congreso, pero no es el líder del partido ni tiene capacidad de controlar a las huestes republicanas, que, recordemos, son las mismas elegidas en 2010, puesto que el relevo de los cargos no se produce hasta enero.
Si hay mandato claro en los resultados electorales es el de que tenemos que encontrar la forma de trabajar juntos"
John Boehner
Enfrente de ellos estará un presidente y un Partido Demócrata que sienten que su política ha sido refrendada por los electores y serán por ello, quizá, más inflexibles en el diálogo. “Creo que el mandato recibido está más cerca de nuestros puntos de vista sobre los impuestos”, ha declarado el vicepresidente, Joe Biden.
La negociación será difícil, además, por la propia complejidad del asunto a tratar. Uno de los temas sobre la mesa es el vencimiento en diciembre de la rebaja de impuestos aplicada durante la Administración de George Bush y que Obama quiere eliminar. Es más, es una de las promesas de su campaña electoral: eliminar los beneficios fiscales para los ingresos superiores a los 250.000 dólares anuales. Si los republicanos, como ha sugerido Boehner, aceptan eso, más otros impuestos menores dedicados a financiar la reforma sanitaria, la Casa Blanca podría aceptar la revisión de los más costosos programas sociales, especialmente el de ayudas sanitarias a los pensionistas (Medicare).
Si ese acuerdo no se produce, junto a toda la catástrofe anticipada, EE UU tendría que reducir de golpe y de forma indiscriminada, entre recortes e impuestos, más de 650.000 millones de su presupuesto, un 4% de su Producto Interior Bruto.
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