El sembrador de odios
Por Luis González de Alba
Le
consta al país entero porque aun los pobres tienen televisor: unas centenas de
personas pacíficas en torno al Ángel de la Independencia escuchan con atención
a López Obrador: desencajado, falto de aire, a frases entrecortadas: una
Gorgona enloquecida a punto del infarto, acusa al nuevo gobierno de la
República de estar, en ese preciso momento, "reprimiendo y golpeando
estudiantes".
Su
habilidad retórica, con una sola palabra, estudiantes, invoca el fantasma del
68: es un genio del
mal.
Luego
vemos la golpiza denunciada, y sí la hay: no más de 50 encapuchados están
lanzando vigas enormes, bombas molotov, petardos, piedras con resortera, de
todo contra una columna de policías inmóviles, resguardándose con una formación
inventada por Alejandro Magno para resistir las lluvias de flechas enemigas:
con escudos largos hacen una barrera al frente, la fila de atrás levanta sus
escudos a 45 grados y una tercera los pone encima en posición horizontal. Y
allí están, entre llamas de las molotov y proyectiles que penetran el caparazón
de escudos.
¿Envió
López Obrador a los agresores? Quizás no. Pero los envenenó con odio contra la
imposición, ya no fraude por imposible, que se logró comprando a 20 millones de
electores: 20
millones de mexicanos corruptos y, además, baratos, chafas, vendieron su
dignidad ciudadana por una tarjeta con 200 pesos (en un país
donde 110 millones de habitantes tienen 90 millones de teléfonos celulares), 5
mandiles, gorras, camisetas y un chivo "que anda por allí", asentó el
Notario Público también objeto de las furias jupiterinas de López porque,
habiéndole pagado por levantar un listado abrumador de pruebas, dijo que le dijeron y la lista fue
ridícula.
La
gente escucha en silencio a su Caudillo. De nuevo "represión contra los
estudiantes", vocifera la Gorgona y la cabellera de serpientes se le
agita. ¿Vio
credenciales? No, pero es recurso retórico insuperable, astuto,
artero: estudiantes golpeados oootra vez.
Los
estudiantes del YoSoy132 se deslindaron con un tuit de su sitio oficial: no
eran ellos los agresores... Criaturitas... Y se fueron a tomar su choco-milk a
casa. Corte y el hotel Hilton destrozado por no más de 40 jóvenes enmascarados:
se ve lo joven por su agilidad para romper vidrios, vandalizar cafeterías,
sucursales bancarias, Bellas Artes, Banco de México, hoteles. Van a su aire,
eludiendo corretizas.
Los
de ropa negra pintan la A: anarco-vándalos. Un solo sujeto, uno, abolla con un garrote
rematado en martillo todos y cada uno de los paneles al parecer de aluminio de
una fachada: tranquilo, sereno, impasible, "pacífico", los rompe
todos. Policías heridos: 30. Anarcos: 10.
Démosle
el beneficio de la duda a López Obrador: él no los envió. Pero tergiversó con gran habilidad
retórica
lo que todos veíamos. Envenenó con su cantaleta de la imposición sin pruebas a
quienes agredieron policías en formación de firmes.
Cuando
una veintena parecía que iba a llegar a la barrera de escudos saltando las
vallas de un metro escaso, desde atrás salían bombas lacrimógenas. ¡A fin una
defensa! Y llamaron innecesarias e insultantes las vallas de dos metros, que
luego se eliminaron: "¿Qué temen?", preguntaban...
El
Centro Histórico quedó inerme ante quienes aplicaron el mensaje del auto
designado Apóstol (Mesías no, Apóstol sí), el lumpen, la carne de cañón del
PRD, los anarcos y los furiosos con sus padres y los amargados porque no ven
comenzar la guerra de los justos (Gustavo Hirales scripsit), los exasperados
con el pueblo mexicano que vota por quien no debe: un centenar, dos, tres, pero
destrozaron el centro de México, la recién remodelada Alameda, quemaron
muebles, rompieron, golpearon. No se necesita mucha gente para eso. Las
imágenes estuvieron en vivo: no llegaron a 500, pero eficaces.
Mientras
tanto, a varios kilómetros de los enfrentamientos, el humo y las llamas, en el
Ángel de la Independencia,
la Gorgona enloquecida temblaba de santa ira por la agresión policiaca,
por el pueblo comprado que le negó la Presidencia a cambio de un plato de
lentejas, perdía el resuello, enrojecía, el dedito, chiquito pero flamígero, se
agitaba al exigir renuncias por esa predicha vuelta del autoritarismo:
"Los muchachos", los llama Boba-boba pero Viva-viva, golpeando
trabajadores humildes, como llamaba Pasolini, del PC italiano, a los policías.
(Que
perdió el ojo el estudiante de la UACM herido por un petardo: la policía no
dispara petardos, los llevaban sus compas).
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