Hagan de las Malvinas una zona franca
(Publicado originalmente el 2 de abril de 2013)
El 30º aniversario de la Guerra de
Malvinas por la cual Londres reconquistó las islas después de una
invasión argentina ha dado lugar a una abundante demagogia. Con una
única excepción—el documento “Malvinas: Una visión alternativa” suscripto por un grupo de intelectuales, abogados y periodistas argentinos (quienes enfrentan una denuncia por traición a la patria).
Tras cuestionar a su gobierno por
considerar las islas territorio “irredento” y recordándoles a sus
compatriotas que aún tienen que reexaminar el firme apoyo que brindaron a
la loca invasión del dictador Galtieri en 1982, solicitan algo
razonable: la política argentina debería tratar a la población de
Malvinas como sujetos de derecho con derecho a la autodeterminación en
vez de procurar forzar sobre ellos una soberanía basada en la proximidad
geográfica o la antigua historia colonial. Ellos no afirman no tener en
cuenta que las Malvinas son argentinas. Sólo piden a su gobierno honrar
los tratados de derechos humanos que fueron incorporados en su
Constitución, respetando los derechos de aquellos habitantes y
entablando un diálogo con ellos.
En una entrevista,
uno de los signatarios, el periodista Jorge Lanata, autor de un
documental sobre el archipiélago, puntualiza algo muy elemental: la
agitación nacionalista procedente de Argentina sólo alejará al pueblo de
las Islas Malvinas de Buenos Aires.
Esto no excusa al Reino Unido por su
propia cuota de demagogia y agitación nacionalista. El reciente envío de
un poderoso destructor trasladando al príncipe Guillermo y una tonelada
de retórica belicosa a las Malvinas lució como la “argentinización” de
la política británica. El gesto también parece estar destinado a
contrarrestar la acusación de los críticos británicos que sostienen que
los recortes de los gastos militares, que incluyen el desmantelamiento
de los portaviones de Gran Bretaña que quedan y que dejará al país sin
otros nuevos durante varios años, han dejado a las islas desguarnecidas.
El documento pertenece a la galante
tradición argentina de Juan Bautista Alberdi, el escritor decimonónico
de “El crimen de la guerra” (un tratado contra la guerra de la Triple
Alianza) y otros textos liberales clásicos seminales. Pero su mayor
mérito radica en el debate que ha abierto sobre el futuro de las islas.
El principio de la autodeterminación es
un buen punto de partida. Es un principio, sin embargo, que puede ser
utilizado para virtualmente cualquier cosa. Fue invocado, en su forma
moderna, por el presidente Woodrow Wilson en las postrimerías de la
Primera Guerra Mundial. Mientras que sirvió como una protección
anti-imperialista para algunos, para otros significó la sustitución de
una soberanía por otra impuesta por las grandes potencias—y por lo tanto
un cambio de dueño, no de condición.
Recordarle a la gente que los habitantes
de Malvinas son sujetos de derecho y que sus deseos importan es algo
muy significativo. En este momento histórico, el principio tenderá a
reforzar la posición británica, dado que la gran mayoría de los
habitantes de las islas son de origen británico y temen un apoderamiento
argentino. Sin embargo, la posición británica basada en la
autodeterminación parece más un pretexto que una actitud principista,
especialmente teniendo en cuenta el hecho de que la compañía petrolera
Rockhopper afirma haber encontrado crudo recuperable (representando
potencialmente medio millón de barriles por día). Si el Reino Unido cree
firmemente en la autodeterminación del pueblo de Malvinas, debería
transformar a las islas en una zona franca o territorio libre, incluso
yendo más allá de lo que hicieron en Hong Kong cuando tenían el control.
Deberían permitir no sólo la libertad comercial sin interferencias,
sino también la libre inmigración (sin que el Estado británico tenga que
cuidar de los inmigrantes, por supuesto).
Una consecuencia importante de la
interminable disputa anglo-argentina sobre las Islas Malvinas ha sido el
debilitamiento de la capacidad de los habitantes para ejercer una
verdadera autodeterminación al acorralarlos en la dependencia material y
psicológica del Estado británico. El prolongado boicot argentino que
obstaculiza enormemente todo el comercio entre las islas y el continente
sudamericano, y limita el contacto aéreo a un vuelo semanal de una
empresa chilena, ha aislado a los habitantes de Malvinas, lo que
refuerza su apego a Londres. Y la reciente decisión de los gobiernos
sudamericanos de no permitir a los buques que enarbolen la bandera de
las Malvinas anclar en sus puertos sólo contribuirá a limitar sus
opciones. Para no mencionar el precedente de 1982, que se traduce en el
temor permanente de una nueva invasión argentina (Descarto ese
resultado: Cristina Kirchner nunca se arriesgará a perder el poder en
una guerra imposible de ganar). Una persona que vive en el temor y el
aislamiento es cualquier cosa menos libre de ejercer la
autodeterminación. La autodeterminación presupone actuar en base a una
voluntad libre de interferencias y que goza de los derechos de
propiedad. Ambos se ven lesionados por la presión política y el boicot
económico constantes.
Si el Reino Unido convirtiese a las
Malvinas en una zona franca o territorio libre, la población iniciaría
una marcha hacia la verdadera autodeterminación. Es cierto, tal vez en
el largo plazo la población se enriquecería con gentes de otras
nacionalidades y la lealtad a la bandera del Reino Unido se diluiría. O
tal vez no. Dependería de cuán atractiva la zona franca fuese para los
ciudadanos de otros lugares y lo cómodo que los descendientes de los
habitantes actuales se sintiesen dentro de unos años con los acuerdos
libres. Pero el proceso sería espontáneo y pacífico. Obligaría a
Sudamérica a abandonar toda forma de boicot—ya que la población en
evolución tal vez sería parcialmente de descendencia sudamericana, todas
las restricciones a los habitantes de las Malvinas se tornarían un
asunto interno para esos gobiernos.
Treinta años después de la guerra, el
pequeño archipiélago en el Atlántico Sur ofrece la posibilidad de darle
al principio de autodeterminación un significado real.
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