Un resonado crimen de Calles
Jesús Gómez Fregoso
Hoy hace 85 años fueron fusilados
Luis Segura Vilchis y Juan Tirado, autores del atentado contra el presidente
electo Álvaro Obregón y también fueron sacrificados dos inocentes, los hermanos
Miguel y Humberto Pro. El atentado se perpetró al comenzar la tarde del domingo
13 de noviembre de 1927. Después de arrojar unas bombas caseras contra el
Cadillac en que viajaba Obregón, Segura fue a dar parte a sus jefes de la Liga
Nacional Defensora de la Libertad Religiosa y de ahí se fue a los toros, y al
llegar al Toreo se voceaba un extra de El
Universal y se enteró de que Obregón había salido ileso. Segura
tuvo la sangre fría de bajar a la barrera de sombra para felicitar a Obregón
por haber salido ileso, y le entregó su tarjeta personal.
A los pocos días
apresaron a Segura, quien se amparó diciendo que había estado en los toros con
Obregón, quien lo confirmó: Segura salió libre. Después aprendieron a los
hermanos Pro, y Segura tuvo la hombría de presentarse a la delegación de
policía y prometió, al jefe de la policía Roberto Cruz declarar quién era el
autor del atentado, con la condición de que dejara libre a los inocentes. Cruz
le dio su palabra de hombre y de militar de hacerlo así. Ante la incredulidad
de Cruz, Segura pormenorizó los preparativos y la realización del atentado,
subrayando que él había sido el autor intelectual y material. Pero Cruz no dio
libertad a los Pro porque, según declaró años después, buscaban desde meses
antes al padre Miguel Agustín porque se dedicaba afanosamente a practicar sus
ministerios sacerdotales, prohibidos por la Ley Calles. Efectivamente Miguel
Agustín repartía comuniones, auxiliaba espiritualmente a los moribundos,
bautizaba, realizaba matrimonios en casas particulares; conseguía alimentos
para familias de cristeros que andaban en armas por los rumbos del Ajusco. Uno
de ellos era mi tío José Gómez Bonales. En alguna ocasión Miguel Agustín fue
capturado, pero no lo reconocieron y salió libre. Ahora, al tenerlo apresado,
Cruz y el rabioso anticlerical Plutarco Elías Calles no lo iban a dejar libre.
Tengo a la vista, y dispuesta para quien quiera verla, una copia fotostática del acta de la Policía del D.F. del 20 de noviembre de 1927: escrita en 21 fojas, firmada por Álvaro Obregón, en la que el presidente electo declara que su oficio es agricultor. La única “acusación” contra los hermanos Pro aparece en la penúltima foja, donde el policía José Mazcorro, dice que el policía Antonio Quintana le contó que el herido Nahum Ruiz le dijo, minutos antes de morir, que los “innodados” en el atentado eran Segura Vilchis, los hermanos Pro, Manuel Velázquez, Ponciano Robles y José González, chofer del auto de donde le arrojaron las bombas a Obregón.
Yo conocí a Don José, allá por los años setenta aquí en Guadalajara. De modo que la “acusación de culpabilidad” de los Pro se reduce a que un policía dijo que otro policía le contó lo que dijo un señor, que en el momento de redactar el acta ya había muerto. Aun así, no hubo ningún juicio, sino que Calles aprovechó las circunstancias para fusilar a uno de los curas que más odiaba porque, a pesar de su Ley Calles, Pro recorría la ciudad de México confesando y bautizando. No hay duda de que el jesuita Miguel Agustín Pro fue fusilado por odio a los sacerdotes. Miguel Agustín Pro no ha sido canonizado, es “beato”, paso previo a ser declarado “santo”, pero su beatificación, en 1988, abrió el camino para la canonización de los mártires de la persecución religiosa, muy mal llamados “mártires de la Cristiada”, o, todavía peor “mártires cristeros”. Ninguno fue cristero y ni siquiera fueron todos sacrificados en ese tiempo: el padre David Galván, fue sacrificado en enero de 1915, cuando los carrancistas lo fusilaron por auxiliar a moribundos villistas en Guadalajara, en las afueras del hospital civil. El último santo, cronológicamente hablando, fue el padre Maldonado, en Santa Isabel, Chihuahua, hacia 1938, a quien los come curas asesinaron a golpes. Tuve la desgracia de conocer a uno de esos trogloditas: el “señor profesor”, Jesús Coello Avendaño, director de la SEP en el estado de Chihuahua, en 1961, quien había sido el maestro que Pancho Villa contrató para su escuelita en Canutillo.
Tengo a la vista, y dispuesta para quien quiera verla, una copia fotostática del acta de la Policía del D.F. del 20 de noviembre de 1927: escrita en 21 fojas, firmada por Álvaro Obregón, en la que el presidente electo declara que su oficio es agricultor. La única “acusación” contra los hermanos Pro aparece en la penúltima foja, donde el policía José Mazcorro, dice que el policía Antonio Quintana le contó que el herido Nahum Ruiz le dijo, minutos antes de morir, que los “innodados” en el atentado eran Segura Vilchis, los hermanos Pro, Manuel Velázquez, Ponciano Robles y José González, chofer del auto de donde le arrojaron las bombas a Obregón.
Yo conocí a Don José, allá por los años setenta aquí en Guadalajara. De modo que la “acusación de culpabilidad” de los Pro se reduce a que un policía dijo que otro policía le contó lo que dijo un señor, que en el momento de redactar el acta ya había muerto. Aun así, no hubo ningún juicio, sino que Calles aprovechó las circunstancias para fusilar a uno de los curas que más odiaba porque, a pesar de su Ley Calles, Pro recorría la ciudad de México confesando y bautizando. No hay duda de que el jesuita Miguel Agustín Pro fue fusilado por odio a los sacerdotes. Miguel Agustín Pro no ha sido canonizado, es “beato”, paso previo a ser declarado “santo”, pero su beatificación, en 1988, abrió el camino para la canonización de los mártires de la persecución religiosa, muy mal llamados “mártires de la Cristiada”, o, todavía peor “mártires cristeros”. Ninguno fue cristero y ni siquiera fueron todos sacrificados en ese tiempo: el padre David Galván, fue sacrificado en enero de 1915, cuando los carrancistas lo fusilaron por auxiliar a moribundos villistas en Guadalajara, en las afueras del hospital civil. El último santo, cronológicamente hablando, fue el padre Maldonado, en Santa Isabel, Chihuahua, hacia 1938, a quien los come curas asesinaron a golpes. Tuve la desgracia de conocer a uno de esos trogloditas: el “señor profesor”, Jesús Coello Avendaño, director de la SEP en el estado de Chihuahua, en 1961, quien había sido el maestro que Pancho Villa contrató para su escuelita en Canutillo.
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