15 marzo, 2013

Venezuela y Colombia: las economías siamesas

Análisis & Opinión

José Roberto Concha

José Roberto Concha es el director del Consultorio de Comercio Exterior (Icecomex)  y jefe del departamento de mercadeo y negocios internacionales de la universidad Icesi (Colombia). Con un Master of Management y un Phd en Mercadeo de Tulane University en New Orleans, Estados Unidos. Trabajó durante 13 años como gerente de mercadeo en Miles Laboratorios y en Sucromiles, y por 16 años se desempeñó como gerente general de empresas del país y del exterior como Comolsa, Valores en Carvajal S.A., Offsetec en Quito, Ecuador y Zona franca Palmaseca. Dicta cátedras en negocios internacionales y mercadeo en la Universidad Icesi y dicta cursos en estas materias en Ecuador y Bolivia en los MBA de Espol y de la Universidad Católica, respectivamente.

Venezuela y Colombia son dos países que han crecido juntos, con una frontera común de más de 2.200 kilómetros, que poseen una inmensa actividad por el flujo migratorio, e importantes ciudades cercanas a la frontera común, lo que la convierte en el límite terrestre más activo en Sudamérica.


Pero además de tan cercanos y más que vecinos, sus economías pueden ser catalogadas de siamesas, ya que son bastante complementarias: Venezuela produce lo que nosotros no tenemos, y a su vez Colombia ofrece productos y servicios de gran utilidad para el consumidor venezolano.
No estoy seguro si los recientes hechos ocurridos en Venezuela hagan variar el flujo de los acontecimientos y volvamos a un intercambio comercial abierto y de libre mercado, pero a pesar de todo seguiremos en la búsqueda de reanudar los negocios de antes...
Por desarrollos económicos diferentes, ocasionados inicialmente por las riquezas del subsuelo venezolano y la fertilidad agrícola colombiana, se desarrollaron industrias, distintas así como prototipos de consumidores diferentes: Colombia ha sido tradicionalmente un país cerrado a factores externos, con poca inmigración, ciudades localizadas en el interior geográfico del territorio; con dificultades económicas, desarrollando un esquema introvertido, con baja exposición externa y un consumidor poco sofisticado y agresivo, abasteciéndose esencialmente de productos y servicios nacionales.
El venezolano, en cambio, ha estado más expuesto a culturas externas, con migraciones importantes de españoles e italianos, basados en una próspera industria petrolera; con ingresos per cápita promedio muy superiores a los colombianos, desarrolló gustos y tendencias sofisticadas e impulsó a consumir productos importados.
Fue así como en la segunda parte del siglo XX muchos colombianos emigraron al vecino país buscando un mejor trabajo, incrementando sus ingresos con la moneda fuerte del país vecino y buscando lo que en esa época se llegó a llamar el “sueño” venezolano. Este flujo se revirtió en el siglo XXI cuando muchos venezolanos, preocupados por las nuevas tendencias socialistas del presidente Chávez, buscaron un refugio cálido en Colombia, país que estaba empezando a florecer en su economía y ofrecía buenas oportunidades para lo inmigrantes vecinos.
Hoy, después de esos “ires y venires”, vive más de un millón de colombianos en Venezuela y si contáramos sus descendientes, la cifra fácilmente supera los dos millones de personas; en Colombia, a su vez, tenemos cerca de medio millón de venezolanos que han venido a Colombia recientemente a aportar en su desarrollo y a crear una nueva cultura, muy especialmente en la costa Atlántica y en Bogotá, donde ya tenemos hasta un periódico para este importante grupo de inmigrantes.
El intercambio comercial binacional también creció en los albores del siglo XXI de una manera significativa, alcanzando cerca de US$10.000 millones. Muchas de esas transacciones fueron de productos básicos agrícolas, alimentos e industria liviana de fácil transacción en una frontera activa y con tradiciones similares, donde se hace imposible distinguir las nacionalidades y donde los negocios se hacían de una manera fácil, expedita y segura. Dos tratados de libre comercio, el de la Comunidad Andina de Naciones (CAN: Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Colombia) y el G-3 (México-Venezuela-Colombia) facilitaban este proceso de intercambio e impulsaban a que medianas y pequeñas empresas aprovecharan sus cercanías para incrementar las transacciones.
Hoy, desafortunadamente para los consumidores de ambos países estos tratados comerciales no existen con el vecino país: los convenios comerciales se eliminaron, dando cambio a un sistema de compras y ventas muy elaborado y complicado que ha llevado a la desconfianza y a la bancarrota  a empresas a ambos lados de la frontera.
En la actualidad aunque el intercambio comercial está reducido a menos de la mitad de esos años dorados, tenemos en Colombia una grata influencia de inmigrantes venezolanos que han aportado significativamente al desarrollo industrial de nuestro país, especialmente en el área del petróleo, y una gran oportunidad de volver a intercambiar esos mismos productos a los cuales se les ha negado la posibilidad de participar en el desarrollo de estos pueblos hermanos.
No estoy seguro si los recientes hechos ocurridos en Venezuela hagan variar el flujo de los acontecimientos y volvamos  a un intercambio comercial abierto y de libre mercado, pero a pesar de todo seguiremos en la búsqueda de reanudar los negocios de antes, porque, aunque las circunstancias políticas pongan trabas en su ejecución, seguiremos siendo más que vecinos y mucho más que repúblicas hermanas: somos siamesas.

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