¿Qué tan lejos va a llegar la restauración priista?
Román Revueltas Retes
Muchos jóvenes mexicanos no
conocen de primera mano la realidad del antiguo régimen priista. No la han
vivido. Y eso que los panistas, en los doce años que estuvieron en el poder, se
pusieron rápidamente al día y comenzaron también a escenificar rituales de
corte descaradamente nacionalista-revolucionario.
Para mayores señas, creo que
fue en el sexenio de Fox-Creel que nos recetaron, a los inermes ciudadanos de
este país, una escena, trasmitida machaconamente en la tele durante el Mes de
la Patria, en la que un viajero se plantaba a la mitad del pasillo de un avión
de línea y se ponía a berrear el himno nacional.
Se entiende que era una
propaganda oficial para reforzar nuestro patriotismo. Pues, de habérsele
encargado la dirección cinematográfica a Luis Echeverría, no lo hubiera podido
hacer mejor.
Pareciera que hablo de una
cuestión cosmética, estimados lectores. Pero, más allá de que la forma sea
fondo, el asunto reviste también cierta gravedad en tanto que puede significar,
en el caso del actual retorno de los presuntos emisarios de ese pasado que un
gran escritor calificó de “dictadura perfecta”, una restauración pura y simple
de prácticas que van mucho más allá de la mera celebración de rituales, por más
que estos fueran parte consustancial de un sistema que reverenciaba, por encima
de todas las cosas, la figura del tlatoani (en una versión forzosamente
actualizada).
Y sí, en efecto, los temores
de una restauración total de
las antiguas prácticas han estado ahí, en todos aquellos ciudadanos para
los cuales la transición democrática significó una saludable ruptura del orden
anterior y una muy esperanzadora oportunidad para el cambio.
Esos mismos votantes avisan,
alarmados, de que la llegada de Peña Nieto a la Presidencia de la República
implica una vuelta a las negras épocas del autoritarismo, el culto a la
personalidad y la demagogia a ultranza, por no hablar de otros temas como
el corporativismo, la corrupción (que, hay que decirlo, en manera alguna ha
disminuido en los distintos regímenes del PAN) o el populismo.
Las advertencias y las
denuncias —que pueden expresar una preocupación sincera, estar teñidas de
oportunismo o responder a intereses partidistas— se refieren de cualquier
manera a una realidad tan concreta como el hecho de que el PRI gobernó durante
siete décadas a México.
Pero es ahí donde podemos
plantear, justamente, las disyuntivas que enfrenta actualmente el antiguo
partido oficial, devenido en una suerte de nueva manifestación, por lo menos en
las intenciones expresadas, de ese instituto político abierto, progresista y
modernizador que también fue.
Las denostaciones y los
augurios tremendistas están a la orden del día pero hay que recordar que el PRI
impulsó la reforma política, la creación de instituciones que aseguraran una
mayor certeza en los procesos electorales y la instauración de reformas
económicas, así fuera incompletas.
Ese PRI, ¿es el que vuelve,
de la mano de Peña Nieto? O, por el contrario, ¿estamos viviendo el alegre
desembarco de los consabidos “dinosaurios”?.
Las señales no se pueden
todavía descifrar.
Es cierto que el presidente de
la República ha mostrado una ejemplar prudencia y que en momento alguno
ha exhibido el grosero triunfalismo del caudillo.
Es cierto, también, que el
gobierno ha tramitado algunos expedientes con singular eficacia: ahí tenemos el
caso que se le ha armado a Elba Esther Gordillo, un auténtico trabajo de
profesionales, a diferencia de las torpes acciones legales emprendidas por
las anteriores administraciones.
Y ahí está, finalmente, el
admirable trabajo político de un mandatario que ha logrado concertar pactos
con una oposición obstruccionista de naturaleza.
Pero, quedan dudas. Por
ejemplo, esa misma acción emprendida contra una lideresa sindical colosalmente
impopular entre la población, ¿es una venganza por su acercamiento a los
mandamases del régimen panista o es el principio de una estrategia global para
sanear el ámbito de las organizaciones laborales?
La diferencia entre una cosa y
la otra es, por así decirlo, terrorífica. Y, sobre todo, ¿cómo se va a
instrumentar el retorno de los “antiguos”?
Esta última pregunta no se
refiere a las evidentes capacidades del PRI para organizar a sus militantes y
asegurar la lealtad de sus cuadros sino a la disposición que tenga para
interpretar a una sociedad que, ella sí, ha cambiado irreversiblemente y que está
poblada de jóvenes con ideas propias que frecuentan, entre otras cosas, las
redes sociales.
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