22 enero, 2013

Obama: ¿hacia una hegemonía demócrata?

Obama: ¿hacia una hegemonía demócrata?

Por Alvaro Vargas Llosa
El presidente Obama quiere para su partido lo que consiguió en los años 30 F.D. Roosevelt: una hegemonía duradera. Lo mismo que obtuvieron para el Partido Republicano Abraham Lincon en el siglo XIX y, a partir de 1968, Richard Nixon.
Las pocas veces en que un partido gozó de una larga hegemonía en Estados Unidos, ella se dio porque una nueva coalición social redibujó las fronteras políticas. Para mantenerla, el partido dominante sostuvo un perpetuo enfrentamiento con sectores minoritarios cuya hostilidad le convenía. Es importante entender esto para entender hacia dónde apunta Obama.
Gracias al triunfo de Lincoln en la guerra civil y al descalabro de un Partido Demócrata dividido a torno a la emancipación de los esclavos, los republicanos ganaron entre 1861 y 1933 dieciséis de las dieciocho elecciones presidenciales. Una coalición de los partidarios de la emancipación con los grupos sociales beneficiarios del despegue industrial hizo posible el dominio republicano.

Luego, a partir de la elección que ganó en 1932, Roosevelt rompió esa hegemonía e inauguró una del Partido Demócrata. El trauma de la Gran Depresión, que una vasta coalición social de víctimas a las que Roosevelt ofreció el mando protector del Estado atribuyó a los excesos del capitalismo, permitió a los demócratas dominar la política estadounidense hasta 1968. Ese año, Nixon dio un gran bandazo a las cosas, inaugurando ahora un dominio republicano que duraría hasta la elección de Clinton en 1992. Su coalición social se compuso de sureños que desertaron del Partido Demócrata por el respaldo a las leyes en favor de los derechos civiles y de católicos norteños para quienes los demócratas se habían corrido demasiado a la izquierda.
Desde entonces, ningún partido ha conseguido la hegemonía política. Obama cree que la puede lograr. Su cálculo se apoya en dos datos clave. Uno es el crecimiento de grupos inmigrantes enemistados con los republicanos, como los hispanos y los asiáticos, que se suman en dicho rechazo a los afroamericanos (éstos nunca perdonaron que líderes importantes del partido que liberó a sus ancestros se opusieran a los derechos civiles en los 60). El otro dato es la renovación generacional en las urnas, que está inclinando la balanza hacia el liberalismo moral. Coincidiendo con las últimas elecciones vimos, por ejemplo, una serie de consultas populares que arrojaron resultados otrora impensables. Tres estados legalizaron mediante el voto popular el matrimonio gay, dos legalizaron la marihuana y en uno se votó en contra de prohibir el uso de fondos federales para que las empleadas públicas puedan abortar. Por último, en sondeos a pie de urna una mayoría de votantes en el país dijo estar a favor de legalizar a los inmigrantes indocumentados.
La oposición inflexible de los republicanos en todas estas cuestiones ha significado para Obama una gran oportunidad: le ha permitido descalificar al conjunto del Tea Party, base radical del Partido Republicano que tiene la llave de la elección de muchos congresistas conservadores, a pesar de que en varias cuestiones relacionadas con la economía (por ejemplo, el déficit y la deuda) tiene bastante razón. El presidente aspira a acorralar al Partido Republicano en un gueto social del que podría tardar décadas en salir.
Por eso lo vimos muy desafiante en los últimos días. Llegó a decir que no negociará con sus adversarios, a pesar de que controlan la Cámara de Representantes, el aumento del techo de la deuda. Amenazó incluso con elevarlo por decreto (sólo el Congreso tiene autoridad formal para hacerlo). Los republicanos acabaron aumentando el techo por pocos meses para evitar una pelea que pueden perder, pues el país los culparía de estar embarcados en una aventura enloquecida si se llegara a decretar la suspensión de pagos del gobierno. Esta determinación, sumada a algunas nominaciones que buscan provocar al adversario (por ejemplo la de Chuck Hagel, disidente republicano y partidario de reducir los sacrosantos presupuestos militares, como Secretario de Defensa), sugiere que Obama quiere marginar al viejo partido conservador de tal modo que, desconectado de las mayorías por su radicalismo, quede convertido en mero grupo de presión.
¿Lo logrará? No lo sé, pero las condiciones están dadas para que lo intente. Los republicanos tienen frente a sí el reto descomunal de impedirlo.

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