por Daniel J. Mitchell
Dan Mitchell es académico titular del Cato Institute.
Toda la atención en Washington está concentrada en discusiones sobre cómo lidiar con el inminente aumento automático de impuestos
que llegará el primero de enero cuando los recortes de impuestos de
Bush expiren. Ese día, también, se activará el “secuestro”, que es el
término que los expertos utilizan para referirse a un proceso automático
que desacelerará el crecimiento del gasto público en los próximos 10 años.
Este es el llamado precipicio fiscal; es una lucha que
tiene implicaciones importantes, sobre todo porque algunos de los
aumentos de impuestos tendrán un impacto considerablemente perjudicial
en los incentivos para trabajar, ahorrar, invertir y crear puestos de
trabajo. En una economía global competitiva, por ejemplo, es
extrañamente auto-destructivo tributar doblemente los dividendos y las
ganancias de capital.
Tenga en cuenta que los contribuyentes ya están siendo empujados por una
colina empinada. Varias subidas de impuestos relacionadas a ObamaCare
también están listas para entrar en vigencia en enero, siendo de
particular importancia el alza de las tasas impositivas sobre la
inversión. Además, la exención temporal de los impuestos sobre la nómina
de pagos seguro también expirará; pudo haber sido un truco ineficaz
para crear empleo, pero si alivió los presupuestos familiares.
Adicionalmente, millones de estadounidenses se enfrentan al prospecto de
ser arrastrados a el indescifrable pantano del Impuesto Mínimo
Alternativo si los legisladores no toman medidas al respecto.
Todas estas son malas noticias, pero no constituyen una crisis. Si
superamos este precipicio, simplemente significa que la economía crecerá
un poco más lento y los políticos gastarán un poco más. Y el
“secuestro” en realidad sería una (modesta) buena noticia, ya que
significa que la carga de los gastos del Estado sería “solo" $2 billones
mayor dentro de 10 años, en lugar de $2,1 billones.
Incluso si Obama se impone en la lucha, esto simplemente significa que
obtendríamos una mezcla diferente de subidas de impuestos y aumentos en
el gasto a un ritmo más rápido. Claro, eso es malo para la economía,
pero no es el fin del mundo.
La verdadera crisis es la bomba de tiempo que son los programas de prestaciones sociales y el Estado de Bienestar.
Esta bomba no va a explotar este año, ni el próximo. Puede ser que ni
siquiera explote dentro de los próximos 20 años. Pero en algún momento
EE.UU. experimentará un colapso fiscal al estilo griego si estos
programas no se reforman.
Es una simple cuestión de matemáticas debido al envejecimiento de la
población. Según el Banco de Pagos Internacionales y la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la futura carga
del gasto público en EE.UU. llegará a niveles tan altos que estaremos en
peores condiciones que los estados de bienestar europeos.
Peor que España, peor que Italia, peor que Francia. Nuestra perspectiva
fiscal a largo plazo es incluso peor que la situación de Grecia, de
acuerdo con estas burocracias internacionales.
Muchos se molestan por la deuda nacional, que está en algún lugar entre
los $11 y $16 billones, dependiendo de si se incluye el dinero que el
gobierno se debe a sí mismo. Estas son grandes cifras —pero si usted
suma la cantidad de dinero que el gobierno ha prometido gastar en los
programas de ayuda social en el futuro y compara esa cantidad con la
cantidad de ingresos que el gobierno proyecta recaudar de esos
programas, el déficit acumulado llega a más de $100 billones.
Y eso es después de ajustar por la inflación.
Algunos políticos afirman que esta enorme e implícita expansión del
Estado no es un problema porque podemos aumentar los impuestos. Pero eso
es exactamente lo que los estados de bienestar europeos intentaron —y
no funcionó.
En palabras sencillas, ni siquiera las enormes subidas de impuestos
detendrán la aparición de cifras en rojo a largo plazo si el Estado
sigue creciendo más rápido que la economía privada.
Este es el problema fiscal que exige atención. La ausencia real de una
reforma a los programas de ayuda social, como cederle competencia a los
estados sobre Medicaid, la carga del gasto del gobierno consumirá
partes cada vez mayores de nuestra producción económica con cada año que
pasa.
No importará si los políticos promulgan los aumentos de impuestos a
los ricos de Obama. No importará si aumentan los impuestos sobre la
nómina de la clase media. Ni siquiera importará si imponen el impuesto
sobre el valor agregado, que es un impuesto nacional sobre las ventas al
estilo europeo. Siempre que el gasto público crezca más rápido que el
sector privado, es solo cuestión de tiempo antes de que los inversores
internacionales cierren el grifo dejando de comprar nuestra deuda.
Desafortunadamente, cuanto más esperemos para solucionar el problema,
más difícil será resolverlo. Cada vez más estadounidenses quedarán
atrapados en la dependencia del Estado a lo largo del tiempo, la
economía privada estará demasiado sofocada por los impuestos como para
crear empleos, y podríamos terminar como Grecia —con la mayoría de la
población votante decidida a mantener el status quo.
Pero cuando este no sea sostenible, los "vigilantes de los bonos"
estarán a cargo. Cuando corten la tarjeta de crédito de Washington, no
será una situación agradable —especialmente porque no habrá nadie que
nos rescate.
En comparación con ese escenario, el precipicio fiscal es un paseo por el parque.
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