Otra vez adiós o la huida infinita
Por Carlos Alberto Montaner
El Nuevo Herald
“¿Por qué ha escrito Otra vez adiós?” –me preguntó el periodista.
El Nuevo Herald
“¿Por qué ha escrito Otra vez adiós?” –me preguntó el periodista.
Le respondo.
El
suceso fundamental del siglo XX fue la Segunda Guerra mundial con sus
sesenta millones de muertos, cientos de ciudades pulverizadas por las
bombas y enormes muchedumbres lanzadas al destierro para salvar la vida.
La muerte nunca había alcanzado esas abominables proporciones.
El
mayor horror de ese episodio fue el Holocausto. No ha habido en la
historia atrocidad mayor que la selección de un grupo étnico-religioso,
los judíos –y, en menor medida, los gitanos–, para exterminarlo
cruelmente en nombre de la superchería de la pureza racial.
Ése es
el telón de fondo de mi novela. Ahí se desarrolla la historia. He
querido contar la vida, mezclando la ficción y la realidad, de un judío
genial, el pintor David Benda, que muy bien pudo existir, quien le hacía
el último retrato a Sigmund Freud cuando el ejército alemán ocupaba
Austria en lo que sería el prólogo de la guerra que se avecinaba.
Freud
lo cuenta. Narra lo que fue la ocupación de Austria. Está muy adolorido
por el cáncer que le corroía la boca. Lo habían operado treinta y una
veces. Pero más sufre por el antisemitismo que se había apoderado de
muchos de sus compatriotas. Le han gritado “judío de mierda” a la salida
de un teatro. Sabe que tiene que huir. (Cuatro de sus hermanas morirán
en los campos de exterminio). A él y a su familia los salvará la
princesa y discípula Marie de Bonaparte. Pagará el cuantioso rescate.
David
Benda también tiene que escapar. Lo atacan las turbas hitleristas, pero
lo rescata una de las organizaciones de resistentes judíos que entonces
existieron. La de mi novela se llama Masada. Hubo varias. No es verdad
que todos los judíos fueron dócilmente al matadero. Algunos murieron
defendiéndose valientemente.
David pierde a su primer amor, jura
vengarse del asesino y marcha a una isla remota del Caribe a la que
entonces llegaban miles de judíos huyendo de la barbarie nazi. Llega a
Cuba a bordo del Saint Louis –el barco de los condenados– y es uno de la
media docena de pasajeros que logra desembarcar. Casi mil son devueltos
a Europa.
Fulgencio Batista aparece en el libro. Es el hombre fuerte de
esa época cubana. No llega a los 40 años. David lo retrata, conversa
con él y penetra en su compleja psicología. Entonce Batista era un
hombre de izquierda.
El pintor ve y vive la Segunda Guerra desde
La Habana, con los submarinos alemanes merodeando la Isla como si fueran
tiburones de acero en busca de barcos mercantes cubanos para
devorarlos.
David sale a cazarlos en el yate de un escritor
americano, Ernest Hemingway, sediento de aventuras. Llevan una
ametralladora calibre 30, unos cuantos fusiles y muchas botellas de ron.
Es una hermosa locura que algún día el novelista yanqui contará en uno
de sus libros.
No relató, sin embargo, otra historia fascinante:
la del extraño espía Luni, un agente alemán con papeles hondureños,
capturado y ejecutado en La Habana. De ese episodio me ocupo yo.
David
vuelve a enamorarse. Esta vez ama a una cubana muy especial,
inteligente, hermosa y con gran carácter. Ella viene del dolor de otros
fracasos. Ambos descubren la quieta felicidad de una rutina dulce y
exitosa.
Pero llega, otra vez, la violencia: la revolución comunista cubana les destroza, de nuevo, la vida, como a tantas personas.
David
tiene que volver a escapar. Estados Unidos es su inesperado destino.
Volver a Europa era impensable. Ese era un mundo ajeno y lleno de
horribles recuerdos.
El siglo XX, a lo largo de su vida, había
sido una sucesión de golpes, derribos y comienzos, como si le fuera
negado el milagro de la continuidad vital. Como si cada vida, en
realidad, fueran varias vidas atroces y distintas.
En Nueva York
vuelve a levantarse y vuelve a amar. No concibe la vida sin una
compañera. Echa raíces en la mujer que ama. Es otra mujer
extraordinaria, también sobreviviente del infortunio. La había conocido
muchos años antes, a bordo del Saint Louis. El destino, o lo que fuese,
se la devolvía llena de cicatrices, pero todavía bella y pletórica de
ilusiones y fantasías.
¿Por qué he escrito Otra vez adiós?
Porque es una gran historia, real y falsa, que contiene otras muchas
historias, reales y falsas, que vale la pena relatar. Porque es una
manera de desplegar ante los ojos de los lectores el terrible siglo XX.
Porque me gusta compartir con ellos todo aquello que es, creo,
memorable.
Tal vez, me temo, porque escribir es un impulso ciego e inexplicable. No lo sé.
Periodista
y escritor. Su última novela, Otra vez adiós, se presentó en la Feria
Internacional del Libro de Miami. Publicada bajo el sello SUMA de
Santillana.
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