Jorge Fernández Menéndez
Los tres muertos, un niño de ocho años, una
estudiante china de 23 y una joven profesionista de 29, ni tampoco los
176 heridos, varios de ellos graves, dan la dimensión real del daño
producido por los atentados en Boston el lunes pasado. Más allá del
terror, de las escenas terribles que observamos recordando Oklahoma, el
11S, Madrid, Londres, Mumbay, lo que vimos el lunes puede ser el
catalizador del accionar de grupos que se caracterizan por el odio en la
Unión Americana, un proceso que ha ido germinando desde hace años y que
podría catalizarse a partir de estos atentados que cada día más parecen
ser producto de grupos internos, de esos miles de grupos que pululan
por la Unión Americana pregonando racismo, fanatismo por las armas,
formando milicias, rechazando el pago de impuestos y la “intromisión”
del Estado e incluso pregonando que el presidente Barack Obama nació en África, en algún país árabe o vaya usted a saber dónde. Para el catálogo de estupideces nunca hay límite.
Lo cierto es que hoy, un par de días después del atentado, la administración de Obama y la sociedad estadunidense parecen estar bajo ataque, pero las características del mismo podrían dar más pistas sobre los orígenes de los atentados y la intención de los agresores, que los encontrados por las ingentes tareas periciales en Boston. Cartas a dos senadores con ricino, una sustancia venenosa; ayer un paquete para Obama con sustancias tóxicas, y muchos dirigidos al Capitolio; un paquete bomba que estalla en Atlanta. Nada es algo que, por sí solo, pudiera significar que las cosas están fuera de control, pero pareciera que el atentado en Boston abrió la puerta, o pudiera terminar de hacerlo, para que distintos grupos o personajes liberen abiertamente su odio contra Estados Unidos que han cambiado y que hoy, siendo ellos parte de él, detestan: Estados Unidos que elección tras elección demuestra que sigue siendo cada vez más urbano y liberal (los resultados electorales, por el sistema indirecto que ha adoptado ese país, no refleja siempre en sus resultados las verdaderas tendencias electorales: en los hechos, desde 1992, los demócratas, salvo la elección de 2004, nunca han perdido el voto popular: Bush Jr ganó en 2000 habiendo obtenido muchísimos menos votos que Al Gore); una sociedad que es cada vez más plural, en lo cultural y en lo social; que se ha convertido en multirracial; que tiene un Presidente afroamericano, mujeres en puestos de decisión y latinos con un poder creciente.
Esa transformación de la sociedad estadunidense, que parece más lenta de lo que es, genera enormes resistencias. Hoy Estados Unidos, según las encuestas, está más polarizado en sus opiniones políticas que nunca antes, desde la guerra civil de 1861-65. Esa polarización se expresa en algunas ocasiones abiertamente en política, sobre todo en poderosas y regresivas organizaciones que van desde el Tea Party hasta la Asociación Nacional del Rifle. Muchas otras, que suelen ser pequeñas, pero diseminadas por todo el territorio estadounidense, simplemente acumulan odio y rencor, alimentado por líderes religiosos y medios que actúan en forma demencial, todo ello sumado a la irracional política de venta de armas. Y son las que parecen estar apareciendo ahora con el ataque en Boston.
Las autoridades extraoficialmente parecen haber descartado que sea un ataque proveniente de Al Qaeda. Tienen razones para pensarlo. El ataque coincidió con muchas fechas de relevancia interna: el aniversario del asesinato del presidente Abraham Lincoln; el día del Patriota en Boston, celebrando el levantamiento independentista; la fecha límite para presentar declaraciones fiscales; el anuncio de que un grupo bipartidista que alcanzó un acuerdo para una reforma migratoria; la insistencia para que se acote aunque sea mínimamente la venta de armas: en los últimos tres meses hubo tres mil muertos en la Unión Americana por armas de fuego y la tendencia va constantemente al alza.
Son los demonios con los que deben lidiar la sociedad y el gobierno estadunidense, aunque un ataque tan abierto, tan brutal contra la población, en un evento deportivo tradicional que congrega siempre a tantos jóvenes y niños sólo exhibirá el carácter despreciable de sus autores y puede catalizar, también, el rechazo y el aislamiento de estos grupos y personajes totalitarios, racistas, fundamentalistas, por la sociedad, se trate de republicanos o demócratas, WASP, afroamericanos, latinos y asiáticos. Todos han sido sorprendidos por el terror.
Por cierto, para quienes dicen que esas cosas en México no pasan habría que registrar varios hechos, pero uno alcanzaría: ¿quién puso un explosivo en pleno día dentro de los andenes del Metro en la transitadísima estación de Indios Verdes en días pasados? Afortunadamente, no hubo víctimas, pero el dato debe registrarse.
Lo cierto es que hoy, un par de días después del atentado, la administración de Obama y la sociedad estadunidense parecen estar bajo ataque, pero las características del mismo podrían dar más pistas sobre los orígenes de los atentados y la intención de los agresores, que los encontrados por las ingentes tareas periciales en Boston. Cartas a dos senadores con ricino, una sustancia venenosa; ayer un paquete para Obama con sustancias tóxicas, y muchos dirigidos al Capitolio; un paquete bomba que estalla en Atlanta. Nada es algo que, por sí solo, pudiera significar que las cosas están fuera de control, pero pareciera que el atentado en Boston abrió la puerta, o pudiera terminar de hacerlo, para que distintos grupos o personajes liberen abiertamente su odio contra Estados Unidos que han cambiado y que hoy, siendo ellos parte de él, detestan: Estados Unidos que elección tras elección demuestra que sigue siendo cada vez más urbano y liberal (los resultados electorales, por el sistema indirecto que ha adoptado ese país, no refleja siempre en sus resultados las verdaderas tendencias electorales: en los hechos, desde 1992, los demócratas, salvo la elección de 2004, nunca han perdido el voto popular: Bush Jr ganó en 2000 habiendo obtenido muchísimos menos votos que Al Gore); una sociedad que es cada vez más plural, en lo cultural y en lo social; que se ha convertido en multirracial; que tiene un Presidente afroamericano, mujeres en puestos de decisión y latinos con un poder creciente.
Esa transformación de la sociedad estadunidense, que parece más lenta de lo que es, genera enormes resistencias. Hoy Estados Unidos, según las encuestas, está más polarizado en sus opiniones políticas que nunca antes, desde la guerra civil de 1861-65. Esa polarización se expresa en algunas ocasiones abiertamente en política, sobre todo en poderosas y regresivas organizaciones que van desde el Tea Party hasta la Asociación Nacional del Rifle. Muchas otras, que suelen ser pequeñas, pero diseminadas por todo el territorio estadounidense, simplemente acumulan odio y rencor, alimentado por líderes religiosos y medios que actúan en forma demencial, todo ello sumado a la irracional política de venta de armas. Y son las que parecen estar apareciendo ahora con el ataque en Boston.
Las autoridades extraoficialmente parecen haber descartado que sea un ataque proveniente de Al Qaeda. Tienen razones para pensarlo. El ataque coincidió con muchas fechas de relevancia interna: el aniversario del asesinato del presidente Abraham Lincoln; el día del Patriota en Boston, celebrando el levantamiento independentista; la fecha límite para presentar declaraciones fiscales; el anuncio de que un grupo bipartidista que alcanzó un acuerdo para una reforma migratoria; la insistencia para que se acote aunque sea mínimamente la venta de armas: en los últimos tres meses hubo tres mil muertos en la Unión Americana por armas de fuego y la tendencia va constantemente al alza.
Son los demonios con los que deben lidiar la sociedad y el gobierno estadunidense, aunque un ataque tan abierto, tan brutal contra la población, en un evento deportivo tradicional que congrega siempre a tantos jóvenes y niños sólo exhibirá el carácter despreciable de sus autores y puede catalizar, también, el rechazo y el aislamiento de estos grupos y personajes totalitarios, racistas, fundamentalistas, por la sociedad, se trate de republicanos o demócratas, WASP, afroamericanos, latinos y asiáticos. Todos han sido sorprendidos por el terror.
Por cierto, para quienes dicen que esas cosas en México no pasan habría que registrar varios hechos, pero uno alcanzaría: ¿quién puso un explosivo en pleno día dentro de los andenes del Metro en la transitadísima estación de Indios Verdes en días pasados? Afortunadamente, no hubo víctimas, pero el dato debe registrarse.
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