19 marzo, 2013

La perredización del PAN

Jorge Fernández Menéndez

La perredización del PAN
El Consejo Nacional del PAN terminó este fin de semana mucho antes de lo previsto simplemente por falta de quórum; la mayoría de los delegados decidieron abandonarlo antes de agotar la agenda. Alcanzó el tiempo para establecer un par de modificaciones muy importantes en sus estatutos: la elección de sus candidatos por votación abierta de sus militantes y retirarle al CEN la facultad para escoger a los miembros del Consejo, para comprobar que, con o sin Pacto por México, la dirigencia que encabeza Gustavo Madero no tiene hoy la hegemonía ni el control del partido. Y tampoco lo tiene alguna otra corriente interna del partido.


En realidad, lo que estamos viendo en el PAN es a una base y a cuadros medios del partido que estuvo 12 años en el gobierno, huérfanos de liderazgos y de propuestas, enojados con su dirigencia por haber perdido innumerables posiciones de poder y sin respuestas, reflexiones, críticas o autocríticas sobre la derrota. Y esos hombres y mujeres, esos cuadros medios, han decidido, por una parte, romper con la estructura piramidal tradicional en los mandos del blanquiazul y, por la otra, dejar en suspenso, tanto a la dirigencia, como a muchos de sus principales liderazgos. Es una crisis, pero la misma también debe ser entendida en muchas ocasiones como una oportunidad.
Pero las crisis pueden llevar a la catástrofe. Uno de los peligros evidentes que existen en el blanquiazul es su perredización, transformar ese enojo de la militancia y la base, en una lógica de confrontación sin mayor propuesta que la oposición en sí misma, sin importar demasiado las propuestas. Esa lógica enmarca desde posiciones muy conscientes de su cercanía con el propio PRD que representa, por ejemplo, el senador Javier Corral, como actuaciones que pueden ser casuales pero que no deberían obviarse, como la participación de la ex senadora Xóchitl Díaz Méndez, armada, en grupos de autodefensa en Tepalcatepec, en Michoacán (un estado en el cual, según las autoridades federales, la mayoría de los grupos de autodefensa están impulsados por alguna de las organizaciones del crimen organizado local). La perredización del PAN (con oposición por principio, liderazgos locales balcanizadores y tribus incluidas) es una tentación difícil de contrarrestar en el corto plazo porque puede rendir frutos, incluso vía la propia alianza con el PRD, para los comicios de julio próximo, pero terminará dejando a ese partido sin identidad y demasiado manipulable por cualquier tipo de interés local o global. Cuando la oposición no está basada en un programa y en objetivos políticos definidos, poco es lo que se puede hacer pensando realmente en el futuro. Y puede ser el caldo de cultivo para que liderazgos partidarios populistas se identifiquen como de derecha o de izquierda.
La otra cara de esa moneda (y paradójicamente una alimenta a la otra) es la tentación de convertirse en un partido que sigue la ruta de los acuerdos, como en el Pacto por México, lo cual está muy bien, pero no define un perfil propio, no se sabe si está siguiendo su agenda o la de otros. Y entonces, en lugar de acumular espacios y poder, en realidad los pierde. No es verdad que para crecer no se debe hacer acuerdos: el mejor ejemplo lo dio el propio PAN durante el sexenio de Carlos Salinas. Bajo el mando de Diego Fernández de Cevallos, Carlos Castillo Peraza y don Luis H. Álvarez, el panismo negoció un agenda política y de reformas que le brindó enormes beneficios (a ellos y a la administración de Salinas) sin perder su identidad, su agenda y su perfil. Y esa línea se siguió no sin oposición interna; paradójicamente la corriente que quería perredizar al PAN en aquellos años terminaron trabajando con el PRD: como Bernardo Bátiz, Jesús González Schmal y otros.
El problema en la actualidad es que como no se ha procesado la derrota, como no se ha definido un camino futuro ni una lógica de poder, los acuerdos parecen dictados por agendas ajenas, aunque esos capítulos estén en la del PAN desde hace años.
Hoy no pareciera que alguno de los distintos grupos (¿debemos llamarlos ya tribus?) que conviven en el PAN parece tener la hegemonía del partido. Quien quiera quedarse con la dirigencia hacia fin de año, cuando ésta deba renovarse, deberá ser parte de un acuerdo entre dos o más de los que ahora operan dentro del blanquiazul, asumiendo además que necesitan una figura que pueda efectuar esa cohesión (¿Podría ser Josefina esa figura? Antes debe asumirlo públicamente para reclamar ese lugar). Pero esos acuerdos deberán basarse en programas y agendas porque, de lo contrario, si sólo se trata de controlar espacios de poder, significarán la institucionalización de las tribus y la perredización de un partido que siempre ha apostado a ser exactamente lo contrario, por lo menos en su vida interna.

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