14 marzo, 2013

El petróleo y la batalla por mantenerlo mexicano

O P I N I Ó N 
L O R E N Z O   M E Y E R 
Análisis: Agenda Ciudadana
El petróleo y la batalla por mantenerlo mexicano

"La batalla por sostener lo ganado en 1938 pareciera interminable. El cardenismo logró recuperar el terreno que cedió el alemanismo. Quizá pronto volveremos a confrontar un problema similar".

Sostener lo dicho y hecho

El decreto que en 1938 expropió la industria petrolera y reafirmó su nacionalización (recuperó el terreno legal y político perdido con los Acuerdos de Bucareli de 1923 y con la ley del petróleo de 1925 y su modificación en 1928) es el momento culminante del nacionalismo revolucionario mexicano, pero ese evento no terminaría por ser lo que fue de no haberse ganado la batalla política, legal y económica que tuvo lugar en los dos sexenios que siguieron al cardenista.

Tras lo ocurrido en marzo de hace 75 años, México debió librar una nueva batalla por el petróleo para sostener lo logrado. Lo que estuvo en juego entonces fue la posibilidad de que fuerzas externas, y algunas internas, obligaran al Gobierno a modificar los términos de la expropiación. Conviene recordar que en 1937 Bolivia había expropiado a la Standard Oil of Bolivia. La importancia económica de esa subsidiaria de la Standard era mínima, pero la matriz desató sobre Bolivia una presión que le obligó a aceptar los términos demandados por la afectada. En el caso de México se intentó lo mismo: exigir una indemnización adecuada e inmediata o la devolución de lo tomado. Para las petroleras el caso mexicano era más, mucho más importante que el boliviano, pues se acababa de descubrir Poza Rica, y el conjunto de empresas afectadas controlaba alrededor del 90 por ciento de la producción mundial de petróleo. En términos de precedentes, el desafío mexicano implicaba no compensar a los afectados por el valor del petróleo aún por extraer en sus propiedades y la ley mexicana de expropiación de 1936 no suponía el pago de una indemnización inmediata sino diferida a lo largo de 10 años. Para las empresas, eso suponía no una expropiación sino una confiscación.



La ´pequeña guerra´ en el marco de la gran guerra

Cuando Cárdenas expropió el petróleo, la II Guerra Mundial ya se vislumbraba. El Presidente supuso, y con razón, que el Gobierno de Washington, cuya política en América Latina -la "Buena Vecindad"- buscaba aislar a la región de las turbulencias creadas por las políticas contra el statu quo seguidas por Alemania, Italia y Japón, no usaría la fuerza contra México ni menos permitiría que Inglaterra lo hiciera. Cárdenas calculó bien. El Gobierno del Presidente Roosevelt reconoció el derecho soberano de México a expropiar pero le exigió, como a Bolivia, el pago pronto y adecuado, cosa que nuestro País no estaba en posibilidad de hacer. Fue entonces que Cárdenas logró que una empresa -la Sinclair- aceptara que se le pagara con petróleo, a plazos y sin especificar si se le compensaba sólo por el valor de sus instalaciones en la superficie o también por sus depósitos. Con ese acuerdo, México argumentó que si no se llegaba a un arreglo similar con el resto de las empresas, no era por su culpa y que Washington no tenía bases legales para reclamar. El boicot de los petroleros a las exportaciones mexicanas de combustible y a las importaciones de insumos para el Pemex recién formado, tuvo impacto, pero finalmente el mercado interno, la agenda de Estados Unidos motivada por la guerra y la determinación política del Gobierno cardenista, salvaron a la industria.

Cuando finalmente Estados Unidos se vio envuelto en la gran guerra mundial, la coyuntura se tornó aún más favorable para que el Gobierno mexicano lograra que Washington presionara a sus petroleros para que en 1942 llegaran a un acuerdo con México, cuyos términos resultaron relativamente ventajosos para éste último. Además, ese arreglo fue parte de un paquete mayor, que incluyó acuerdos sobre la impagada deuda externa, las reclamaciones por daños causados por la revolución a norteamericanos, ayuda de Washington para rehabilitar la red ferrocarrilera y varios otros acuerdos: uno comercial, otro de braceros y, desde luego, el militar. En esas circunstancias México pudo darse el lujo de posponer los términos de la indemnización a los ingleses -la más importante, en términos económicos- hasta después de concluida la guerra.



Con la paz, retornan las presiones

Durante la II Guerra México pudo y supo negociar con Estados Unidos en términos relativamente favorables. Sin embargo, concluidos el conflicto mundial y el sexenio de Ávila Camacho, la administración de Miguel Alemán encontró un terreno relativamente más difícil para negociar con el vecino del norte. El alejamiento de Alemán de lo que era el cardenismo y su alineamiento con Washington en la nueva guerra mundial que entonces se inició -la Guerra Fría- le ganaron las simpatías del Gobierno de Harry S. Truman, pero no las suficientes como para obtener los préstamos del Eximbank que solicitó para que Pemex acelerara sus proyectos de expansión.

Alemán consideró apropiado reabrir la actividad petrolera al capital externo norteamericano. Fue entonces, entre 1949 y 1951 que Pemex firmó cinco contratos con otras tantas empresas norteamericanas -ninguna de ellas había estado antes presente en México- para que exploraran, perforaran o rehabilitaran pozos petroleros en áreas determinadas de la costa del Golfo de México.

La decisión de Alemán de readmitir al capital privado norteamericano en la actividad petrolera, aunque fuera de manera marginal, no fue aceptada por la corriente cardenista que, si bien estaba debilitada, aún contaba con fuerza para hacerse oír. Un representante de esa corriente, Natalio Vázquez Pallares, publicó una veintena de artículos en 1952 en el periódico El Popular, donde denunció sin ambages que los contratos con las empresas extranjeras eran lesivos para el interés nacional y constituían una violación a la letra y al espíritu del marco legal creado para mantener a la riqueza petrolera en manos mexicanas y para beneficio exclusivo de México, (En defensa de nuestro petróleo, México: Universidad Michoacana, 1994).

Ante la reacción del sector nacionalista, el Gobierno de Adolfo Ruiz Cortnes ya no continuó con la política de su antecesor y al inicio de los 1970, Pemex negoció la terminación anticipada de los contratos firmados por el alemanismo. Sin embargo, hasta aquí pudo llegar el esfuerzo nacionalista de Cárdenas, pues el general falleció en octubre de ese año.

Al final de los 70, la presión por volver a abrir las puertas al capital privado externo se volvió a presentar como resultado de esta combinación: la ausencia de Cárdenas, la gran crisis del modelo económico post revolucionario, los nuevos descubrimientos de hidrocarburos en la Sonda de Campeche y la irresponsabilidad y corrupción de los dirigentes políticos. México se volvió a petrolizar, la deuda externa explotó y el neoliberalismo se volvió la ideología dominante.

Es en el marco del esfuerzo histórico descrito, no común en un país periférico, que una industria petrolera nacionalizada logró convertirse en símbolo de su voluntad de dar sentido a su soberanía. Los mexicanos debemos y podemos reafirmar la confianza en nosotros mismos regenerando a Pemex –librándolo de la corrupción y las cadenas fiscales-, manteniendo a los hidrocarburos como zona de nuestra exclusiva incumbencia y alejándonos de la petrolización. Ningún país en nuestras condiciones ha logrado superarse vía la dependencia de las exportaciones petroleras.

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