29 noviembre, 2012

Los retos que vienen

Los retos que vienen

Diódoro Carrasco Altamirano

Enrique Peña Nieto tomará posesión de la Presidencia de la República este sábado primero de diciembre en un ambiente en el que, de acuerdo con la última encuesta de Ulises Beltrán y Asociados, no parece haber gran júbilo en la población ni muchas expectativas acerca de lo que puede hacer el nuevo presidente para encarar la actual situación.

Según dicha encuesta, 58 por ciento de la población manifiesta escepticismo en torno a si el Ejecutivo entrante tendrá un mejor desempeño que el saliente.

 
Sin embargo, este ambiente de escepticismo puede cambiar rápido y radicalmente si se materializa la agenda de reformas y acciones comunes entre los tres principales partidos nacionales, PRI, PAN y PRD.


Las noticias hablan de que el proceso, manejado con sigilo y gran sentido político, va bien y avanzando, con las naturales discrepancias al seno de algunos partidos, que aun no se despojan de las señas y actitudes de la batalla electoral recién concluida. En todo caso, la negociación en curso muestra el camino por el que hay que transitar durante el ejercicio de gobierno y en su relación con las fuerzas políticas diversas.


En este contexto, ¿cuáles serían algunos de los principales retos del presidente Peña Nieto?


El primero, lograr eficacia en materia de seguridad pública. Hoy, el Senado seguramente aprobará la minuta por la que se formalizan los cambios que el presidente electo demandó en aras de la eficiencia y la gobernabilidad, en particular las nuevas facultades e instrumentos de la Secretaría de Gobernación.


En este tema no hay soluciones mágicas, pues los problemas son muy complejos y vienen de tiempo atrás. Por eso, hay que abrirle paso a acciones que muestren, sin ninguna duda, el férreo compromiso del nuevo gobierno con la seguridad y la gobernabilidad democrática. Acciones rápidas y contundentes contra el lavado de dinero, reducción drástica de los secuestros y control de los penales, dirán más que mil palabras.


En segundo lugar, parece urgente la coordinación y cooperación con los gobernadores. Ante los funestos saldos que deja una generación de gobernadores llegados al poder en coincidencia con la alternancia de 2000, que dieron origen al concepto de feuderalismo (nepotismo, desorden administrativo y financiero, elevada deuda pública, omisión o complicidad con grupos criminales, etcétera), el reto es reordenar y alinear esta relación, para implementar programas y políticas públicas que garanticen un gobierno eficaz y transparente.


Tercero, el asunto educativo. Gran tema y gran preocupación. Talón de Aquiles del desarrollo económico y cívico. Una educación prácticamente secuestrada por un poderoso sindicato que tiene a su vez ramales delirantes que, en estados como Oaxaca, Michoacán y Guerrero, han hecho que predominen facciones magisteriales que deliberadamente confunden la agenda educativa con la agenda política y gremial, convirtiéndose en ariete para la provocación, el chantaje y la desestabilización.


El Estado debe retomar, sin duda, la rectoría del desarrollo educativo, especialmente en lo que hace a la educación básica.


Cuarto, ¿qué hacer con Pemex? De nueva cuenta: la principal industria del país, propiedad del Estado, está sometida, por un lado, a los caprichos, demandas y privilegios de un poderoso sindicato, así como grupos nacionalistas trasnochados, que obstaculizan, bloquean y finalmente impiden que la riqueza petrolera sea plenamente aprovechada por la nación. Y por otro, a la asfixia presupuestal y financiera resultado de un modelo fiscal claramente inoperante que exige cambios profundos.


Quinto, las acechanzas económicas del exterior, específicamente el riesgo del abismo fiscal de los norteamericanos y la violenta crisis del euro. El gobierno de Calderón deja una situación estable y manejable, en términos financieros y en su relación con el exterior. El nuevo gobierno deberá tener la capacidad no solo de no estropear esta situación, sino incluso mejorarla.


Sexto, el equipo de gobierno. México es un país muy complejo. La historia reciente ha demostrado que no basta con las buenas intenciones, como fue el caso de un gobierno con gabinete Montessori y sin sentido de equipo; la respuesta tampoco reside en un gabinete de cuates leales y sumisos sin formación política ni experiencia gubernamental.


Afortunadamente, el país, sus instituciones educativas y públicas, han producido generaciones de servidores públicos que acreditan, con suficiencia, capacidad, experiencia y lealtad a las instituciones.


La definición del gabinete presidencial será la primera y gran decisión que tendrá enorme influencia en la manera en que se encare el conjunto de los retos nacionales y, más de inmediato, para empezar a revertir el justificado escepticismo popular.



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