Jorge Fernández Menéndez
Barack Obama inicia su segundo
periodo lejos de las expectativas que tenía hace cuatro años cuando
llegó a la Casa Blanca. Hay muchas menos ilusiones pero también es un
Presidente más maduro que ha podido comprobar dos cosas: primero, que
para mantener, aunque sea encendido en parte, el fervor popular, hay que
cumplir las promesas. Segundo, que la política es el arte de lo
posible, no de lo deseable. Y que lo que no se puede hacer es quedarse a
la mitad de la nada, lo que en cierta forma le ocurrió a Obama en su primer periodo.
Obama volvió a ganar en noviembre pasado por varias razones, pero una de ellas fue que los migrantes, sobre todo los latinos, le dieron un fuerte apoyo para que ahora sí, como no se había hecho en los primeros cuatro años de gestión, se pudiera concretar la tan ansiada reforma migratoria que les diera la nacionalidad o la residencia a millones que trabajan cotidianamente para fortalecer la vida y la economía estadunidenses y que no sólo no cuentan con los mismos derechos legales, sino que además son perseguidos, difamados y hasta agredidos por muchas autoridades estatales. La reforma migratoria es especialmente importante y viable para el propio Obama, porque por primera vez en mucho tiempo, el flujo de migrantes se ha detenido por la combinación de la difícil situación que se vive en nuestra frontera norte, por la dureza con que son aplicadas la leyes migratorias en la mayoría de los estados de la frontera sur estadunidense y por la propia situación económica de la Unión Americana. No hay ni un flujo incontrolable de migrantes ni mucho menos una suerte de invasión, como algunos quieren hacer creer: lo que existe es una comunidad en la que en buena medida se centra la posibilidad de que la Unión Americana recupere su economía y calidad de vida.
Pero el tema va más allá. Para Estados Unidos, su relación con México y Canadá es mucho más importante que en el pasado, y la necesita para fortalecerse en la relación con los países de la cuenca del Pacífico. Europa tendrá que salir de su crisis, pero lo hará, finalmente, a su propio ritmo y luego de muchos ajustes y revisiones que buscarán, precisamente, hacerla más competitiva. Hasta entonces, porque pasará tiempo, Estados Unidos y México, tienen una enorme oportunidad. Antes de eso, el propio Obama tendrá que tratar de que el Senado de su país no se convierta en el dique para frenar esas posibilidades con trabas fiscales y políticas.
Otro de los grandes temas de la agenda de Obama tiene relación directa con México y la seguridad. Es la venta de armas: como hemos dicho muchas veces, la violencia en México no se disparó solamente por la autorización para venta de todo tipo de armamento, incluyendo armas pesadas y rifles de asalto, que dio en 2004 el presiente Bush, pero sin duda fue alimentada y sostenida por ese flujo incesante de armamento vendido con absoluta liberalidad. Si a eso se suma la torpeza de las medidas adoptadas para frenarlo, como las operaciones Rápido y Furioso, el panorama es tan desolador como sospechoso de una profunda penetración de la corrupción en las instancias encargadas de impedirlo.
Obama ha librado ya las órdenes ejecutivas para frenar la venta de armas de asalto pero aún falta un buen trecho por recorrer, sobre todo porque los estados pueden seguir disponiendo de leyes y reglamentos donde le den su propia interpretación a esos ordenamientos federales. Es sencillo: si la mariguana es ilegal según las leyes federales al tiempo que en 18 estados se considera legal su venta, ¿por qué tendría que ser diferente con las armas de asalto? De todas formas, resulta clave para cualquier estrategia de seguridad futura en México lograr que se prohíba la venta de armas de asalto y pesadas en la Unión Americana. Sin ese paso todo será más difícil, por no decir imposible.
Y la seguridad también es clave para Obama, muy probablemente en términos diferentes a los del pasado inmediato. Hechos como los que acaban de ocurrir en Argelia o la propia guerra en Mali demuestran que la amenaza fundamentalista está lejos de haber desaparecido, pero la forma en que esa amenaza puede y debe ser asumida ha cambiado. Obama tiene muchos problemas en ese sentido, pero su segundo periodo ya no estará inmerso en las costosísimas, en todo sentido, intervenciones en Irak y Afganistán, que sangraron material y económicamente al país.
En ese sentido, la seguridad en su frontera sur, no sólo en México, sino también en Centro y Sudamérica, adquieren otra dimensión. Desde 2001 Estados Unidos se ha desentendido de la región, y los costos, a partir de una perspectiva estratégica han sido altos. Hoy, cuando para varios países y pese a sus rezagos y carencias de todo tipo, su eje ideológico parece pasar por La Habana, Washington no puede seguir siendo prescindente en la política latinoamericana. Y los éxitos o fracasos de sus políticas pasarán por México.
Obama volvió a ganar en noviembre pasado por varias razones, pero una de ellas fue que los migrantes, sobre todo los latinos, le dieron un fuerte apoyo para que ahora sí, como no se había hecho en los primeros cuatro años de gestión, se pudiera concretar la tan ansiada reforma migratoria que les diera la nacionalidad o la residencia a millones que trabajan cotidianamente para fortalecer la vida y la economía estadunidenses y que no sólo no cuentan con los mismos derechos legales, sino que además son perseguidos, difamados y hasta agredidos por muchas autoridades estatales. La reforma migratoria es especialmente importante y viable para el propio Obama, porque por primera vez en mucho tiempo, el flujo de migrantes se ha detenido por la combinación de la difícil situación que se vive en nuestra frontera norte, por la dureza con que son aplicadas la leyes migratorias en la mayoría de los estados de la frontera sur estadunidense y por la propia situación económica de la Unión Americana. No hay ni un flujo incontrolable de migrantes ni mucho menos una suerte de invasión, como algunos quieren hacer creer: lo que existe es una comunidad en la que en buena medida se centra la posibilidad de que la Unión Americana recupere su economía y calidad de vida.
Pero el tema va más allá. Para Estados Unidos, su relación con México y Canadá es mucho más importante que en el pasado, y la necesita para fortalecerse en la relación con los países de la cuenca del Pacífico. Europa tendrá que salir de su crisis, pero lo hará, finalmente, a su propio ritmo y luego de muchos ajustes y revisiones que buscarán, precisamente, hacerla más competitiva. Hasta entonces, porque pasará tiempo, Estados Unidos y México, tienen una enorme oportunidad. Antes de eso, el propio Obama tendrá que tratar de que el Senado de su país no se convierta en el dique para frenar esas posibilidades con trabas fiscales y políticas.
Otro de los grandes temas de la agenda de Obama tiene relación directa con México y la seguridad. Es la venta de armas: como hemos dicho muchas veces, la violencia en México no se disparó solamente por la autorización para venta de todo tipo de armamento, incluyendo armas pesadas y rifles de asalto, que dio en 2004 el presiente Bush, pero sin duda fue alimentada y sostenida por ese flujo incesante de armamento vendido con absoluta liberalidad. Si a eso se suma la torpeza de las medidas adoptadas para frenarlo, como las operaciones Rápido y Furioso, el panorama es tan desolador como sospechoso de una profunda penetración de la corrupción en las instancias encargadas de impedirlo.
Obama ha librado ya las órdenes ejecutivas para frenar la venta de armas de asalto pero aún falta un buen trecho por recorrer, sobre todo porque los estados pueden seguir disponiendo de leyes y reglamentos donde le den su propia interpretación a esos ordenamientos federales. Es sencillo: si la mariguana es ilegal según las leyes federales al tiempo que en 18 estados se considera legal su venta, ¿por qué tendría que ser diferente con las armas de asalto? De todas formas, resulta clave para cualquier estrategia de seguridad futura en México lograr que se prohíba la venta de armas de asalto y pesadas en la Unión Americana. Sin ese paso todo será más difícil, por no decir imposible.
Y la seguridad también es clave para Obama, muy probablemente en términos diferentes a los del pasado inmediato. Hechos como los que acaban de ocurrir en Argelia o la propia guerra en Mali demuestran que la amenaza fundamentalista está lejos de haber desaparecido, pero la forma en que esa amenaza puede y debe ser asumida ha cambiado. Obama tiene muchos problemas en ese sentido, pero su segundo periodo ya no estará inmerso en las costosísimas, en todo sentido, intervenciones en Irak y Afganistán, que sangraron material y económicamente al país.
En ese sentido, la seguridad en su frontera sur, no sólo en México, sino también en Centro y Sudamérica, adquieren otra dimensión. Desde 2001 Estados Unidos se ha desentendido de la región, y los costos, a partir de una perspectiva estratégica han sido altos. Hoy, cuando para varios países y pese a sus rezagos y carencias de todo tipo, su eje ideológico parece pasar por La Habana, Washington no puede seguir siendo prescindente en la política latinoamericana. Y los éxitos o fracasos de sus políticas pasarán por México.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario