05 marzo, 2013

Santo y satán

Santo y satán

El comandante de Barinas que se creyó
profeta de Bolívar y hermano de Fidel

por FELIPE SAHAGÚN

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Fotos: Efe

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En febrero de 1999, poco antes de tomar posesión por primera vez como presidente, Hugo Chávez voló de La Habana a Caracas con Gabriel García Márquez tras un encuentro de ambos con Fidel Castro. El Nobel colombiano vio en Chávez dos personas radicalmente distintas: «Una a la que los caprichos del destino habían ofrecido la oportunidad de salvar a su país; la otra, un ilusionista que podría pasar a los libros de Historia como otro déspota más». Las dos imágenes, santo y satán, siguieron vivas hasta su muerte en los corazones y en los discursos de seguidores y de adversarios.
Para los primeros, como ha señalado el profesor Michael Shifter en su perfil para Foreign Affairs, «Chávez fue un héroe movido por impulsos humanitarios a reparar la desigualdad y la injusticia social (…), que luchó valientemente por la solidaridad latinoamericana y contra el imperio estadounidense» y que, «con carisma y petrodólares, aprovechó la oportunidad de corregir los desequilibrios de riqueza y de poder en los asuntos hemisféricos y venezolanos».


Para los segundos, «Chávez fue un dictador hambriento de poder que despreció el estado de derecho y el proceso democrático», empeñado en «una carrera catastrófica hacia el control estatal de la economía, la militarización de la política, la destrucción de sus adversarios, el coqueteo con regímenes parias, el antiamericanismo y programas sociales equivocados que suponen un grave retroceso para Venezuela». En pocas palabras, «un autoritario cuya visión y cuya política fueron rotundos fracasos y una grave amenaza para su propio pueblo, sus vecinos latinoamericanos y los intereses de EEUU».
Ambas visiones reflejan rasgos del personaje —sus tendencias autocráticas, su megalomanía, su hiperactividad y su capacidad de seducción—, pero ignoran otros igual o más importantes, como su 'baraca', su prudencia o cobardía en los momentos más difíciles (el golpe fallido que encabeza en 1992 y el golpe fallido al que sobrevive en 2002) y, sobre todo, la media vida que ha dedicado a conspirar para hacerse con el poder y la otra media para conservarlo.
Carlos Fuentes, más que un líder de izquierda —hasta 2005, tras seis años en el poder, Chávez no se identificó abiertamente con el socialismo y hasta las presidenciales de 2006 no apostó en público por las nacionalizaciones— vio en él «a un Mussolini tropical, disponiendo con benevolencia de la riqueza del petróleo al mismo tiempo que sacrifica las fuentes de producción y empleo». Lejos de arrojar luz, el tumor del que fue intervenido al menos dos veces desde junio de 2011, y las sesiones de quimio y radio en La Habana, distorsionaron aún más su imagen.
Hasta el final, intentó ser reelegido para otro sexenio en las presidenciales del 7 de octubre de 2012. De hecho, en su última reestructuración gubernamental destituyó a algunos de los nombres que más sonaban como posibles sucesores: el vicepresidente, el ministro de Exteriores y el ministro de Defensa.
Muchos le han comparado con Castro y con Gadafi. Su nacionalismo, militarismo, populismo, golpismo, oratoria y preocupación por la redistribución de la riqueza le acercan más a Juan Domingo Perón. Este legó un movimiento y una confusa amalgama doctrinal que, aunque parezca alucinante a muchos observadores extranjeros, todavía ganan elecciones en Argentina. ¿Qué legado dejará el chavismo?
Quienes nunca llegaron a comprender la fuerza que, a pesar de sus errores y desmanes, Chávez siguió teniendo en las urnas hasta su muerte, cerraron los ojos a la lluvia de dólares —de 5.000 y 10.000 millones por año— que repartió en programas alimentarios, educativos y sanitarios entre los venezolanos más necesitados.
Quienes nunca entendieron su elección primera y reelecciones siguientes —seis comicios nada menos sólo en su primer año y medio en Miraflores— ignoraron irresponsablemente el desastre —una caída anual del PIB del 2% en los años 80 y 90 a pesar del petróleo (122.000 millones de dólares, de 10 a 15 planes Marshall, entre 1990 y 1998), el caos político (fruto de una corrupción rampante) y la miseria (3 de cada 4 venezolanos por debajo del umbral de la pobreza)— al que la socialdemócrata Acción Democrática y el COPEI, de tendencia democristiana, los dos pilares de la Venezuela próspera del siglo XX, condujeron, turnándose en el poder, el régimen nacido en 1958 tras los seis años de dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
En 'Hugo Chávez sin uniforme', la mejor síntesis de las biografías de Chávez —y estamos ante el dirigente latinoamericano más biografiado después de Perón, Castro y Pinochet—, Alberto Barrera y Cristina Marcano terminan con la misma pregunta que se hizo García Márquez: «¿Quién es, en definitiva, Hugo Chávez?»
Y responden con más interrogantes: ¿Por dónde va la historia de aquel niño, criado por su abuela en una casa de palma con suelo de tierra? ¿Fue un verdadero revolucionario o un neopopulista pragmático? ¿Hasta dónde llegó su sensibilidad social y hasta dónde su propia vanidad? ¿Fue un demócrata que intentó construir un país sin exclusiones o un caudillo autoritario que secuestró el Estado y las instituciones? ¿Pudo ser, acaso, las dos cosas al mismo tiempo? Teodoro Petkoff, en 'Hugo Chávez, tal cual', así lo cree.

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