por Manuel Hinds
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
Hay mucha gente que pensaba que la semana pasada se iba a terminar el mundo debido a que se terminó el ciclo largo del calendario maya.
Por supuesto, como en cualquier día, el mundo puede o no terminar, con
una probabilidad alta de que no termine. Esta predicción tiene tres
problemas serios. Primero, no coincide con las de los mayas mismos, que
en unas escrituras descubiertas este año en una casa en las ruinas de
Xultun en Guatemala se refirieren a fechas miles de años después del día
de hoy, cosa que no hubieran hecho si hubieran creído que el mundo ya
no existiría para entonces. Segundo, desde antes, los estudiosos de los
mayas ya habían aclarado que, así como el fin del calendario de
cualquier año no implica que el mundo se va a terminar el 31 de
diciembre de ese año, el final del piktun (el ciclo de 2,880,000 días
que los mayas llamaba el ciclo largo) no indica que no vaya a comenzar
otro piktun al día siguiente. Tercero, sin quitarle ningún mérito a los
mayas, nadie ha demostrado que hayan sido buenos en predecir nada que no
fueran los movimientos de los astros, que nosotros también podemos
predecir. Si los movimientos de los astros que los mayas predijeron
significaran que el mundo se va a acabar ya los científicos modernos ya
se hubieran dado cuenta.
Pero esto no quiere decir que los mayas no hayan legado una predicción
muy valiosa —la de su propio ejemplo. Su historia de esplendor y caída
es un predictor de lo que sucede cuando una sociedad cae en la corrupción, la codicia y la vanidad
de sus gobernantes. La grandeza de los mayas puede vislumbrarse notando
que el suelo del Petén, que hoy produce sólo lo necesario para mantener
367.000 personas, se estima que llegó a mantener más de 10 millones de
personas durante su apogeo maya. Su dominio de las matemáticas está
demostrado en la construcción del calendario mismo, que era tan preciso
como el nuestro, y con su análisis de los movimientos de los astros, que
requiere de matemáticas muy sofisticadas. Algo muy importante es que
dominaron el concepto del cero, que es esencial en las matemáticas
modernas, y que lo hicieron 900 años antes que los europeos.
El gobierno era un actor muy importante en esta hazaña, construyendo
buenos caminos, estudiando astronomía y climatología para diseñar
mejores técnicas agrícolas (el calendario fue un resultado de estos
estudios) y manteniendo la educación agrícola del país, que permitía la
alta producción de los mayas.
Con el tiempo, sin embargo, los mayas permitieron que la codicia y la
vanidad de sus gobernantes fueran sustituyendo a los servicios públicos
como la motivación del gasto público. Los grandes
señores tomaban varias esposas y muchas amantes y esperaban que el
gobierno (es decir, el pueblo mismo) les proporcionara a todas ellas y a
sus hijos y nietos con medios para asegurarles una vida de lujos y
boato. Los grandes palacios sustituyeron a los caminos en la prioridad
de la construcción, los gastos de las amantes de los reyes reemplazaron
las inversiones en conocimiento.
Las necesidades de recursos se fueron volviendo tan enormes que el
gobierno no sólo aumentaba continuamente los impuestos sino que además
rebajó el volumen y la calidad de los servicios públicos. Ambos
resultados mataron la inversión y la producción de ciudad tras ciudad.
Habiendo exprimido sus propios pueblos con impuestos
para mantener sus procesiones y sus jades y sus exóticas vestiduras y
palacios, los gobiernos trataron de buscar más recursos robándolos de
los pueblos vecinos, lo que resultó en grandes guerras que desangraron a
todos. De esta forma Calakmul, una ciudad al norte del Petén, destruyó
en 679 a Tikal, sólo que para 700 Tikal, reconstruida, destruyera a
Calakmul. Ninguna de las dos ciudades se recuperó a su previo esplendor.
Doblegadas por impuestos y con la carga de los muertos, decayeron
irremisiblemente en los años siguientes. La ciudad que ahora llamamos
Dos Pilas aprovechó la caída de estas dos ciudades para establecer su
hegemonía. Pero esta no duró, acabada por los mismos vicios de la
codicia y la vanidad de los gobernantes, sus amantes y parientes. En las
guerras que siguieron, las ciudades ya no se reconstruían después de
ser arrasadas. La última en desaparecer fue Cancuén, en donde el
penúltimo soberano había construido un palacio de 25.000 metros
cuadrados y cuyo hijo trató de expandir antes de colapsar en el caos
total de altos impuestos y baja producción.
De esta forma, la corrupción enquistada en los gobiernos de los mayas
a través de sus gobernantes, sus amantes y parientes, generó una sed de
impuestos y de guerras que terminaron por destruir la civilización
entera. Es en esta predicción que los mayas produjeron a través de
vivirla ellos mismos que debemos reflexionar en estos días. Es una
predicción que han vivido civilización tras civilización, siempre
cumpliéndola. Es triste que nosotros, sin haber alcanzado la grandeza,
estemos entrando a la decadencia causada por la codicia y vanidad de los
gobernantes, sus amantes y parientes, y estemos viviendo ya esas
procesiones de lujos y boato que mataron a los mayas, y a los griegos, y
a los romanos, y a tanto otro pueblo civilizado.
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