Después de mí, el Diluvio
Luis González de Alba
¿A quién le dan pan, que llore? ¿Quién no llora al gobernante
que regala despensas, viviendas, dinero? El hecho es que eso no puede hacerse
por siempre.
Venezuela ha podido porque tiene petróleo y los precios han
sido muy altos. Pero, ¿y la planta productiva de Venezuela?
Los daneses pagan altísimos impuestos para tener todos seguridad
social, la reina no pasaba arrojando monedas.
Mala señal cuando un pueblo ve al gobernante como salvador que
reparte panes y peces porque, a diferencia de Cristo, ningún gobierno ha
logrado multiplicarlos por milagro.
Lo que hacen es regalarlos mientras la economía resiste.
Y luego, como dijo Luis XIV, gastalón rey de Francia: Después de mí, el
Diluvio.
Lo vivimos en México: el afán de Echeverría por reconquistar las
clases medias trajo aumentos a salarios que no se medían en puntos
porcentuales: un 3, 5 10 por ciento, sino en múltiplos de 100: cinco veces más,
diez veces más.
Como también controlaba el Banco de México, ordenó que el peso
no cambiara de paridad. Resultado: las crisis sexenales de México comenzaron
con el final del jolgorio echeverrista, sus expropiaciones, sus gastos cargados
a deuda.
La inversión fue nula y en otro sexenio trágico el peso llegó a
3,000 por dólar. Se hizo polvo. La moneda más baja era la de mil pesos.
Hemos hecho una religión del combate a la desigualdad
cuando es la pobreza lo que insulta.
Cuando el nivel inferior del ingreso por familia está en la
clase media, cuando podemos rentar o comprar vivienda, lo necesario para comer
y vestir, darnos una semana de vacaciones, no afecta si la fortuna de Carlos
Slim amaneció con mil millones más o mil menos. La desigualdad aumenta si la
bolsa lo favorece, disminuye si las acciones bajan. Pero, ¿y?
Marx, el viejo y sabio Marx, tuvo razón: la vía al socialismo
pasa por el auge capitalista; por el incremento de la producción que, a partir
del desarrollo de ciencia y tecnología, abarata bienes y servicios hasta
ponerlos a disposición de los más pobres, que además tendrían empleos. No
serían baratos por decreto de un gobernante filantrópico, sino por la ley
férrea de la oferta y la demanda: los telares movidos por vapor producían más
tela, por eso mismo se abarata y los pobres se compran varias camisas… Luego se
expropia. Tres palabras, éstas, al abismo del siglo XX.
Hay países sin pobreza ni expropiaciones: Suecia, Noruega y
Dinamarca, monarquías democráticas. Holanda, Bélgica y el Reino Unido, también
monarquías, tienen niveles de vida mucho más altos, con todo y propiedad
privada, de los que tuvo el bloque socialista.
Se ve: el régimen político importa poco cuando es la sociedad la
que está a cargo de sí misma, cuando los legisladores diseñan un sistema
atractivo para invertir y producir más riqueza, con el paralelo de un
sistema fiscal distribuidor, igualador.
Ese alto nivel de vida no es regalo del rey de Suecia. Es el
previsto por Marx: capital, ciencia, tecnología y libertades. Y la
sociedad se gobierna: demo/cracia.
La tan cantada prosperidad de China no se debe a bases plantadas
por Mao, sino a que, a su muerte, fue botado su Libro Rojo. China es un capitalismo salvaje con
gobierno déspota. Pero también a Mao lo hicieron momia para venerarlo, y lo
veneran, no lo siguen. Que otros lo expliquen. Gustave LeBon no trata nada bien
al pueblo bueno en su La psicología de las masas.
Lenin intentó un atajo. Se derrumbó en 1989. Stalin siguió el
camino y produjo más muertes que Hitler. Se calcula en los 40 millones la suma
de los asesinados directos por órdenes del Padre de Todas las Rusias, los
muertos en la deportación a Siberia, los campesinos muertos en la
colectivización forzosa que dictaba el Catecismo Rojo.
Hubo regiones donde se aprovechó la escasa carne de los hijos
muertos: canibalismo por hambre: que coman mis dos hijos restantes.
Un horror porque el sistema de cultivo debía ser colectivo, por
religión, y los métodos agrícolas los dictaba Lysenko, un anti-darwinista en
quien Stalin vio un nacionalismo alternativo, el propio del alma rusa. Suena
conocido.
Lenin y Stalin fueron convertidos en fiambres para exponerlos a
la veneración del pueblo por toda la eternidad. Y Mao.
Sólo enterraron sus teorías económicas productoras de
hambrunas. Moscú vio kilómetros de dolientes inconsolables a sus muertes.
Los vio Caracas a la muerte de Chávez. Ya veremos el Diluvio.
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