El uso de 'drones' como alternativa a la invasión de un país y el envío de comandos especiales
Antonio Caño
Washington
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La ofensiva contra Al Qaeda lanzada tras los ataques del 11
de septiembre de 2001 ha metido a Estados Unidos en sucesivas trampas
que han minado su reputación y han debilitado su estado de derecho.
Guantánamo, las guerras de Irak y Afganistán, los secuestros de
sospechosos, las torturas, las cárceles secretas y el protagonismo
asumido por la CIA en las operaciones militares son consecuencias
directas de una guerra de formato y características excepcionales.
Barack Obama trató de eliminar esas trampas, y lo consiguió
parcialmente –aunque Guantánamo sigue existiendo y la militarización de
la CIA no ha disminuido-, pero cayó en otra igualmente peligrosa: el
uso de drones (aviones sin tripulación) para eliminar a los
principales líderes terroristas, lo que supone el recurso a ejecuciones
selectivas sin control judicial y las muertes de inocentes en acciones
que, por su naturaleza, tienen enorme riesgo de causar lo que se conoce
como daños colaterales. Se calcula que más de 3.000 personas han muerto
solo en Pakistán por ataques de drones, obviamente no todos ellos militantes de Al Qaeda.
Ahora, pese a las críticas desatadas contra esos métodos,
no es fácil salir de esa trampa. Si EE UU pretende seguir actuando
contra miembros de una organización con voluntad manifiesta de dañar los
intereses norteamericanos, solo tiene tres maneras de hacerlo: con la
invasión del país en el que se encuentren, mediante el envío de comandos
para matar o detener a los sospechosos –aunque el arresto es complicado
porque no existen vías para su procesamiento en territorio
estadounidense- o el uso de los drones.
La primera es una opción descartada de antemano por la
actual Administración. Respecto a las otras dos, un comando fue el
método elegido para matar a Osama bin Laden, una ocasión en la que primó
la voluntad de certificar que la víctima era realmente el fundador de
Al Qaeda, lo que no hubiera sido posible con un bombardeo. Pero la
intervención de un comando supone el peligro de pérdidas de vidas entre
algunos de sus miembros o errores o circunstancias imprevistas que
desencadenan situaciones militares más complejas.
En el caso de los drones, el riesgo para EE UU es
mínimo. Todo lo que puede ocurrir es que el aparato sea derribado y los
secretos de su tecnología caigan en manos enemigas. El peligro de los drones
es de orden moral y legal. Moral en cuanto que limita las posibilidades
de Barack Obama para actuar internacionalmente como un promotor de la
paz y abre un nuevo concepto de la guerra de cara a un futuro en el que
muchos más países, incluido China, tendrán ese tipo de armamento.
Puesto que EE UU no va a renunciar a combatir a Al Qaeda, se impone
marcar con la mayor claridad posible los límites para el uso de los drones y la intervención en el proceso del Congreso y los tribunales, algo para lo que ya existen canales que podrían ser utilizados.
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