Venezuela
José García Domínguez
Tan difícil de explicar en abstracto y, sin embargo, tan reconocible siempre a primera vista. Porque ese fenómeno que hoy arrasa Occidente, y que Chávez proyectó en Venezuela a las lindes del esperpento, poco tiene que ver con el socialismo marxista o, en general, con el pensamiento revolucionario. Bien al contrario, elemento común a todos los populismos es el repudio de la reflexión teórica en beneficio exclusivo del sentimentalismo demagógico. El cerebro en todo momento orillado frente al papel protagonista y rector de los testículos, acaso sea ésa es su seña de identidad primera. De ahí los rendidos entusiasmos que Chávez suscitó entre una progresía europea deseosa de que lejos, bien lejos, en el Tercer Mundo, otros lleven a la realidad sus viejas fantasías revolucionarias de asamblea de facultad.
Embelesadas devociones que, sin embargo, no despierta otra izquierda, la tan racional y racionalista como civil y civilizada que sí existe en América Latina. La misma que está triunfando en Brasil con Dilma Rousseff tras iza
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