21 marzo, 2013

¿"Hambre Cero" en México?

Análisis & Opinión

Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

México siempre ha sido un país de agudos contrastes económicos y sociales. Desde la Colonia hasta nuestros días han coexistido en grados inaceptables miseria y opulencia. Esa ha sido y es todavía la realidad cotidiana de millones de mexicanos. El tema es candente y embarazoso si recordamos que la economía mexicana se ubica hoy entre las primeras 17 economías  del planeta y que en este territorio hay fortunas familiares que tienen un rango distinguido en la jerarquía de la minoritaria plutocracia del mundo.
Ante este panorama humanamente oprobioso no es sorprendente que la nueva política social, la del gobierno de Enrique Peña Nieto (EPN), haya sido bautizada con el épico nombre de “Cruzada Nacional Contra el Hambre” (CNCH), que evoca fines redentores y propósitos de justicia social que son, desde cierto punto de vista, inobjetables. Pero “el diablo está presente en los detalles”, dice el sabio refrán popular. Y en esa idea es pertinente dimensionar en un contexto amplio los límites y las expectativas sociales que acompañan a la política social de EPN.

Y desde aquel “error de diciembre” de 1994 la situación social mexicana está más marcada por la desigualdad y la pobreza, agudizada por el impacto devastador de la Gran Recesión de 2008-2009. Sobra decir que el panorama social no cambió en el último trienio de la lamentable docena panista en la presidencia de la República.
¿Cuál es la verdad oficial en este tema? Se ha planteado desde el 21 de enero atacar la pobreza extrema en 400 municipios en los que habitan 7,4 millones de personas, mitad urbanos, mitad rurales. Se ha señalado que se compactarán 70 programas sociales y así se pondrá en marcha el Sistema Nacional para la CNCH, que mediáticamente se conocerá como “Sin Hambre” o “Hambre Cero”. La vía jurídica ha sido la del decreto. Se ha resuelto atacar esta endemia punzante durante los próximos seis años con una política social que se reclama “incluyente y participativa”, lejos del “asistencialismo” que nada resuelve, remata en tono prematuramente triunfalista la rediviva Secretaria de Desarrollo Social Rosario Robles.
¿Cuáles son las cifras oficiales de la pobreza mexicana actual?
Los pobres de México hoy alcanzan la cifra oficial, según Coneval, de 52 millones, desparramados en todo el territorio nacional, aunque no de modo parejo. La cifra que debería ser el objetivo mínimo de esta cruzada de EPN es de 28 millones aproximadamente, que tienen probadas carencias alimenticias, sin considerar los otros muchos rezagos sociales que acompañan a la miseria: educativos, sanitarios, habitacionales y culturales. Y en ese total también hay que destacar los 11,7 millones de personas que viven en pobreza extrema, dato que la CNCH misma reconoce.
Por lo que se puede apreciar con los números anteriores, las cifras de esta cruzada contra la pobreza y el hambre están incompletas. Sus metas se quedan chiquitas frente a la dimensión real del problema. Si tan sólo consideramos 28 millones que oficialmente con hambre están, la CNCH deja fuera a 20,6 millones de mexicanos. Si nos referimos al peso de los 400 municipios que serán atendidos, habiendo un total de 2.457 en el país, es preocupante que queden excluidos 2.057, en donde es imposible imaginar que allí no hay pobreza con hambre y con otras muchas privaciones que humillan la condición humana.
¿Cómo tendrán permanentemente estos 7,4 millones de mexicanos acceso a una alimentación nutritiva? ¿Por cuánto tiempo? ¿Cuál será el costo fiscal de este programa? ¿Se fondeará éste con un IVA más alto? ¿Cómo evaluar su impacto social efectivo? ¿En verdad no tendrá un uso electoral este programa social? ¿En el “Mapa del Hambre” están todos los que tienen hambre? ¿Qué tipo de colaboración efectiva darán en cada espacio socorrido los gobiernos municipales? ¿Cómo, en cuánto tiempo y a cuántos les será posible una “inclusión productiva”?
Estas y otras preguntas hasta ahora, después de los primeros 100 días de este gobierno cruzado, no tienen respuesta, no obstante el caudal de declaraciones, discursos y disposiciones jurídicas que comienzan a dar cuerpo a la nueva política social. Démosle -con generosidad democrática- a EPN el beneficio de la duda y supongamos que en su Plan Nacional de Desarrollo 2103-2018 vendrán propuestas creíbles y certeramente viables para terminar con la pobreza extrema y sus secuelas degradantes. Hoy sólo se ven promesas solemnes y ellas no valen ni siquiera un taco de frijoles.
Hay algo muy importante que está omitido en los documentos que hoy postulan esta cruzada protectora de los más necesitados de ayuda inmediata e incondicional: la explicación de las causas esenciales de esa pobreza masiva, añeja y arraigada. ¿Cómo se produjo esa pobreza, quiénes se beneficiaron de ella, hace cuánto tiempo que se perfeccionaron sus mecanismos inhumanos de reproducción continua? 
En México se han desarrollado en los últimos años grupos ejemplares de académicos de alto nivel que han estudiado la pobreza desde diferentes ángulos. No faltan a la verdad quienes señalan que ahora mucho se sabe de cuánta miseria hay, dónde está, qué profundidad tiene y cómo ha evolucionado en las últimas décadas. El inventario de la pobreza está completo y esto es un avance significativo.
El problema toral, dicen estos mismos expertos, es que persisten las causas y los factores que han producido la pobreza, además de que las políticas gubernamentales puestas en marcha para batallar contra esta endemia social nunca han sido suficientes para minimizarla y mucho menos para erradicarla.
Están a la vista los enormes y funestos saldos deficitarios de la vida social del modelo económico vigente, fraguado desde hace 30 años con las reformas de mercado y con la correspondiente amputación de políticas fiscales redistributivas que algunas vez fueron esperanza de cambio para la masas empobrecidas de México. Hay indicadores económicos que hoy dan cuenta incuestionable de la exclusión social que ha generado este modelo económico: el flácido poder adquisitivo de los salarios, el alto desempleo, el creciente subempleo y una migración de fuerza de trabajo hacia los Estado Unidos de proporciones colosales. Estos son indicadores de un modelo concentrador del ingreso y generador de pobres y de pobreza extrema que están a la vista. ¿Quién puede ocultar esto?
Y algo es obvio: las cifras alarmantes que dan cuenta de los enormes costos sociales del estilo de desarrollo seguido persisten aún con estabilidad monetaria y cambiaria, disciplina fiscal y una economía abierta al exterior en condiciones ciertamente favorables. Todo esto puede ser necesario para crecer y distribuir el ingreso, pero es claramente insuficiente para un proyecto nacional equitativo y allí están las cifras crudas de la pobreza que constatan esta idea.
Y desde aquel “error de diciembre” de 1994 la situación social mexicana está más marcada por la desigualdad y la pobreza, agudizada por el impacto devastador de la Gran Recesión de 2008-2009. Sobra decir que el panorama social no cambió en el último trienio de la lamentable docena panista en la presidencia de la República.
¿El modelo económico anterior, sustentado en la ideología revolucionaria de la Constitución de 1917, fue mejor que el proyecto liberal de nuevo cuño que viene avanzando intermitentemente desde 1982? No hay duda de que no fue mejor, si hablamos de pobreza, exclusión y marginalidad sociales. Los mejores años de los gobiernos posrevolucionarios –por los cambios redistributivos a favor de las clases de menores ingresos-, se ubican quizá en el auge petrolero 1978-1981, pero ni aún así las cuentas que salen son buenas para la mayoría del país.
¿Hay algo nuevo en política social de EPN? No precisamente, aunque haya declarado con rotundez en su toma de posesión que era “inaceptable que millones de mexicanos padezcan hambre”. Una campaña sistemática y permanente para erradicar la pobreza extrema, donde el hambre campea a diario y desde hace muchos años, no puede tener  impacto de largo plazo sólo con el presupuesto (insuficiente) de la Secretaría de Desarrollo Social y de otros órganos gubernamentales. Hasta ahora los anuncios programáticos revelan un esfuerzo por hacer casi lo mismo que antes, con un poco más de dinero y, eso sí, con mucha difusión mediática.
El polifacético Ignacio Ramírez, “El Nigromante” (1818-1879), de linaje liberal, igualitario y patriótico, algún día escribió afligido con el pudor y la honradez de los hombres libres: “¿Que hacemos con los pobres?”. Un siglo y medio después, esta pregunta dura también se la hizo con limpieza la escritora Julieta Campos al nombrar con esa interrogante uno de sus últimos libros, precisamente en 1995, año en que, en unos cuantos meses, por la política cambiaria irresponsable de 1994, se sembraron pobres y pobreza en cantidades aterradoras. Y esa pregunta, sin ánimo paternalista, estremece y se mantiene viva.

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