23 noviembre, 2012

Un resonado crimen de Calles



Un resonado crimen de Calles

Jesús Gómez Fregoso

Hoy hace 85 años fueron fusilados Luis Segura Vilchis y Juan Tirado, autores del atentado contra el presidente electo Álvaro Obregón y también fueron sacrificados dos inocentes, los hermanos Miguel y Humberto Pro. El atentado se perpetró al comenzar la tarde del domingo 13 de noviembre de 1927. Después de arrojar unas bombas caseras contra el Cadillac en que viajaba Obregón, Segura fue a dar parte a sus jefes de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa y de ahí se fue a los toros, y al llegar al Toreo se voceaba un extra de El Universal y se enteró de que Obregón había salido ileso. Segura tuvo la sangre fría de bajar a la barrera de sombra para felicitar a Obregón por haber salido ileso, y le entregó su tarjeta personal. 


A los pocos días apresaron a Segura, quien se amparó diciendo que había estado en los toros con Obregón, quien lo confirmó: Segura salió libre. Después aprendieron a los hermanos Pro, y Segura tuvo la hombría de presentarse a la delegación de policía y prometió, al jefe de la policía Roberto Cruz declarar quién era el autor del atentado, con la condición de que dejara libre a los inocentes. Cruz le dio su palabra de hombre y de militar de hacerlo así. Ante la incredulidad de Cruz, Segura pormenorizó los preparativos y la realización del atentado, subrayando que él había sido el autor intelectual y material. Pero Cruz no dio libertad a los Pro porque, según declaró años después, buscaban desde meses antes al padre Miguel Agustín porque se dedicaba afanosamente a practicar sus ministerios sacerdotales, prohibidos por la Ley Calles. Efectivamente Miguel Agustín repartía comuniones, auxiliaba espiritualmente a los moribundos, bautizaba, realizaba matrimonios en casas particulares; conseguía alimentos para familias de cristeros que andaban en armas por los rumbos del Ajusco. Uno de ellos era mi tío José Gómez Bonales. En alguna ocasión Miguel Agustín fue capturado, pero no lo reconocieron y salió libre. Ahora, al tenerlo apresado, Cruz y el rabioso anticlerical Plutarco Elías Calles no lo iban a dejar libre.
Tengo a la vista, y dispuesta para quien quiera verla, una copia fotostática del acta de la Policía del D.F. del 20 de noviembre de 1927: escrita en 21 fojas, firmada por Álvaro Obregón, en la que el presidente electo declara que su oficio es agricultor. La única “acusación” contra los hermanos Pro aparece en la penúltima foja, donde el policía José Mazcorro, dice que el policía Antonio Quintana le contó que el herido Nahum Ruiz le dijo, minutos antes de morir, que los “innodados” en el atentado eran Segura Vilchis, los hermanos Pro, Manuel Velázquez, Ponciano Robles y José González, chofer del auto de donde le arrojaron las bombas a Obregón.
Yo conocí a Don José, allá por los años setenta aquí en Guadalajara. De modo que la “acusación de culpabilidad” de los Pro se reduce a que un policía dijo que otro policía le contó lo que dijo un señor, que en el momento de redactar el acta ya había muerto. Aun así, no hubo ningún juicio, sino que Calles aprovechó las circunstancias para fusilar a uno de los curas que más odiaba porque, a pesar de su Ley Calles, Pro recorría la ciudad de México confesando y bautizando. No hay duda de que el jesuita Miguel Agustín Pro fue fusilado por odio a los sacerdotes. Miguel Agustín Pro no ha sido canonizado, es “beato”, paso previo a ser declarado “santo”, pero su beatificación, en 1988, abrió el camino para la canonización de los mártires de la persecución religiosa, muy mal llamados “mártires de la Cristiada”, o, todavía peor “mártires cristeros”. Ninguno fue cristero y ni siquiera fueron todos sacrificados en ese tiempo: el padre David Galván, fue sacrificado en enero de 1915, cuando los carrancistas lo fusilaron por auxiliar a moribundos villistas en Guadalajara, en las afueras del hospital civil. El último santo, cronológicamente hablando, fue el padre Maldonado, en Santa Isabel, Chihuahua, hacia 1938, a quien los come curas asesinaron a golpes. Tuve la desgracia de conocer a uno de esos trogloditas: el “señor profesor”, Jesús Coello Avendaño, director de la SEP en el estado de Chihuahua, en 1961, quien había sido el maestro que Pancho Villa contrató para su escuelita en Canutillo.

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