17 diciembre, 2012

Acabar con el comunismo

Cuba y Venezuela 

Como los cubanos en el café Versalles de Miami, los venezolanos exiliados en el sur de la Florida se preparan para quemar pólvora y celebrar la inminente partida del dictador Hugo Chávez. Lo que no saben, ni los unos ni los otros, es que la desaparición de Fidel Castro y del cabecilla de la revolución bolivariana traerá más problemas que soluciones, tanto para la isla como para el otrora rico país petrolero de Suramérica.


Desarraigar el comunismo –del sistema educativo, la sanidad, la burocracia neoburguesa, etc...– y persuadir a las fuerzas armadas de que apoyar a Chávez fue el peor error de su historia será tan difícil como acabar con los tumores que, supuestamente, han ido diezmando la energía y la fortaleza del perturbado líder.
Tanto Chávez en Venezuela como Castro en Cuba son expertos populistas que generan antipatía con lo que llaman "imperialismo" y propagan el miedo advirtiendo a sus compatriotas de que los capitalistas les quitarán sus derechos y de que se cierne sobre sus países un golpe de estado.
Llegaron al poder prometiendo equidad, justicia y seguridad, pero la realidad es otra. La gente pasa hambre, perdió libertades individuales y ciudadanas y soporta niveles de criminalidad insostenibles, como en Caracas.
Quisiera ser menos pesimista y vaticinar que al desaparecer el ilusionista Chávez nadie podrá sustentar su mentira disfrazada, ni siquiera Nicolás Maduro, un exchófer de bus que ejerce como vicepresidente de Venezuela y que aparenta ser un hombre sereno y pacífico. Del agua mansa me libre Dios, que de la brava ya me libraré yo. Maduro es más calculador que el arrebatado y delirante Chávez, por lo tanto hay que temer sus movimientos y jugadas. Por algo el caudillo delegó semejante carga en él.
La llamada "boliburguesía" no soltará el hueso del poder por muchos años; y cuando el pueblo despierte, si es que llega a hacerlo, los daños serán irreparables.
Venezuela y Cuba tardarán décadas en volver a recuperarse económicamente, en erradicar el narcotráfico –incrustado en el poder– y reencauzar a la juventud, para que sepa que la doctrina comunista caducó y que es perjudicial para las sociedades modernas. Las nuevas generaciones deben aprender que los valores humanos no están cimentados en el odio y el resentimiento social. 
Irónicamente, el comunismo funciona a manera de una religión y no como una ideología. Es un culto que se basa en conceptos arcaicos, que inyecta veneno antiimperialista en escuelas y universidades y enseña que la justicia social comienza con la distribución equitativa de la riqueza, lo cual no sería tan malo si fuese verdad, pero en el comunismo el pueblo es pobre y los gobernantes ricos. El comunismo arrebata libertades, se apodera de los bienes, el patrimonio y hasta el espíritu de las personas que lo padecen, subyugadas por el tirano de turno.
Todo eso lo hizo Chávez en Venezuela, siguiendo los parámetros que le enseñó Castro. En Cuba el comunismo está enquistado en los genes de la gente, que ha tolerado más de 50 años de dictadura. Modificar las cosas podría demorar décadas. 
Recuerden lo que les digo: teman el ilusionismo más que al ilusionista. En otras palabras, asústense con el poder y la penetración del chavismo más que con el propio Chávez.

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