13 marzo, 2013

Francisco I para la Nueva Evangelización

Iglesia católica

El mundo se ha rendido a la fascinación superficial por el cónclave, pero no entiende el significado de la elección. La Iglesia busca determinar el ritmo y los modos de expresión adecuados para la llamada Nueva Evangelización. Esta, iniciada en el pontificado de Juan Pablo II, es una fase decisiva del Concilio Vaticano II dedicada a impulsar una relación abiertamente misionera con el mundo.


Este mundo, indiferente y a veces hostil a la Iglesia, atraído por las milenarias tradiciones que se escenifican entre la cúpula de Bernini y los siete montes de Roma, no se resiste al seductor espectáculo del desfile de los cardenales entre las capillas Paulina y Sixtina, ni al primer cónclave del que se tenga memoria que se celebra tras una renuncia. Pero le cuesta representarse a Benedicto XVI orando en Castelgandolfo por un sucesor que culmine una misión que, con grandiosa humildad, ha considerado superior a sus fuerzas.
Es casi normal que la colección de conjeturas sobre deliberaciones basadas en el secreto hayan resultado erróneas. Del nuevo Papa se dice, y esto también es conjetura, que fue quien obtuvo más votos antes de la elección de Benedicto XVI en 2005. Y se sabe que antes, de que hiciera efectiva su renuncia, el ahora Papa emérito lo designó miembro de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL). También, que es argentino y jesuita y que se ha opuesto a los excesos de los Kirchner. Todo lo demás está por ver.
Hasta ayer, las explicaciones verosímiles acerca de lo que sucedía en el cónclave exploraban la relación entre renovadores dedicados a impulsar la Nueva Evangelización y curiales proclives al statu quo. No es imposible que una decisión tan rápida de los cardenales responda a una convicción asentada de que era posible llegar a un acuerdo entre las tendencias.
La elección de un papa que tiene el español por lengua materna es emotiva y remite a los tiempos de una evangelización exitosa ligada a la empresa de España como nación.
Los casi 1.300 millones de católicos esperan confiados que la Providencia les haya enviado a Francisco I (por Francisco de Asís o por Francisco Javier, patrón de las misiones, o por Francisco de Borja, que expandió la Compañía de Jesús por Hispanoamérica) como un Pastor que les oriente en esta tarea de –en palabras de Weigel– ortodoxia afirmativa. Una desacomplejada asunción de la labor evangelizadora. Benedicto XVI sorprendió a muchos y Francisco I ha empezado sorprendiendo y desconcertando a periodistas, vaticanistas y demás amantes de la profecía.

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