04 diciembre, 2012

Cautela. Martín Moreno

A la cascada de elogios por la firma del Pacto por México —algunos mesurados, otros desproporcionados—, debemos ser cautos y no perder el piso. De acuerdo: se trata, como lo establece el pacto, de frenar a los poderes fácticos. A Elba Esther Gordillo. Y a los otros lastres creados por los priistas y arropados por los panistas.
¿Cómo aniquilarán a Elba Esther: ofreciéndole un destierro decoroso, invitándola a entregar el poder sindical pacíficamente, amenazándola con investigar el manejo de las cuotas magisteriales so pena de ir a prisión o, simplemente, la dictadora sindical entenderá que su tiempo se ha terminado?


Se trata de acabar con los poderes fácticos que, como advirtió el secretario de Gobernación, tienen creciente influencia y “frecuentemente retan la vida institucional del país y se constituyen en un obstáculo para el cumplimiento de las funciones del Estado mexicano”.
Desde el pasado 23 de octubre, en nuestra columna “Elba Esther: ¿el próximo quinazo?”, señalamos que la dictadora sindical “va en camino de convertirse en la versión femenina de Hernández Galicia, La Quina”.
Bienvenido el Pacto por México, pero con las reservas del caso. Plausible que el Presidente, los partidos y 27 de 32 gobernadores —faltó la firma de representantes de la sociedad civil— hayan logrado un acuerdo nacional que reavive esperanzas.
Bienvenido, pero vayamos con calma. Los políticos viven de promesas y discursos. Los ciudadanos sobreviven con realidades y decepciones. Que no se olvide que de la “administración de la abundancia” cacareada por López Portillo brincamos al precipicio económico. Que no se olvide que del “Primer Mundo” de Salinas nos hundimos en la crisis financiera más dolorosa de nuestros días.
Que no se nos olvide la historia.
Una cosa es el discurso desde el atril y otra, muy diferente, es lograr los objetivos de un acuerdo político.
Sí, al combate a la pobreza. Sí, a que se vaya Elba Esther. Sí, a la evaluación educativa. Sí, a frenar a los poderes fácticos. Sí, al derecho al acceso a la banda ancha. Sí, a la competencia en radio y televisión. Sí, a transformar a Pemex. Sí, a la Ley de Atención a Víctimas. Sí, a educación, salud y créditos para indígenas. Sí, a la rendición de cuentas. Sí, a ampliar facultades del IFAI. Sí, a un nuevo sistema de justicia penal, acusatorio y oral. Sí, a las reformas hacendaria y energética. Sí, a una coalición de gobierno. Sí, a candidaturas independientes. Sí, a la reelección de legisladores.
Sí, a los acuerdos políticos.
Sin embargo, ¿cuántas veces se nos han ofrecido pactos que de poco o nada han servido para sacar al país de la mediocridad? Tengamos memoria.
Por eso hay que ser cautos para evitar desilusiones. Ser vigilantes en el fondo de los cambios, más que en el discurso. Que se logren de verdad y que no nos vendan humo bajo un eterno gatopardismo político que sólo nos ha redituado frustraciones y complejos.
Veamos: Peña Nieto quiere que Pemex sea como Petrobras de Brasil. Se lo dijo así a la presidenta Rousseff. OK. ¿Cómo se pretende inyectar inversión privada a Pemex sin privatizarlo? Petrobras permite la competencia en territorio brasileño en abastecimiento de gasolina. ¿Cómo le harán para instalar en todo el país, y en cada esquina, gasolineras pertenecientes a las “cuatro hermanas” petroleras más poderosas del mundo: Exxon Mobil, Shell, Chevron Texaco y British Petroleum? ¿Enfrentarán a Pemex contra los monstruos petroleros?
Aún más: si se busca que Pemex sea como Petrobras, entonces tendrían que llevar a Petróleos Mexicanos a que cotice en las Bolsas de Valores de México y de Nueva York. ¿A qué obliga ello? A someter a Pemex a condiciones de transparencia; a rendición de cuentas; a supervisión de finanzas de gestión y de eficiencia en el mercado; a mejores prácticas contables y a derechos de accionistas minoritarios.
Si se logra esta reforma en Pemex, bienvenida. Si sólo será un retoque de discurso, seguiremos con la simulación.
Y ello, sólo por mencionar un caso.
Ya nos dimos el frentazo con el espejismo salinista.
Seamos cautos —es lo más sano para todos— y evitemos triunfalismos por adelantado.
Apenas es el inicio. Cuidado.

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