Las
elecciones presidenciales que tuvieron lugar el 14 de Abril en
Venezuela nos muestran por una lado que la UNASUR y el ALBA pueden
borrar de un plumazo toda posibilidad de debate o reclamo pacífico por
parte de un pueblo, en este caso el venezolano, convirtiéndose así en
cómplices de una práctica particularmente repudiable: el fraude
electoral. Por otra parte, la apuesta de los mencionados organismos
internacionales ha sido tan alta que han quedado malheridos. A todos nos
ha quedado claro que el mismo sistema intentará usarse en el futuro
para avalar las polémicas segundas reelecciones que tendrán lugar en los
demás países miembros del socialismo del siglo XXI.
Lo sucedido el pasado 14 de abril en Venezuela es un claro atentado
en contra de la democracia, y en particular en contra de un derecho
fundamental que posee el pueblo venezolano: el de votar libremente y
elegir a sus representantes. Legitimando el fraude, los mencionados
organismos internacionales han conseguido quitarles a los venezolanos la
posibilidad de elegir el futuro que desean para ellos y sus familias.
De este modo, y quizás sin que nos diéramos cuenta, nos han ido
encerrando a todos los latinoamericanos en un sistema, un auténtico
Leviatán del Siglo XXI, del que resulta muy complicado salir. Basta con
observar la experiencia del régimen cubano y sus restricciones a
cualquier tipo de libertad de sus ciudadanos, para comprender hacia
donde nos van encausando como región.
Al mismo tiempo, posturas políticamente correctas, tales como las de
la ONU, la OEA y Colombia, o el llamativo silencio de Chile, nos hacen
notar que realmente los países de Latinoamérica con regímenes
socialistas hemos quedado aislados del resto del mundo. Pareciera que a
nuestros dirigentes les interesara muy poco el futuro de las
generaciones venideras, posibilitando con su actitud que la región
marche hacia un aislamiento mundial asegurado. De alguna manera se está
cometiendo el mismo error que se cometió con Cuba, que gracias a la
falta de solidaridad internacional, a muy poca gente le preocupa las
penosas condiciones en las que viven los isleños, siempre y cuando
puedan continuar viajando a disfrutar de sus paradisíacas playas.
Hoy en día, en buena parte de Latinoamérica nos encontramos con
esfuerzos propagandísticos de regímenes que hacen hincapié en la
importancia del respeto de los derechos humanos en su país. Sin embargo,
lo que vemos cuando salimos a la calle son cada vez más marginados, más
voces acalladas, más corrupción, más prácticas antidemocráticas y más
delincuencia. Y a la hora de emitir el sufragio, nos encontramos con
gobiernos que en lugar de incentivar a los ciudadanos para que trabajen y
se esfuercen, optan por entregar subsidios a quienes les garantizan su
voto. Tal es el caso del régimen venezolano cuyo concepto de respeto no
parece tener lugar en un ámbito de discrepancia sino únicamente acatando
al pie de la letra todas sus imposiciones.
El reconocimiento de la UNASUR y el ALBA del fraudulento triunfo de
Nicolás Maduro muestra con total descaro el apoyo al referido modelo de
corrupción, de atropello a las libertades individuales, de autoritarismo
sin límites y de poder absoluto que les permite declarar – sin
inmutarse – que ganaron una elección que en realidad perdieron. Han
creado aparatos estatales tan inmensos y poderosos que ya ni siquiera se
toman la molestia de escuchar las voces de su gente. Tal es el caso de
lo sucedido con los reclamos del 18A en Argentina, que fueron ignorados
olímpicamente por la presidente en ejercicio.
Es por eso que, inmersos en esta preocupante realidad, quienes
criticamos la naturaleza de las autocracias regionales, sentimos que nos
hemos quedados solos a la hora de promover los beneficios de la
libertad, en un entorno donde ya no se escucha a los ciudadanos,
donde se los divide o se los calla, ya sea con subsidios, con cargos
públicos, o, en el peor de los casos, con amenazas.
Finalmente, si bien resulta preocupante que organismos como la UNASUR
y el ALBA avalen prácticas que erosionan el sistema democrático con el
objeto de mantener a sus aliados en el poder; en esta oportunidad la
apuesta ha sido tan alta que el costo político de avalar lo que buena
parte del mundo entiende como fraudulento ha resultado equivalente a
pegarse un tiro en el pie para entidades con tan poco tiempo de
existencia. Sumemos nuestras voces para denunciar lo que ahora ha
quedado tan a la vista y que de no hacerlo, eventualmente nos afectará a
todos.
* Daniela E. Rodríguez es Licenciada en Ciencia Política de la
Universidad de Villa María en Córdoba, Argentina y colaboradora del
equipo de investigación de la Fundación HACER de Washington DC.
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