Internacional
Seis días después del brutal asalto la Policía mexicana investiga una pista fiable y ayer detuvo a seis sospechosos
Puente de la Constitución en México. Un grupo de amigos (seis españolas, una mexicana y siete españoles) decide alquilar una villa a las afueras de Acapulco, Casa Banbaje, que han encontrado en internet. Uno de los muchos bungalós que
salpican la costa, al pie de una playa con el sugerente nombre de
Encantada y a espaldas de la laguna de Tres Palos. Junto al entorno paradisíaco
la casa ofrece privacidad, piscina, solarium, jardín, porche...
Considerado el precio medio de alquiler en la zona, la estancia de fin
de semana costaría alrededor de 28.000 pesos, unos razonables 1.635 euros a dividir entre catorce personas.
El chalecito de dos plantas con techos de
palma, entre el aeropuerto y el poblado de Barra Vieja, queda a un
costado de la carretera. Un camino de tierra que conduce al mar separa
la sólida construcción color teja de unas cabañas, «Bambuddha», donde se
ofrecen cursos de yoga. Los turistas saludan a la propietaria del hotel
y no pierden más tiempo que para disfrutar del descanso entre el
inclemente sol y las bravías aguas del Pacífico.
Armados y encapuchados
Sábado y domingo habrían transcurrido entre
baños y risas. Pero a eso de la una de la madrugada del lunes se desata
el terror. Un grupo de hombres armados y encapuchados
salta la cerca que rodea la vivienda y se introduce en el interior. Se
desconoce su número exacto, pues los asaltantes se distribuyeron en
distintas habitaciones mientras van separando a los hombres de las
mujeres. Las autoridades detuvieron anoche a seis sospechosos.
Mientras los amenazan con armas cortas,
los criminales atan a los muchachos con cables eléctricos y los
amordazan con los elásticos de los bañadores de sus amigas. Los despojan
de sus teléfonos móviles, ordenadores, carteras, cámaras fotográficas,
tarjetas de crédito, alguna prenda de vestir y todo el dinero. Después,
en una alevosa orgía de maldad que se prolonga durante más de dos horas, se turnan para vigilarlos al tiempo que violan a las chicas. Sólo se salva la esposa mexicana de uno de los varones, por ser de dicha nacionalidad.
Amparados por la soledad y el silencio de la
noche (quizá ladraba un perro a lo lejos), los delincuentes aún tienen
tiempo para beber mezcal hasta que, bien pasadas las 3 de la madrugada,
abandonan la casa no sin antes amenazar a sus víctimas para que no
presenten denuncia. Hasta tres horas más tarde, ya con el clarear del
alba, los jóvenes no consiguen sacudirse el miedo que los atenaza y
pasan a pedir auxilio al «Bambuddha». Será la dueña del establecimiento
quien alerte.
Tras recibir asistencia consular -durante todo
el lunes estuvieron acompañadas por la secretaria del cónsul honorario
en Acapulco, pues Pedro Haces regresaba ese día de España- y presentar
la correspondiente denuncia,
las mujeres, acompañadas por funcionarios de Turismo, prestan
declaración ante la Agencia del Ministerio Público para la Atención de
Delitos Sexuales. Esa misma noche partirán en dos camionetas de regreso a
la Ciudad de México, con la esperanza de que los 380 kilómetros de
distancia contribuyan, con el tiempo, a que se desvanezca la pesadilla.
Poca información
Poco ha trascendido sobre la identidad de los
trece españoles ante la reserva mantenida por las autoridades locales y
el cuerpo diplomático. Se sabe que ninguno ha cumplido aún los 40 ni
cumplirá ya los 25. Que muchos de ellos residen y trabajan en el
Distrito Federal. Que proceden de lugares tan dispares como Salamanca o La Coruña. Y que algunos amigos habían llegado desde la Península para compartir unos días de vacaciones en México.
Mientras, la noticia pesa como una losa sobre Acapulco,
el que fuera en los años cincuenta balneario para las estrellas de
Hollywood y que hoy, gracias al turismo local, empezaba a levantar
cabeza después de que la violencia del narcotráfico vaciara sus hoteles.
Las tres administraciones -local, estatal y
federal- se han volcado en la investigación del crimen, que adjudican a
la delincuencia común. El gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre,
insistía ayer en que «se tienen pistas muy cercanas para detenerlos».
Las autoridades municipales y regionales niegan que la zona oriente de
Acapulco sea un foco delictivo,
pero ahora se ha sabido que desde hace más de un año una banda asolaba
el área y ninguna de las dependencias involucradas en el Operativo
Guerrero Seguro tenía asignada su vigilancia.
Fuentes federales admiten que desde noviembre
de 2011 se han registrado al menos ocho violaciones en el lugar. Sergio
Sarmiento detallaba en el diario «Reforma» varios sucesos, como la
irrupción de un grupo armado en una casa con 15 personas y al robo de
sus pertenencias siguió la violación de las mujeres.
¿Chivos expatorios?
«En todos los casos los criminales advirtieron a
las víctimas que si presentaban denuncias, habría represalias. Una de
las mujeres decidió presentarla, pero en el Ministerio Público le
dijeron que no había médico forense». El nuevo fiscal general de la
República, Jesús Murillo, se interesó por el asunto y se capturó a
algunos presuntos miembros de la banda.
«En los primeros días de noviembre nos metimos a
una casa donde nos chingamos (apoderamos) unas joyas, relojes, unas
cámaras, unos IPhone y otras cosas de la casa donde la banda les dio
violín (violó) a una doña (señora) y a sus hijas», declaró uno de los
detenidos. Tras repetirse los delitos, cabe la duda: ¿Se capturó entonces a los verdaderos responsables o se buscó, como tantas veces, a chivos expiatorios?
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