Populismo europeo
Por Alvaro Vargas Llosa
La reacción populista contra la crisis europea sigue desplazándose hacia el sur, como lo muestra el éxito importante del Movimiento Cinco Estrellas dirigido por el comediante Giuseppe Grillo, que resultó siendo el partido más votado en solitario
en los recientes comicios italianos (realidad soslayada apenas por el
hecho de que la coalición de izquierda suma un poco más como tal). Con
apenas tres años de existencia, el Movimiento Cinco Estrellas capitalizó
el creciente disgusto del país contra la política, la austeridad y
Europa.
Primero vimos al populismo conquistar espacios en el norte del
continente con el éxito de grupos como el Partido por la Libertad de Geert Wilders en Holanda, Verdaderos Finlandeses
en Finlandia y otros más. Tardó un tiempo que el populismo se volviera
significativo en el sur, donde los votantes parecían reacios a legitimar
a movimientos "antisistema" extremistas aun si estaban encantados de
que las calles se llenasen de indignados. Pero el año pasado vimos al
partido de izquierda radical Syriza
poner de cabeza la política griega y surgir como la segunda fuerza del
Parlamento heleno (hubiese sido la primera de no mediar un
intervencionismo angustioso por parte de la Europa oficial a última
hora), mientras que los neofascistas del Amanecer Dorado obtuvieron 21 escaños.
La tendencia general continúa en distintos lugares de Europa. En
Holanda, país de rancia tradición democrática y una de las cunas del
capitalismo moderno, la extrema derecha mejoró sus éxitos anteriores en
los recientes comicios al hacerse con 24 escaños, pisando los talones a
los liberales (31) y los laboristas (30), que debieron aliarse para
cerrarle el paso.
¿Cuánto falta para que surja un grupo populista con ribetes extremistas y bien organizado en España, donde el descontento con la centro derecha no se ha traducido en una revalorización de los desacreditados socialistas?
Ya hemos visto, por lo pronto, al nacionalismo catalán otrora
moderado abrazar la independencia, una causa que había evitado hacer
suya abiertamente durante décadas pero que ahora entusiasma a un
porcentaje bastante significativo de la población de esa zona de España.
Las críticas que algunos dirigentes de partidos y voces del
"establishment" en general hacen contra la monarquía y su figura principal,
intocables desde la transición, es un síntoma entre otros de que las
pasiones puestas en movimiento por la debacle económica y social de años
recientes adoptan formas inesperadas, de pronóstico incierto.
Las diversas tendencias y grupos europeos alentados por la crisis se
diferencian en mucho y algunos son bastante menos espeluznantes que
otros (alguno responde incluso a impulsos nobles) pero todos apuntan a
un estado de ánimo decidido a tirar al bebé con el agua de la bañera.
Esos votantes parecen dispuestos a poner su fe en autócratas o estatistas que quieren reemplazar la mediocre democracia o el predecible Estado-nación con la oclocracia o el gobierno de las turbas.
El ascenso del populismo apunta asimismo a la incapacidad de los
partidos principales y la burocracia europea para responder a la crisis
de una forma que se intuya como legítima.
La percepción de que las medidas de austeridad imponen un peso
oneroso sobre la población es hija natural de una sociedad que durante
demasiado tiempo se ha sentido con derecho a un "Estado nodriza" y
también de un resentimiento justificado contra el rescate de
instituciones financieras que jugaron un rol clave en la burbuja que
acabó estallando. El último ejemplo es el impopular salvataje de Monte dei Paschi, el banco italiano, por un monto de 3.900 millones de euros, pocos días antes de los comicios en ese país.
En el caso de Grecia, que ha sido objeto de masivos rescates
europeos, mucho del dinero se ha utilizado, en la práctica, para ayudar a
la banca, o porque era acreedora directa del gobierno rescatado o
porque el Banco Central Europeo y el FMI compraron buena parte de los
bonos que estaban en poder de ella. La impresión generalizada de que, en
la granja rescatista europea, unos son más iguales que otros ha disparado el descontento popular contra todo aquello que huela a institución oficial.
No hace falta añadir que otros factores han contribuido a esto y que
el nacionalismo populista ya era un asunto turbador en la política
europea antes de 2008. Pero lo que importa aquí es que varios grupos o tendencias marginales están ahora adquiriendo derecho de ciudad porque las instituciones que, se suponía, gozaban de amplios consensos han perdido mucha credibilidad en este contexto.
No, la situación no es comparable, a estas alturas, con el ascenso
imparable del populismo fascista en la Europa de los años 20 y 30.
Europa no viene de una guerra, la situación económica no es tan grave
aun siendo grave y hay por ahora mayores frenos sociales. Pero es bueno
tener muy presente que, históricamente, escenarios como el actual han
ayudado a corrientes autoritarias a gozar de respetabilidad. Inclusive
allí donde el disgusto con la política empezó con grupos iconoclastas
aparentemente inocentes, como el que dirige Giuseppe Grillo, y que
fueron pronto cooptados por fuerzas oscuras mejor organizadas.
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