La manía de la medición y las estadísticas
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Parecería que si no se pueden medir resultados
éstos no existen o se los subestima sin percatarse de otra dimensión no
cuantificable que es en definitiva la que marca el propósito de las
acciones humanas. Es cierto que el cálculo económico en general y la
evaluación de proyectos en particular son indispensables al efecto de
conocer si se consume o si se incrementa el capital. De allí es que
resulta indispensable la institución de la propiedad privada y los
consiguientes precios de mercado, sin cuya existencia se opera a ciegas.
Pero
no es menos cierto el abuso de las mediciones en teoría económica.
Incluso en la pretendida ilustración de las transacciones comerciales,
el signo igual es inapropiado puesto que los precios expresan pero no
miden el valor. El precio es consecuencia de valorizaciones distintas y
cruzadas entre compradores y vendedores de lo contrario no habría
operación alguna. El vendedor valora en más el dinero que recibe que la
mercancía o el servicio que entrega y al comprador le ocurre lo
contrario.
Además “medir” valores a través de precios en rigor
significaría que si una mesa se cotiza en mil media mesa se debiera
cotizar en quinientos cuando en verdad pude muy bien traducirse en un
valor nulo y así sucesivamente. La medición requiere unidad de medida y
constantes (por ese motivo -en “The Place of Mathematical Reasoning in
Economics”- Paul Painlavé concluye que “medir el valor de algún objeto
resulta imposible”). Asimismo, la expresión algebraica de “función” no
es aplicable en el ámbito de la ciencia económica puesto que conociendo
el valor de una variable no permite conocer el de otra. Tampoco es
pertinente recurrir a las llamadas “curvas de indiferencia” al efecto de
ilustrar elecciones puesto que toda acción implica preferencia ya que
la indiferencia es la negación del actuar. Ni siguiera es aceptable
recurrir a las “curvas” de oferta y demanda puesto que significa el
tratamiento de variables continuas cuando la acción inexorablemente
significa variables discretas.
En otros ensayos y artículos me he
referido a los graves problemas referidos a la “renta nacional” y al
“producto bruto”, al supuesto de considerar producción-distribución como
fenómenos susceptibles de escindirse y a las falsedades inherentes al
modelo de “competencia perfecta”, pero en esta oportunidad no tomaré
espacio para ese análisis ya efectuado con insistencia, para en cambio
aludir a aquella otra dimensión no cuantificable a que me referí al
comienzo.
En realidad, todas las acciones (y no digo humanas
puesto que sería una redundancia ya que lo no humano no es acción sino
reacción) apuntan a satisfacciones no monetarias. Incluso para quien el
fin es la acumulación de dinero, puesto que la respectiva satisfacción
siempre subjetiva, no puede manifestarse en números cardinales, solo
ordinales pero personales ya que son imposibles las comparaciones
intersubjetivas.
En nuestro léxico convencional podríamos decir
que esta dimensión no sujeta a medición alguna se refiere al rendimiento
o la productividad psíquica. Por ejemplo, se compra un terreno para
disfrutar de las puestas de sol debido a que esa satisfacción posee para
el comprador un valor mayor que el dinero que entregó a cambio, pero no
resulta posible articular la medida de ese delta y lo mismo ocurre con
todo lo adquirido. En otros términos, lo más relevante no está sujeto a
medición.
Esto es lo que confunde y altera a los megalómanos
planificadores que se manejan a puro golpe de cifras que aunque fueran
fidedignas no cubren lo medular del ser humano. No deja de ser curioso
que esta inundación de estadísticas se pretenden refutar con otras, lo
cual no va al meollo del asunto. Es en este sentido que Tocqueville
escribe que “El hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha
nacido para ser esclavo”. Por eso es que las cifras globales (llamadas
macroeconómicas) son, en última instancia, intrascendentes puesto que en
liberad simplemente serán las que deban resultar. Este es el
significado de la sentencia de James Buchanan en cuanto a que “mientras
el intercambio sea abierto y mientras se excluya la fuerza y el fraude,
el acuerdo logrado, por definición, será calificado como eficiente”. Por
esto mismo es que Jacques Rueff repetía en que no deben compilarse
estadísticas del sector externo “puesto que constituyen una tentación
para los gobiernos de intervenir, en lugar de permitir las ventajas que
proporciona la libertad”.
Desde luego, lo dicho no es para
eliminar las estadísticas, sino, por un lado, para diferenciar las
relevantes de las irrelevantes y, por otro, mostrar que aunque se
recurra a veces a números como circunstancial apoyo logístico (todos los
economistas lo hacemos pero lo dramático es cuando se revela que eso es
lo único que hay en la alforja), lo transcendente no radica allí puesto
que hay un asunto de orden previo o de prelación que apunta a lo no
cuantificable en lo que se refiere a la esfera del aparato estatal y
dejar que en el sector privado se compilen las series que se conjetura
requiere la gente.
A título de anécdota, señalo que cuando Alfredo
Canavese de la Universidad Di Tella, por entonces colega en la Academia
Nacional de Ciencias Económicas en Buenos Aires, solicitó mi nombre
para una declaración contra las manipuladas cifras oficiales del INDEC
en la Argentina, le manifesté que las tergiversaciones oficiales
producirían como resultado positivo la preparación de índices por parte
del sector privado lo cual esperaba termine con los números estatales
que exceden su misión específica con el correspondiente ahorro de
recursos de los contribuyentes y que los gobiernos se circunscriban
estrictamente a las cuentas de las finanzas públicas, liberando energía
para controlar al siempre adiposo Leviatán.
Preciso un poco más la
idea: en el supuesto de que el gobierno pudiera hacer multimillonarios a
todos (irreal por cierto si tenemos en mente ejemplos de sociedades
iguales pero con regímenes distintos como era Alemania Occidental y
Alemania Oriental o como es hoy Corea del Sur y Corea del Norte), nada
se ganaría si simultáneamente la gente no puede elegir que productos
comprar del exterior, si los padres no puede elegir las estructuras
curriculares que prefieren para la educación de sus hijos, si no se
puede elegir el contenido de los periódicos, las radios y las
televisiones, si no se puede afiliarse o desafiliarse a un sindicato sin
descuentos coactivos de ninguna naturaleza, si no se puede profesar el
culto que cada uno prefiera sin vinculación alguna con el poder, si no
se cuenta con una Justicia independiente, si no se puede pactar
cualquier cosa que se estima pertinente sin lesionar derechos de
terceros, etc. etc. Como en el cuento de Andersen, de nada vale que
ingresen al bolsillo de cada uno miles y miles de kilos de oro si se ha
vendido la liberad, es decir, la condición humana.
Es clave
comprender y compartir el esqueleto conceptual de la sociedad abierta,
las estadísticas favorables se dan por añadidura. Por el contrario, si
se tratara de demostrar las ventajas de la libertad a puro rigor de
estadísticas ya hace mucho tiempo que se hubiera probado su
superioridad, el asunto es que, en definitiva, con cifras no se prueba
nada, las pruebas anteceden a las series estadísticas, el razonamiento
adecuado es precisamente la base para interpretar correctamente las
estadísticas. Es por eso que resulta tan esencial la educación en cuanto
a los fundamentos éticos, jurídicos y económicos de la sociedad libre y
no perder el tiempo y consumir glándulas salivares y tinta con números
que desprovistos del esquema conceptual adecuado son meras cifras
arrojadas al vacío.
En resumen, el oxígeno vital es la libertad,
si los debates se centran exclusivamente en las cifras se está desviando
la atención del verdadero eje y del aspecto medular de las relaciones
sociales. Como bien ha escrito Wilhelm Röpke en Más allá de la oferta y
la demanda: “La diferencia entre una sociedad abierta y una sociedad
autoritaria no estriba en que en la primera haya más hamburguesas y
heladeras. Se trata de sistemas ético-institucionales opuestos. Si se
pierde la brújula en el campo de la ética, además, entre otras muchas
cosas, nos quedaremos sin hamburguesas y sin heladeras”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario