¿Papa latinoamericano?
Por Alvaro Vargas Llosa
Es arduo adivinar quién será el próximo Papa no tanto por lo
insondable de las intenciones del Espíritu Santo como por un problema
práctico: se necesitan dos tercios de los votos. Lo cual en ocasiones favorece a candidaturas raras.
Es cierto que Ratzinger era el favorito, pero ganó
en parte porque el argentino Bergoglio retiró su nombre; sin ello habría
sido difícil que el elemán alcanzara los dos tercios. En el caso de
Wojtyla, el primer Papa no italiano en 500 años, no sólo no era nada
favorito sino que le hicieron falta muchísimas votaciones para triunfar.
Pero juguemos el juego especulativo centrándonos en América Latina por ser la región que alberga al 40% de los católicos del mundo y ser Brasil uno de los puntos de referencia.
Sospecho que si Ratzinger tuviese que escoger a un latinoamericano, elegiría entre dos: el hondureño Rodríguez Madariaga y el brasileño Odilo Pedro Scherer.
El primero es el más conservador de los papables latinoamericanos
serios y, en términos ideológico-doctrinales, el más cercano a él en ese
grupo hipotético. Haberlo nombrado Presidente de Cáritas es un gesto
que dice mucho. Pero juega en su contra algo importante para una Iglesia
con dos mil años de historia que aspira a otros dos mil: el largo
plazo. En el largo plazo, el catolicismo está condenado a adaptarse a
los tiempos. Y optar por un conservador tan conservador atentaría
seriamente contra ese ejercicio de supervivencia.
¿Qué hacer? Aquí entra en juego el brasileño Scherer. A diferencia de su compatriota Joao Braz de Aviz, que ha tenido simpatías disimuladas por la Teología de la Liberación,
Scherer ha guardado la ortodoxia criticando el uso del marxismo por esa
rama teológica pero ha rescatado de ella la preocupación social. Es lo
que llamaríamos un "centrista". Y el centrismo, en tiempos de desajuste
entre el Vaticano y el mundo moderno, puede ser la forma más inteligente
de seguir siendo conservador.
Scherer, sin embargo, supone un problema: le cae bien a la Curia. Y
la Curia, a pesar de que era el instrumento de Ratzinger cuando éste fue
elegido Papa, es hoy una causa de la amargura que ha
expresado el renunciante por lo que sucede en el Vaticano. La Curia
entiende bien que los escándalos recientes y las frases de censura que
le ha dirigido Ratzinger en lenguaje críptico la obligan a protegerse.
Para eso les conviene alguien que, siendo fiable a sus ojos, no sea
parte del aparato político-administrativo sobre el cual hay una pesada
carga de sospechas. Esto, sin embargo, conviene a la Curia pero puede no
convenir a Ratzinger, que, a juzgar por sus pronunciamientos finales,
parecería desear una purga en su antiguo bastión. Lo que no sabemos es
si Ratzinger moverá hilos desde el retiro o se mantendrá al margen.
¿Y qué hay de Bergoglio, el tan mentado argentino?
Ya está muy mayor para que lo elijan. Sin embargo, participará en el
cónclave y votará. Su estatura ganó mucha altura desde el cónclave que
eligió a Ratzinger. Es, como Scherer, un centrista social y un conservador doctrinal;
su fama es de derechas en la Argentina, donde las relaciones con el
kirchnerismo han sido difíciles. Como buen jesuita, no tiene gran amor
por el Opus Dei, institución cara a Ratzinger. En la gran conferencia
del episcopado latinoamericano de 2007, en Aparecida (Brasil), Bergoglio
derrotó al Opus Dei y a sus aliados, logrando que el documento final
recogiera algunos de los postulados sociales de la Teología de la
Liberación sin hacer la asociación directa.
Si Bergoglio quiere cerrarle el paso a Rodríguez Madariaga, tiene
cómo hacerlo. Y si quiere abrírselo a Scherer, también tiene cómo
hacerlo. No digo que pueda poner a un Papa latinoamericano: sólo que si
el próximo Sumo Pontífice es de allí, Bergoglio habrá sido un factor.
¿Querrá Bergoglio, dicho sea de paso, ayudar a su compatriota,
Leonardo Sandri, a ganar la votación? Lo dudo. Sandri es hombre de la
Curia, precisamente eso que hoy nadie, excepto la Curia, quiere mucho.
Bergoglio, hombre que se ha pasado la vida bastante lejos de Roma, entiende bien que para que nada cambie algo debe cambiar,
y eso pasa por tratar de impedir que la Curia imponga a un candidato
demasiado obvio. Salvo que se trate de eso que llaman un "reformista" de
la Curia. Pero en ese caso el Arzobispo de Milán, al que la prensa
italiana llama favorito, parece inasediable.
En resumen: ni la menor idea.
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