21 marzo, 2013

¿Qué nos espera, de no lograr reformas efectivas en energía, lo fiscal y lo agrario?

Las cosas lucieron familiares; con diferentes actores, pero el libreto fue el mismo, fuera de época. Por desgracia, el presidente Peña Nieto desperdició la primera de las tres fechas a las que hice referencia este martes aquí en Dinero.
La discusión responsable de los temas del título —energía, fiscal y agrario—  cuyo fin sería contar con verdaderas reformas que incidieren en el crecimiento de nuestra mediocre economía, parece que jamás comenzará; anteayer, así lo dejó ver el discurso del Presidente.
Ante ese panorama, viejo conocido nuestro, es válido preguntar qué nos pasaría si se repitiere el rechazo de las reformas que representan para el país —frente a la incertidumbre y dadas nuestras limitaciones estructurales para responder a ella con la debida flexibilidad—, el mejor instrumento para recobrar la viabilidad perdida y empezar a crecer en serio.


Es tal nuestro conformismo ante la realidad, que el nivel alcanzado por nuestra mediocre economía en dos o tres indicadores —PIB, inflación y crédito—, lleva a unos cuantos panegiristas interesados en promover la adoración del status quo a afirmar que la situación actual de México, está “de folículos pilosos”; es decir, de pelos.
Sin embargo, la realidad de nuestra economía es otra; crecimientos anuales mediocres, creación de empleo formal muy por debajo de las exigencias de nuestra composición demográfica, y un andamiaje jurídico pensado para el México de principios del siglo XX.
En consecuencia, en vez de elogiar lo que da pena, deberíamos ser responsables y hablar con franqueza de la gravedad que ha alcanzado un numeroso conjunto de problemas; esto, para presionar a nuestros legisladores a discutir con “sentido de urgencia” las reformas imperativas que nos ayudarían a evitar la debacle.
La situación del país, imposible ocultarlo, no está bien; el festejo de la Constitución debió haber sido escenario para una profunda autocrítica, y un compromiso serio de reformarla a fondo —si no es que reescribirla toda— porque, las razones que obligan a ello están a la vista; hoy, es imposible y contraproducente tratar de seguirlas ocultando.
¿Por qué presumir una Constitución, cuando hace unos días habló Robles de 7.4 millones de hambrientos? ¿Podemos la corrupción, que brota donde rasquemos, y ocultar la pérdida acelerada de espacios por parte del Estado los cuales, con la complacencia de funcionarios timoratos (tímido, indeciso, encogido), son llenados por bandoleros disfrazados de “policías comunitarios”?
¿Qué salida nos queda? Sólo tener claro lo que enfrentaríamos de no aprovechar la que parece ser la última oportunidad previa a la debacle; la última para cambiar de manera voluntaria y además, a tiempo.
Por otra parte, ¿llevaremos el actual estado de cosas hasta que el viejo  motor que es México, truene como en ocasiones anteriores? ¿Por qué no comprar un vehículo nuevo, con motor más potente y carrocería aerodinámica? ¿Le tememos a la velocidad? ¿Acaso el pasado que hemos vendido siempre como futuro, nos llevará a seguir con esta carcacha a la que le cambiaremos —ya desbielada— medio motor, en el mejor de los casos?
Duele pero es verdad; nuestro Presidente desperdició la primera fecha; ojalá aproveche las otras dos

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