27 noviembre, 2012

Relaciones humanas y personalidad

por Alberto Benegas Lynch (h)
Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Voltaire decía que “no hay mejor manera de quedar mal con todos que el pretender quedar bien con todos”. En realidad, el examen supremo de cada uno es el espejo: uno debe verse con la tranquilidad de consciencia de pensar y actuar según los parámetros del bien sin dejarse arrastrar por la opinión mayoritaria, ni de lo que está de moda, ni “lo políticamente correcto”. Al mismo tiempo, para llegar a las propias conclusiones es indispensable contar con una mente abierta que preste debida atención a contribuciones fértiles, incluso las que refutan lo que estimábamos conveniente.


Parece entonces que hubiera una tensión entre el pensamiento y la conducta que se considera correcta por un lado, y por otro la opinión y los procedimientos de muchos de los congéneres. Efectivamente, esto es así pero con buenos modales y adecuada educación  uno no debe torcer el rumbo con la intención de quedar bien puesto que así no solo se queda mal con la propia consciencia amputando la propia personalidad, sino que, en definitiva, como enseña Voltaire, se queda mal con otros ya que, en última instancia, no es respetada la conducta errática según vayan los vientos del momento. Esta es la gente “fácil” que se amolda a cualquier cosa aunque signifique la traición a valores y principios que el sujeto en cuestión sabe son los que corresponden.
Una vez consignado lo dicho, debe señalarse que para establecer relaciones con otras personas que no vulneran los referidos valores y principios sino que hacen a la convivencia, debemos interesarnos por lo que estima la persona o las personas con las que intentamos la relación. Dale Carnegie en el clásico Como ganar amigos e influir sobre las personas ejemplifica con la pesca: al pescador pueden gustarle las frutillas con crema pero el pez rechazaría esa carnada de modo que, si se quier lograr el objetivo, lo relevante es lo que le atrae al pez. En el mismo sentido, Adam Smith en La riqueza de las naciones escribe un conocido y muy citado párrafo donde alude al carnicero que no obtiene sus ingresos como consecuencia de hablar de sus gustos personales sino que se dirige a los intereses de su consumidor potencial.
Ya hemos escrito antes sobre el significado del individualismo que se traduce en el respeto a las autonomías de cada cual, en cuyo contexto se hace indispensable la cooperación social libre y voluntaria entre las partes al efecto de obtener beneficios recíprocos. Esto último incluye la necesidad de trabajar en equipo, lo cual requiere destreza y buena voluntad. Tom Morris en su obra titulada If Aristotle Ran General Motors que se refiere a la capacitación de la fundamentalísima área de recursos humanos en la empresa, muestra la compatibilización del individuo y el equipo basado en objetivos y metas compartidas. En este sentido escribe que “El trabajo en equipo no es la mentalidad del rebaño que conduce a caminos que se siguen servilmente en direcciones equivocadas, subrayando la conformidad y la obediencia ciega a ordenes autoritarias. Es precisamente lo opuesto, consiste en un estado mental y procederes en los que los individuos se asocian con sus colegas para llevar a cabo tareas que no pueden realizar en soledad […] una apertura mental y un deseo de mutua corrección y aprendizaje […] que fuerzan a pensar distinto a lo rutinario”. Esta “diversidad en unidad” que postula Morris la efectúa en el contexto de un concepto de competencia muy productivo dentro de la empresa, cual es el competir con uno mismo: todos los días tratar de ser mejor que el día anterior, y en esta línea argumental tener en cuenta que no significa mucho simplemente ser mejor que el vecino.
Para ser mejor persona y estar en condiciones de colaborar en equipo es necesario domar y cultivar la propia personalidad. Laura Schlessinger nos dice en How Could You do That? The Abdication of Character, Courage and Consciense que “preguntar que sentido tiene la vida revela que no se le otorga sentido puesto que no es la vida que da sentido al hombre sino éste a la vida” y cita un autor anónimo quien concluye de este modo sus observaciones: “Vigile sus pensamientos porque se convierten en palabras. Vigile sus palabras porque se convierten en actos. Vigile sus actos porque se convierten en hábitos. Vigile sus hábitos porque se convierten en su carácter. Vigile su carácter porque se convierte en su destino”. El mensaje bíblíco reza que somos nuestros pensamientos, de modo que para resumir los consejos del autor anónimo y saltearnos las etapas intermedias, los pensamientos de cada cual se convierten en su particular destino.
Al mismo tiempo, para el trabajo en equipo o para cualquier intercambio con el prójimo se hace necesario dedicar el suficiente empeño a la buena comunicación. Como las mentes no trabajan como un scaner en el sentido de recibir mensajes tal cual fueron enviados, hay un proceso de interpretación según sea el esqueleto conceptual del receptor y del emisor. Por eso es que especialistas en hermenéutica y profesores de oratoria ponen tanto énfasis y esmero en la importancia de la buena comunicación al efecto de evitar malos entendidos y, consecuentemente, sortear problemas en las relaciones interpersonales.
John Powell, al aludir a la comunicación en Will the Real Me Please Stand Up? parte del texto inserto en el primer acto de la tercera escena de Hamlet donde Polonio asevera que “Esto antes que nada: sed honesto contigo mismo” y a continuación Powell escribe que “es obvio que si no me digo a mi mismo la verdad, no puedo decirle la verdad a otro. No puedo decirle a otro lo que no me digo a mi mismo […] Si me estoy traicionando, naturalmente traicionaré a otros”.
Del mismo modo que una persona que se odia a si misma es incapaz de amar a otra (puesto que amar produce deleite al sujeto que ama como meta final del amor, y el medio es hacer el bien al amado), de la misma manera, para lograr buen contenido en la  comunicación sincera y abierta, se requiere que quien comunica, como condición para estimar al destinatario debe estimarse a si mismo. Nathaniel Branden en Honoring the Self  sostiene que “la barrera más potente para la felicidad es suponer que la propia felicidad no es un objetivo loable” en cuyo análisis distingue claramente el individualismo que separa del narcisismo que considera bloquea la posibilidad de cooperación y, por tanto, de mejora del propio narcisista. Decimos nosotros que en este tema puede establecerse un correlato con el llamado “autoabastecimiento” forzoso de cierto bien en cierto país, lo cual niega las bases del comercio ya que encarece la producción y, consecuentemente, reduce el nivel de vida de los “autoabastecidos”. El intercambio interindividual descansa en la complementariedad y las ventajas y conocimientos cruzados y no en el narcisismo pretendidamente autoabastecedor. Esta es la razón de ser de la vida en sociedad. La cooperación social mejora las condiciones espirituales y materiales de vida.
Lo dicho no significa condenar a quien desea mantenerse aislado. Todas las conductas que no afecten derechos de tercero deben ser respetadas, San Pedro de Alcántara, por ejemplo, era un asceta que decidió recluirse en soledad a rezar sin establecer contacto con sus congéneres. Carl Rogers en su libro On Becoming a Person subraya la complejidad del proceso vital por lo que aconseja “simplemente ser uno mismo y dejar que otros sean ellos mismos” sin forzar la mano a nadie. Edward de Bono dice en La felicidad como objetivo que el respeto recíproco es la clave ya que “el acento puesto en el yo protege su yo pero también protege los otros”. También, como parte de la felicidad, la autoeducación y la higiene personal es necesario cultivar la capacidad de reírse de uno mismo, tal como reza el proverbio chino: “Benditos sean aquellos que se ríen de si mismos puesto que nunca dejarán de divertirse”.
Las relaciones humanas tienen indudablemente sus bemoles y, por eso, hay que administrarlas con cuidado sin abdicar de la propia personalidad. Uno de los problemas mayores es la falta de integridad y coraje por mantener las propias convicciones frente a las avalanchas de opiniones en contrario. La importancia del “courage to stand alone” que repetía Leonard Read. También es cierto que cuanto menos cultivada una mente más fácil le resultará llevarse bien con el común denominador y viceversa, lo cual naturalmente no debe conducir a que se renuncie o mutile la propia personalidad en aras de una mejor convivencia puesto que con ello se remata el objeto mismo de la vida que es juzgada por el bien que ha realizado en el mundo que le tocó vivir a cada uno y no por los aplausos recibidos.
Otro de los problemas que se suscitan en las relaciones interpersonales es el simple malentendido antes aludido y que muchas veces distancia a las personas. En este contexto, se me ocurre citar un caso al efecto de ilustrar este punto. En una oportunidad un niño, al regreso de la escuela, le preguntó a su madre que quiere decir pene. La madre ofuscada le responde que esa noche se reunirían a conversar sobre el tema. Entretanto, la progenitora se encierra en su cuarto para consultar enciclopedias y llamar a su médico de confianza y a su marido al efecto de recabar modos de explicar a su hijo lo solicitado del mejor modo posible. Llegado el momento de la reunión, la madre despliega todo tipo de gráficos y explora diversos caminos para ilustrar los usos del órgano sexual de marras. Una vez finalizado el encuentro, el niño se mostró extrañado y manifestó que no veía relación alguna con lo escuchado en la escuela donde una profesora al enterarse de la muerte del abuelo de un amigo recomendó a la clase que “recen por él para que su alma no pene”.
Otro malentendido de mucho mayor calado es el expuesto por Erich Fromm en  Man for Himself. An Inquiry into the Psychology of Ethics en donde escribe que “La falla de la cultura moderna no reside en el principio del individualismo, no en la idea de que la virtud moral descansa en la búsqueda del interés personal, sino en el deterioro del significado del interés personal; no en el hecho de que las personas están demasiado preocupadas por sus intereses personales, sino en que no están suficientemente preocupadas en sus respectivos yo; no en el hecho de que están demasiado concentradas en si mismas sino que no se aman lo suficiente a si mismas”. En otros términos, los problemas sociales a los que asistimos no son como frecuentemente se entiende porque las personas se ocupan demasiado de si mismas sino en el hecho de que no cuidan lo suficiente sus almas, lo contrario, la saludable personalidad, facilita las relaciones humanas basadas en la integridad moral y el consecuente respeto recíproco. Y siempre debe estarse en guardia de los que la alardean de afables pero en verdad no quieren establecer una genuina relación y como ésta siempre se cultiva en el contexto de la doble vía, el vínculo se congela en la inexistencia y se confunde sociabilidad con pastosa sobreactuación (nunca mejor aplicado aquello de “dime de que alardeas y te diré de que careces”).
Por último, como una apostilla y para cerrar lo dicho, cito un pensamiento de Bertrand Russell de La conquista de la felicidad, respecto de la presión que ejercen los demás sobre las conductas de quienes se apartan del promedio (algo del que ya habían advertido autores como J. S. Mill en On Liberty): “Muy pocos pueden ser felices sin que aprueben su manera de vivir y su concepto del mundo las personas con quienes tienen relación social […] Pero para una minoría, en la que figuran todos los que tienen algún mérito intelectual o artístico, esta actitud de aquiescencia es imposible […] Un perro ladra más ruidosamente y muerde más pronto a los que le tienen miedo que a los que le tratan con desprecio, y al rebaño humano le ocurre algo parecido. Si le demostramos miedo, ve la posibilidad de una buena caza, mientras que si somos indiferentes, dudan de su poder y tienden a dejarnos solos”.

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