11 abril, 2013

La formidable Mrs. Thatcher

La formidable Mrs. Thatcher

 

Margaret Thatcher presenta su libro 'Statecraft' en Londres. La primera ministra británica, que moldeó a una generación de políticos de su país, falleció el lunes pasado a los 87 años.
Margaret Thatcher presenta su libro 'Statecraft' en Londres. La primera ministra británica, que moldeó a una generación de políticos de su país, falleció el lunes pasado a los 87 años.
HUGO PHILPOTT / AFP/Getty Images
Han llovido los tributos a Margaret Thatcher, la ex primera ministra británica, desde que se anunciara su fallecimiento esta semana debido a una apoplejía que vino a acentuar la crisis de su frágil salud. Por tratarse de una persona que tomó decisiones polémicas, no han faltado también las críticas y hasta, en algunas reacciones marginales, las celebraciones.
Sin embargo, las opiniones son prácticamente unánimes en lo que respecta a la importancia de Thatcher en el panorama político contemporáneo, en su sagacidad como estadista, en la firmeza de sus convicciones y en la excepcionalidad de su carrera. Descuella, sin duda, entre todos los otros líderes de su época.


Es triste comprobar que, para muchos nacidos después, la imagen de la Sra. Thatcher sea la de una paciente de demencia senil con flashes de mujer mandona, tal como la caricaturizara la película protagonizada por Meryl Streep. Desgraciadamente, la enfermedad y la vejez no respetan inteligencias ni jerarquías y los últimos años de la llamada “Dama de Hierro” fueron más bien patéticos; pero esa imagen de su decadencia y su fragilidad no es justo que suplante, o que llegue a enturbiar siquiera, a la extraordinaria persona que ella fue en el apogeo de su gestión y en la plenitud de sus notables facultades.
Cuando crecía en un ambiente de clase media, como hija de un tendero metodista en Grantham, pequeña ciudad del condado de Lincoln, la cúpula del poder político en Gran Bretaña, y particularmente en el Partido Conservador, estaba en manos de un puñado de aristócratas –Chamberlain, Churchill, Eden–; mundo tan cerrado y masculino como los clubes donde solían reunirse y donde dirimían –entre caballeros– muchas cuestiones que no se ventilaban o se resolvían en los tempestuosos debates de la Cámara de los Comunes. No creo que entonces la joven Margaret Roberts (que tal era su nombre de soltera) soñara con ingresar en ese mundo y mucho menos llegar a encabezarlo. En una sociedad tan estratificada socialmente, la sola idea hubiera sonado a disparate.
La primera inclinación de la joven Roberts fue hacia las ciencias, algo que la llevó a convertirse en una investigadora en el campo de la química, en el cual llegó a especializarse en cristalografía de rayos X. ¡Qué podría estar más alejado de la política! Sin embargo, una profunda vocación cívica de tendencia conservadora –que abominaba el parasitismo social generado por el gobierno laborista de la postguerra– la llevó a estudiar derecho y a aspirar a un escaño, por la misma época en que su matrimonio con Dennis Thatcher le daría el nombre por el que llegaría a ser conocida en todo el mundo.
El resto no fue fácil. En Gran Bretaña, la política es en verdad una carrera, usualmente de obstáculos. Una carrera que en 1951 (el año en que ella se postuló por primera vez) era un quehacer casi exclusivo de hombres. Alguien con menos fuerza de voluntad, se habría arredrado luego de las dos primeras derrotas; pero el desencanto y la fatiga no parecían contarse entre las tendencias anímicas de la joven candidata. Perseveró y salió electa miembro del Parlamento en 1959: una mujer inexperta a quienes los líderes de su propio partido miraron con condescendencia e incluso con desdén.

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