11 abril, 2013

Argentina: El desastre como fruto filosófico – por Carlos Mira

¿Puede independizarse lo que ocurrió en Buenos Aires y principalmente en La Plata, de la concepción filosófica en la que cayó la Argentina hace ya muchos años?
Para responder esa pregunta deberíamos aclarar a cuál concepción filosófica nos estamos refiriendo. Y aquí vamos a ser muy claros: nos referimos a la cosmovisión que ha desplazado al individuo como motor del desarrollo social y lo ha reemplazado por el Estado.
Esa idea perversa que ha colectivizado la mente de las personas y ha desintegrado su autoestima en tanto seres humanos dignos, convirtiéndolos en especies de entes, subproductos electorales del colectivo, ha provocado un quiebre en la voluntad de progreso que no ha tardado en traducirse en el franco deterioro del nivel de vida, de la infraestructura y de la calidad ambiental del país.


El repiqueteo constante sobre la superioridad moral de la pobreza ha  dado finalmente los resultados obviamente esperables: el país es pobre, y adolece de los problemas de los países pobres: miseria, pauperismo, condiciones de salud, higiene y prevención bajísimos; careciente de infraestructura moderna, desorganizado, aluvional, caracterizado por sentimientos pasionales primarios más que por razonamientos con un nivel de sofisticación mayor.
Este proceso de atrofia individual ha sido provocado por el estatismo y, en el caso particular de la Argentina, por el populismo, que consiste en un aprovechamiento cínico de la pobreza y de los pobres.
Alejandro Rozitchner ha llamado a esto “pobrismo”, es decir el estado mental que convence a las personas de que son pobres, de que su horizonte es la pobreza y de que, en todo caso, la única diferencia a la que pueden aspirar es a tener una “pobreza administrada” por el Estado que enfrentará a los enemigos del pueblo para ir a sacarle parte de su riqueza para distribuirla entre los pobres.
Ese pauperismo mental es el verdadero causante del desastre de este fin de semana, como también lo fue de la tragedia de Once y de todas las muertes relacionadas con cuestiones que no suceden en las sociedades opulentas.
Se me dirá inmediatamente lo que ocurrió en EEUU con Sandy o con Katrina o en Japón con el tsunami. Pero esos son ejemplos que refuerzan la tesis del pobrismo, lejos de rebatirla. Habiendo sido esos fenómenos infinitamente más furiosos que la tormenta que nos aquejó a nosotros, la infraestructura de los países respondió, más allá del desastre natural. Por supuesto que ellos han tenido su propia autocrítica por lo que podría haberse hecho mejor (lo cual refuerza la tesis de la excelencia hacia la que se inclinan las cosmovisiones que rescatan el valor del individuo por sobre el Estado) pero lo que es innegable es que el nivel tecnológico que estuvo a disposición de los afectados no puede compararse con las escenas de desconcierto, desorganización y precariedad que rodearon las escenas de La Plata y de Buenos Aires.
La Argentina está presa de una ideología que la ha destruido. Como supo convertirse de un desierto infame en el quinto PBI  mundial  por la aplicación de los principios libertarios de la Constitución, pasó a ser un país pobre y subdesarrollado por el imperio de las ideas contrarias; por la aplicación del colectivismo estatista que mató el individualismo creativo e innovador.
El país de la Sra. de Kirchner recoge los frutos de un discurso. De un discurso que ahogó la libertad individual para que algunos se llenaran de riquezas a costa de una vasta  sociedad vacía, sin aspiraciones, zombi en muchos casos, pobre siempre.
La furia de la naturaleza no puede enfrentarse con ventajas. Pero sus manifestaciones pueden tratarse según sea el nivel socio-económico del país sobre él se abaten. El Haití semianalfabeto y moribundo del terremoto de enero del 2010 aun sigue viviendo en ruinas. Mientras nuestro vecino Chile se ha repuesto del que sufriera tan solo un mes después porque la cosmovisión chilena es diferente de la haitiana. ¿A qué ejemplo se quiere parecer la Argentina? No proponemos comparaciones con países desarrollados como Japón o EEUU. Nuestras opciones esta hemisféricamente más cercanas. ¿Qué horizonte preferimos? ¿El de Haití o el de Chile? Depende de dónde ubiquemos el papel del individuo creativo para saber el tipo de respuesta que obtendremos.

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