por Axel Kaiser
Axel Kaiser es Director Ejecutivo de la Fundación para el Progreso (Chile).
A principios del siglo XX, EE.UU. ya había logrado convertirse en el
país más rico del mundo. Era por supuesto también el país más
capitalista, contando con un estado que en total no gastaba más de un 6
por ciento del PIB. Según la teoría marxista, era precisamente en ese país en que la revolución proletaria debía estallar antes que en cualquier otro, pues el capitalismo supuestamente agudizaría las contradicciones de clase hasta tornar el sistema insostenible.
Intentado dar una explicación al fracaso de la predicción marxista, en su famoso ensayo ¿Por qué no hay socialismo en Estados Unidos? el sociólogo socialista alemán Werner Sombart
llegaría a concluir que EE.UU. ofrecía excelentes condiciones de vida a
los proletarios, agregando que estos tenían una “participación
emocional en el capitalismo”. Para Sombart entonces, el hecho de que no
existiera un movimiento socialista relevante en el país más capitalista
del mundo se debía en gran parte a que las masas de trabajadores no solo
se beneficiaban del capitalismo, sino que además creían y querían el
sistema en el que vivían. Sombart tenía razón.
La libertad y la responsabilidad individual
fueron el eje intelectual sobre el que se fundó la idea de EE.UU. y
siempre contó con un fuerte anclaje en la cultura del país. A fines del
siglo XIX, sin embargo, los círculos intelectuales comenzaron a difundir
con creciente intensidad ideas contrarias a la filosofía libertaria que
diera origen al milagro americano. En el mundo religioso, el "Social
Gospel" emergió como un movimiento intelectual que se lanzó en picada en
contra de la industrialización, promoviendo una activa participación
estatal para “purificar” a la sociedad del pecado social y lo que
consideraban excesos del capitalismo. Justicia social, igualdad,
salarios éticos y la creación de una economía cristiana en que los
empresarios no buscaran exclusivamente su interés fueron las nuevas
ideas que este movimiento liderado por pastores intelectuales promovería
con gran impacto.
Desde el mundo laico el “progressive movement” (movimiento progresista) redefiniría la idea de libertad equiparándola con la de igualdad
y abogaría por la ingeniería social confiando a expertos la solución de
todos los problemas. Este movimiento, cuyos principales exponentes
políticos fueron los presidentes republicanos Theodore Roosevelt y Herbert Hoover y los demócratas Woodrow Wilson y Franklin Roosevelt,
lograría poner fin a la tradición libertaria estadounidense
reemplazando una filosofía centrada en la libertad y responsabilidad
personal, por una enfocada en la idea de justicia social, igualdad y
responsabilidad colectiva. Este triunfo intelectual de la izquierda, si
bien no llevó a una revolución socialista, condujo a una creciente
expansión del estado que se iniciaría con Wilson y la introducción del
impuesto a la renta, la aprobación de numerosas regulaciones y la
creación de la Reserva Federal en 1913, la que probaría ser catastrófica pocos años después.
En efecto, el nuevo intervencionismo estatal daría origen a la Gran Depresión,
la que a su vez serviría de excusa para la creación del Estado de
Bienestar bajo el gobierno de Franklin Roosevelt. De ese cambio en la
filosofía y política dominante EE.UU. jamás logró recuperarse y como
consecuencia el estado no dejó de crecer hasta nuestros días. Hoy, este
consume más del 40 por ciento del PIB, mientras el déficit fiscal se acerca a un 10 por ciento del PIB, la deuda pública
supera un 100 por ciento del PIB y las obligaciones contraídas por
políticos en nombre de los derechos sociales ascienden a un 700 por
ciento del PIB. Si EE.UU. hubiera permanecido fiel a la filosofía de sus
padres fundadores, nada de eso habría pasado. Y es que para ellos el
gobierno era un mal necesario que debía mantenerse estrictamente
limitado si quería evitarse la ruina del país. De ahí que Thomas Jefferson advirtiera que la libertad merece eterna vigilancia y Thomas Paine
enseñara que el deber de todo patriota es proteger a su pueblo de su
gobierno. Estas lecciones, por cierto, son válidas para todas las
naciones del mundo que aspiren a vivir en libertad.
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