Obama: ¿hacia una hegemonía demócrata?
Por Alvaro Vargas Llosa
El presidente Obama quiere para su partido lo que consiguió en los años 30 F.D. Roosevelt: una hegemonía duradera. Lo mismo que obtuvieron para el Partido Republicano Abraham Lincon en el siglo XIX y, a partir de 1968, Richard Nixon.
Las pocas veces en que un partido gozó de una larga hegemonía en
Estados Unidos, ella se dio porque una nueva coalición social redibujó
las fronteras políticas. Para mantenerla, el partido dominante sostuvo
un perpetuo enfrentamiento con sectores minoritarios cuya hostilidad le
convenía. Es importante entender esto para entender hacia dónde apunta Obama.
Gracias al triunfo de Lincoln en la guerra civil y al descalabro de
un Partido Demócrata dividido a torno a la emancipación de los esclavos,
los republicanos ganaron entre 1861 y 1933 dieciséis de las dieciocho
elecciones presidenciales. Una coalición de los partidarios de la
emancipación con los grupos sociales beneficiarios del despegue
industrial hizo posible el dominio republicano.
Luego, a partir de la elección que ganó en 1932, Roosevelt rompió esa hegemonía e inauguró una del Partido Demócrata.
El trauma de la Gran Depresión, que una vasta coalición social de
víctimas a las que Roosevelt ofreció el mando protector del Estado
atribuyó a los excesos del capitalismo, permitió a los demócratas dominar la política estadounidense hasta 1968.
Ese año, Nixon dio un gran bandazo a las cosas, inaugurando ahora un
dominio republicano que duraría hasta la elección de Clinton en 1992. Su
coalición social se compuso de sureños que desertaron del Partido
Demócrata por el respaldo a las leyes en favor de los derechos civiles y
de católicos norteños para quienes los demócratas se habían corrido
demasiado a la izquierda.
Desde entonces, ningún partido ha conseguido la hegemonía política. Obama cree que la puede lograr. Su cálculo se apoya en dos datos clave. Uno es el crecimiento de grupos inmigrantes enemistados con los republicanos,
como los hispanos y los asiáticos, que se suman en dicho rechazo a los
afroamericanos (éstos nunca perdonaron que líderes importantes del
partido que liberó a sus ancestros se opusieran a los derechos civiles
en los 60). El otro dato es la renovación generacional en las urnas, que está inclinando la balanza hacia el liberalismo moral.
Coincidiendo con las últimas elecciones vimos, por ejemplo, una serie
de consultas populares que arrojaron resultados otrora impensables. Tres
estados legalizaron mediante el voto popular el matrimonio gay, dos
legalizaron la marihuana y en uno se votó en contra de prohibir el uso
de fondos federales para que las empleadas públicas puedan abortar. Por
último, en sondeos a pie de urna una mayoría de votantes en el país dijo
estar a favor de legalizar a los inmigrantes indocumentados.
La oposición inflexible de los republicanos en todas
estas cuestiones ha significado para Obama una gran oportunidad: le ha
permitido descalificar al conjunto del Tea Party, base radical del
Partido Republicano que tiene la llave de la elección de muchos
congresistas conservadores, a pesar de que en varias cuestiones
relacionadas con la economía (por ejemplo, el déficit y la deuda) tiene
bastante razón. El presidente aspira a acorralar al Partido Republicano en un gueto social del que podría tardar décadas en salir.
Por eso lo vimos muy desafiante en los últimos días.
Llegó a decir que no negociará con sus adversarios, a pesar de que
controlan la Cámara de Representantes, el aumento del techo de la deuda.
Amenazó incluso con elevarlo por decreto (sólo el Congreso tiene
autoridad formal para hacerlo). Los republicanos acabaron aumentando el
techo por pocos meses para evitar una pelea que pueden perder, pues el país los culparía de estar embarcados en una aventura enloquecida
si se llegara a decretar la suspensión de pagos del gobierno. Esta
determinación, sumada a algunas nominaciones que buscan provocar al
adversario (por ejemplo la de Chuck Hagel, disidente republicano y
partidario de reducir los sacrosantos presupuestos militares, como
Secretario de Defensa), sugiere que Obama quiere marginar al viejo
partido conservador de tal modo que, desconectado de las mayorías por su
radicalismo, quede convertido en mero grupo de presión.
¿Lo logrará? No lo sé, pero las condiciones están dadas para que lo intente. Los republicanos tienen frente a sí el reto descomunal de impedirlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario